Continuamos el diálogo con Roberto Oscar Reyes, quien nos cuenta como vivió el desembarco ingles y su intento por regresar a Puerto Argentino.
Por Gonzalo Mary
Pucará Defensa: ¿Estuvo también en San Carlos?
Roberto Reyes: Sí, llegamos desde Darwin – Goose Green, los gatos formábamos parte del Equipo de Combate (EC) Güemes a órdenes del Teniente Primero Esteban. Establecimos el Puesto Comando del EC en la escuela de la localidad. Sabíamos que los kelpers estaban organizados para reunir información y comunicarla a la flota.
El 18 de mayo recibí la orden de relevar a mi compañero y amigo el Subteniente José Alberto Vásquez en la denominada altura 234. Éramos un grupo de 21 infantes de dos unidades diferentes, teníamos la misión de “dar la alerta temprana a la fuerza y reforzados con armas pesadas, emboscar a las fuerzas británicas que pudieran ingresar por el canal”.
Hasta ese día nuestro estado general era bueno porque habíamos comido, descansado, nos habíamos higienizado y habíamos mantenido nuestro estado físico y espiritual cada vez que la situación lo permitió.
Las comunicaciones estaban restringidas a informes ordenados para ahorrar energía. Los días a la intemperie eran sumamente fríos y húmedos. Las noches eran oscuras y completamente cerradas, lo que me permitía recorrer las posiciones y practicar el repliegue hacia los puntos de reunión de los grupos.
PD: ¿Cómo fue el momento del desembarco?
RR: Era una noche helada y sin visibilidad. Desde un puesto de escucha adelantado se me informó de ruidos en el canal. Había varias embarcaciones que se aproximaban navegando lentamente, en silencio y con luces apagadas; con intenciones de desembarcar en San Carlos.
Intenté comunicarme con el jefe de compañía para informarle la novedad, pero desde allí la señal de la radio TRC 300 no era recibida. Impartí órdenes de apresto para el combate y ratifiqué las acciones, alertando al personal sobre la inminente apertura del fuego.
Ordené abrir el fuego con los morteros empleando proyectiles de iluminación para poder ver mejor y comenzar a tirar con munición de guerra, ya que no disponíamos de medios de visión nocturna. Las órdenes que se escuchaban y las maniobras para facilitar el lanzamiento de los vehículos anfibios mientras evitaban primero el fuego de los morteros, daban cuenta de una gran sorpresa y confusión en el estrecho por parte de la fuerza británica.
El intenso fuego naval fue desplazándose sobre nuestras posiciones, por lo que ordené varios cambios de posición hasta agotar la munición de morteros. Estando convencido de que habíamos cumplido con la misión de alertar a nuestras fuerzas y emboscar a los ingleses, ordené iniciar los preparativos para el repliegue.
PD: ¿Cómo se produjo el repliegue?
RR: Nos arrastrábamos como lombrices. Los proyectiles caían a metros de la doble columna, algunos explotaban y otros penetraban en el suelo blando sin explotar. Pasaron unos 30 minutos de arrastre hasta poder incorporarnos y salir de la zona batida, fue allí donde comenzamos a recibir fuego desde arriba, del flanco izquierdo. Los británicos habían desembarcado en patrullas a nuestra retaguardia y recién al pararnos pudieron localizarnos con precisión, tenían miras de visión nocturna. Intenté flanquearlos con una parte de la vanguardia, mientras que el resto nos apoyaba en el movimiento. Durante todo el ataque de la patrulla del SBS, un vocero mediante megáfono nos intimaba a rendirnos. La confusión del combate y la noche cerrada contribuyeron a separarnos. Pudimos evadirnos y salir de la zona de fuego. De los veintiuno quedamos solamente once.
PD: ¿Qué sucedió una vez que lograron evadir a los ingleses?
RR: Nos enmascaramos y nos dispusimos a enfrentar lo que pudiera amenazarnos. Nos quedaban unos cuarenta tiros aproximadamente por hombre. Continuaban buscándonos con patrullas aéreas y terrestres.
Fuimos observadores privilegiados del ataque aéreo a la flota británica. El estrecho era un festival de explosiones y ráfagas en el aire, pudimos ver como dos buques fueron alcanzados por las escuadrillas. tanta distracción durante la mañana permitió que fuéramos olvidados.
Teníamos una nueva misión: marchar con rumbo sudeste hacia Puerto Argentino. Contaba con cartografía de la isla y sabía perfectamente donde nos encontrábamos. Con las primeras sombras nos preparamos para comenzar la evasión y el escape.
Marchábamos de noche, antes del amanecer buscaba un lugar dominante donde vigilábamos y descansábamos por parejas de combate en turnos. Pudimos observar la inmensa actividad enemiga del desembarco británico, sin poder informar a nuestras fuerzas. Marchábamos casi siempre entre el dispositivo inglés y la turba esponjosa y húmeda, a un promedio de 3 km por noche aproximadamente.
