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¿Autoritarismos para tiempos de tormenta?

Esteban Gómez


Por: Lic. Esteban Gomez, Psicoanalista UBA MN 25591 MP 25668

 

En las últimas décadas somos testigos de cambios copernicanos a nivel tecnológico, comunicacional, vincular, económico y también con relación a los liderazgos. Sabemos que las formas de producción y reproducción social siempre caen bajo la sombra de la cultura de la época y estamos en épocas difíciles y críticas para la humanidad y por ende sus expresiones sociales estarán atravesadas por todo aquello.

Las formas de liderazgos sociopolíticos, locales o globales muestran en pleno siglo XXI rostros que creíamos superados, quizás influidos por una embriagadora idea de evolución democrática universal ad-infinitum.

Así lo atestiguan los procesos políticos que se están desarrollando en países centrales en casi todos los continentes, el Progresismo Social Demócrata se desploma frente al ascenso de opciones políticas de Derecha o Extrema Derecha. Incluso en Japón, la corriente pacifista que llevaba cerca de 80 años de estoica presencia se está derritiendo por el calor de las armas y de un sobrecalentamiento en el presupuesto armamentístico de la isla como nunca antes se vio.

¿Por qué las sociedades están buscando líderes fuertes e incluso autoritarios? ¿Estamos muy decepcionados con la democracia representativa y sus herramientas diplomáticas y negociadoras, heredadas de la segunda guerra mundial? Estos líderes ¿tendrán las capacidades intelectuales y de carácter para gestionar tiempos de guerra, inteligencia artificial, cambio climático, control social y polarizaciones ciudadanas extremas?




 

La manada, la amenaza y el miedo

Primeramente, es menester aceptar que nuestro cerebro está diseñado para la supervivencia, no para el éxito ni para la felicidad. Frente a este imperativo aprendimos que en una manada teníamos más posibilidades de enfrentar las amenazas y los depredadores. Así, la soledad y el abandono eran garantías de sufrimiento y muerte. Por ejemplo, Friedrich Blumenbach (1752-1840), considerado uno de los fundadores de la antropología científica, explicaba que “el ser humano aprendió a valorizar la manada mucho antes que a las herramientas”. El ser humano como mamífero parlante y gregario aceptó y cultivó los beneficios de una vida en grupo. Con el correr de los milenios creamos la cultura y sus expresiones cohesionantes como el lenguaje y la familia.

En este siglo de IA y de computadoras cuánticas, aquella impronta biológica y conductual mamífera sigue vigente y goza de buena salud, aunque tenga más de 4 millones de años de evolución.

Frente al peligro, lo inesperado o meramente lo desconocido, se activan en nuestro cerebro mecanismos muy básicos e inconscientes de huida, lucha o búsqueda de protección en nuestra manada, sea en la familia, con un amigo o en un blog de Facebook. El sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917) acuñó el concepto de “anomia o alienación social” explicando el “desmoronamiento emocional que sucede en la mente del ser humano cuando está excluido o siente que está por fuera de su grupo social de pertenencia”. Esto último es algo muy estudiado en el período de la adolescencia. A partir de aquí es en donde podemos articular respuestas posibles a las preguntas de la introducción. Los conceptos de manada y líder son inseparables, como también lo son sus consecuencias.

 

Frente al peligro, el líder

Como venimos articulando, frente a un peligro latente o manifiesto generamos respuestas antropológicas y automáticas que giran en torno a buscar apoyo en nuestro grupo. El concepto de grupo cobra un valor fundamental en la cultura, ya que de él emerge toda idea de familia y por ende de sociedad. Ahora bien, toda manada o grupo va a tener un liderazgo real o fantaseado, concreto o mítico, corporizado en un ser humano o en una idea.