PD: ¿Estaban preparados para esa marcha?
RR: No contábamos con más abrigo que la ropa puesta, sin mochila o equipo aligerado, es decir nada con que abrigarnos, la bruma húmeda y espesa estaba siempre presente, por momentos se confundía con una llovizna fina y helada. El frío llegaba a calar hasta los huesos.
Desde que iniciamos la marcha no comimos, habíamos consumido el poco alimento el día 21 esperando el relevo. No teníamos desesperación por comer, la necesidad de salir de la zona sin ser vistos y atacados y poder aprovechar mejor las horas de luz para marchar, eran nuestras preocupaciones. Debíamos tomar agua de los arroyos, pero todos confiaban plenamente en mis decisiones. Les preguntaba si preferían rendirse y recibía un “no” rotundo.
Los sufrimientos de la penosa marcha nocturna, la tensión nerviosa por el temor constante de estar transitando rumbo a un combate desfavorable o el caer prisioneros, sumados a la fría manera de pasar los días en posiciones inmóviles, hacían que el estómago estuviese apretado. Era evidente el desgaste que acumulábamos.
PD: ¿Fueron vistos en algún momento?
RR: La quinta noche de marcha. La pareja de seguridad de la retaguardia me informó que nos seguía una fracción de 15 soldados.
Resolví cruzar un profundo brazo de mar, a pesar de que varios no sabían nadar. Los que sabíamos los apoyamos a realizar el pasaje. Nos mojamos completamente, hecho que nos afectaría en el futuro, porque toda la ropa permaneció húmeda por unos cuantos días. Godoy, intentando ayudar a cruzar, casi se ahoga, Alarcón perdió el fusil.
Alcanzamos la posición pretendida, no podíamos movernos más de aquel sitio, aplastados, tiritando, y como ocurrió el 21, lo que vimos fue increíble. Desde arriba, en la dirección a donde íbamos antes de cruzar el brazo de mar y a unos 400 m desde donde estábamos, comenzaron a disparar hacia la patrulla que nos perseguía con una precisión letal. Cuando moví el grupo, la fracción que emboscaba no nos detectó al pasar por debajo de ellos, a quienes si vieron, fueron a aquellos que nos perseguían, siendo esta otra patrulla británica que no estaba coordinada con las emboscadas instaladas. Fue devastador.
PD: ¿Cómo lograron salir?
RR: Decidí que no nos moveríamos de día hasta que saliéramos de la zona. Tenía que sacar a mi gente viva de aquel laberinto como pudiera. El frío fue desesperante, el único recurso que quedaba para combatirlo en ese lugar era abrazarse entre sí. La ropa completamente mojada se endurecía y congelaba, era imposible no sentirse desesperado. Alguien se puso a llorar, y con razón, otros rezaban en voz baja y no faltó el que apeló al humor.
La voluntad del grupo había empezado a quebrantarse, los hombres parecían ausentes, pero eran soldados del 25 y no estaban entregados, continuaban confiando en mis decisiones.
Al cabo de dos noches estimé que debíamos haber recorrido unos 10 Km., paramos en una elevación rocosa que posibilitaría construir un refugio para pocos. Este lugar era bueno porque nos permitiría detenernos por unos días, cazar algo, encender un fuego sin ser vistos, calentarnos, secar la ropa y comer y así poder recuperar nuestro estado general. Estábamos sufriendo mucho, el último esfuerzo se sintió demasiado. Teníamos los síntomas del llamado pie de trinchera.
PD: ¿Cómo lograron sobrevivir?
RR: Cazar era una decisión peligrosa, los disparos podría atraer a las patrullas enemigas. Pero a esa altura de las circunstancias daba lo mismo morir bajo los proyectiles ingleses que de hambre. Durante la mañana apareció una avutarda a pocos metros del refugio, saqué mi pistola y disparé varios disparos hasta poder matarla, era instructor de tiro, pero la debilidad que tenía me impedía sacarme el temblor de las manos. Nos dividimos las plumas, que todavía conservaban algo del calor del animal en los pedazos de piel, para metérnoslas en el pecho, abrigamos nuestros pies con los plumones. Repartí los pedacitos de carne cruda como si ejecutara un ritual pagano.
Había que hacer fuego, los fósforos se habían mojado. Tenía un lanzador de señales luminosas, juntaron pasto y disparé el proyectil sobre la pequeña parva que no se encendió por estar demasiado húmeda. Intente nuevamente con otra bengala, agregándole al pasto pedacitos de raspaduras y astillas de una tabla del alambrado, esta vez se encendió y pudimos calentarnos en rueda y secar por lo menos la ropa interior. Nos sentíamos reconfortados.
Pero la enfermedad nos había alcanzado, yo también tiritaba por ratos y deliraba de fiebre. Debimos quedarnos varios días en el abrigo. El caso más grave fue el del cabo Godoy. Con el correr de los días pude observar de cerca como iba avanzando la gangrena.
De los 9 días en el refugio, tuvimos sólo tres de fuego. Cada tres o cuatro días mandaba a los hombres en pareja a cazar ovejas. El racionamiento era estricto. Desde la emboscada nunca más vi patrullas enemigas.
PD: ¿Permanecieron en el refugio?
RR: Seguir aferrados a ese refugio podía equivaler a una condena a muerte colectiva. Estábamos todos enfermos y necesitábamos ser atendidos. Resolví entregar a los enfermos graves y seguir la marcha con el resto. Era la única manera para que recibieran asistencia médica inmediata y nosotros buscar el auxilio sanitario en propia tropa. Godoy, Moyano y Cepeda se quedaron con Clot, que era el que mejor estado tenía. Les dejamos alimento para dos días y un maletín de primeros auxilios para que Clot, sin armamento, se contactara con los británicos y los guiara hasta los enfermos.
Los siete restantes seguimos marchando penosamente, nos llevó más de cinco días llegar a un caserío identificado como New House, a unos 20 km del refugio. Allí comimos lo que encontramos y nos abrigamos. Las ropas hechas jirones, enfermos, el rostro deformado por los sufrimientos. Ninguno tenía más de veinticinco años, pero aparentábamos ser un grupo de ancianos vagabundos.
PD: ¿Lograron reunirse con el resto de la fuerza?
RR: Al sexto día nos despertó el ruido inconfundible de rotores de helicópteros. No llevaban esa señal amarilla en la cola que los identificaba como propios. Sin posarse en tierra, iban dejando dos hombres, era una sección completa. Sabían el sitio exacto en el que nos encontrábamos, con certeza algún kelper oculto en el caserío informó cuántos éramos y dónde estábamos.
Tenía apuntado a un soldado británico y les pedí a mis hombres que hicieran lo mismo con otros, pero que no dispararan hasta que lo indicara. Los soldados comenzaron a converger sobre el galpón. Estaba preparado para lo peor y si hubiese ordenado abrir el fuego esos soldados que estaban en las últimas, lo habrían hecho, me di vuelta y los vi, habíamos perdido la aptitud para combatir, estábamos sin capacidad para resistir el menor ataque y salir de la instalación.
Nunca olvidaré ese momento que tanto había evitado. Pasamos 21 días intentando regresar. Delante de mí tenía a un joven soldado ingles con cara de pánico. Yo tenía una barba de tres semanas, la cara sucia y cubierta de magullones. Me identifiqué como el oficial a cargo, les pedí que evacuaran a quienes peor estaban; así lo hicieron. Y juntos con el resto nos llevaron en otro helicóptero a San Carlos, esto ocurrió el día previo a la rendición en Puerto Argentino.
En todo momento tuvimos presentes que lo último que haríamos sería rendirnos. Gracias a Dios ningún suboficial o soldado murió a pesar de todas las acciones realizadas, pudiendo cumplir con las órdenes y misiones recibidas e impuestas.
PD: ¿Qué sucedió con los que habían quedado en el refugio?
RR: Pude saber por los ingleses que Godoy, Cepeda y Moyano no habían sido capturados ni atendidos. Solicité un helicóptero para rescatarlos. El lugar estaba a unos quince kilómetros de San Carlos. Los encontré al borde de la muerte, fríos, sin aliento para hablar, totalmente desahuciados. Cuando le quité las medias a Godoy vi que ambos pies estaban agusanados. Los tres fueron llevados de inmediato a un hospital de campaña y posteriormente al buque hospital, para luego sufrir amputaciones en sus miembros inferiores.
Clot fue tomado prisionero y lo tuvieron varias horas incomunicado, hasta que en el interrogatorio intentó desesperadamente explicarles que habían quedado tres compañeros en estado grave, pero no logró hacerse entender o no quisieron acompañarlo, temiendo que se tratara de una emboscada.
PD: ¿Cuándo regresó? ¿Cómo fue el reencuentro con la familia?
RR: Volví en el Canberra, entre el 16 y el 18 de junio, no recuerdo bien. El reencuentro fue muy emocionante porque no supieron de mí en mucho tiempo.
PD: ¿Qué representan las Malvinas hoy? ¿Qué mensaje o lección cree que podemos extraer de su experiencia para las nuevas generaciones?
RR: Las Malvinas son una de las principales causas de unión de todos los argentinos de bien. La situación actual de nuestras Malvinas nos obliga a unir esfuerzos para recuperarlas inteligentemente, demostrándole al mundo que somos una nación creíble, unidos y dispuestos a mejorar la situación de aquellos que viven en ellas. Nada de esto sucederá si continuamos separados defendiendo diferentes posiciones y prestándole poca y nada atención a la difusión y enseñanza de las causas por las cuales son argentinas y pertenecen a nuestra soberanía. Los jóvenes deben continuar decididamente con las políticas de recuperación y para ello deben conocerlas y amarlas.
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