Sigmund Freud (1856-1939) en su profundo estudio sobre “El Malestar en la Cultura” de 1930, explica meridianamente que todos necesitamos incluirnos en grupos y que “…estamos dispuestos a ceder gran parte de nuestra individualidad y nuestra libertad a cambio del resguardo que da la sociedad”. Esta idea seguramente está influenciada por la noción de “Contrato Social” de J.J Rousseau (1712-1778) del siglo XVIII. Pero todo grupo va a ser representado y simbolizado como más estable, fuerte y contenedor si cuenta con un líder. Y si ese líder es un “macho alfa” mucho mejor.

Un liderazgo fuerte en primer lugar aportará cohesión grupal, es decir la sensación de que “todos estamos detrás de un gran proyecto”. Y en segundo lugar acercará “cierta paz mental al sabernos protegidos por alguien que vela por nuestra supervivencia”. Estas dos retribuciones simbólicas son más que suficientes para otorgarle todo apoyo y libertad individual a un líder fuerte.




 

La ley de la selva vs. el derecho internacional

Tomemos por caso a Trump, Putin y Netanyahu. Tenemos tres expresiones de liderazgos fuertes y autoritarios de la tradición judeocristiana, cultura a la cual la mayoría de nuestros lectores pertenece. Los casos de Oriente Medio, China e India al pertenecer a otras raíces culturales, religiosas, históricas e idiosincráticas merecen un análisis mucho más profundo que excede este escrito.

Volvamos a nuestros ejemplos. Los tres tienen personalidades fuertes, son resilientes, autorreferenciales, manejan muy bien el relato y el histrionismo (saben qué decir, cómo decirlo y cuándo decirlo), apelan a sentimientos y emociones básicas, pero con mucho poder significante: como el territorio, la religión y la nacionalidad. Esto hace que se sientan muy seguros y con legitimidad al privilegiar sus deseos y puntos de vista por sobre todo derecho internacional. Sus verdades se escriben con mayúsculas y son empoderados por gran parte de sus propias sociedades y grupos de poder.

En la tradición judeocristiana la masculinidad es condición de liderazgo político y religioso. Desde los “patriarcas” Abraham y Moisés, los césares romanos, hasta los “padres fundadores” norteamericanos y los zares de las estepas, la historia muestra a miles de ejemplos en donde la fortaleza en el mando y hasta en ocasiones, la violencia descarnada, era buscada y sostenida por sus propios pueblos.

Estas raíces culturales sostienen la inmunidad de la prepotencia de líderes que encarnan la tarea mítica y poética de salvar a sus propias naciones, generando discursos antagónicos, guerreros y nacionalistas.

Si el derecho internacional y sus herramientas de negociación eran la expresión de una civilización que cedía poder y autonomía a cambio de estabilidad, paz, comercio y desarrollo, estos líderes autoritarios son el fruto de una sociedad con miedo, debilitada en su autoestima, sin pensamiento estratégico a largo plazo y con desconfianza en el otro (en su prójimo nacional) y en cualquier institución supranacional.

 



Un mundo cada vez más incierto 

La época tiñe de incertidumbre cualquier proyecto. El desconcierto y la falta de líderes empáticos, de proximidad y eficientes en sus tareas, amplificaron nuestros miedos e inseguridades. La pandemia, las crisis económicas subsiguientes y la guerra en Ucrania no hicieron más que complejizar aquella realidad.

Las democracias crujen desde el inicio del siglo XXI y el filósofo francés Eric Sadin (1973) en su último libro “La era del individuo Tirano” lo describe claramente: “…la sociedad actual se encuentra en un proceso de desilusión progresiva ante la palabra política y todas sus promesas y por ende de todos los principios sociales comunes que veníamos teniendo en los últimos 200 años… se ha roto el pacto de confianza entre ciudadanos y los factores de poder…”

La elección de liderazgos fuertes puede estar dándonos una ilusión de confianza y seguridad en la tormenta. Así, la respuesta básica y ancestral de nuestro cerebro continúa vigente. Podemos concluir y dilucidar entonces, estos procesos sociales a escala global como la respuesta de una manada de ovejas indefensas que deciden dar todo el poder al líder, al macho alfa de nuestra región que mejor garantice nuestra propia supervivencia… sin medir consecuencias.

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