Por Luis Briatore*
En la aviación de combate, el vuelo solo es realmente un hito que nunca se borra de una receptiva mente cazadora. Se trata de la primera oportunidad en que volamos fuera del nido y lo hacemos con una aeronave que debemos todavía aprender a dominar. El reto es desafiar al cielo y demostrar que podemos montar a esta bestia salvaje, a la que, con horas de vuelo, debemos trasformar en dócil. Lo novedoso de esta salida incomparable es poder hacerlo sin nadie que esté controlando en el puesto trasero. Ya no se encuentra un atento instructor, el que está listo a sacar las papas del fuego cuando las cosas se ponen difíciles. Solos, a bordo de un avión monoplaza, debemos valernos por nuestros propios medios, dominando nada menos que a un brioso y potente avión de combate.
Si bien no compartimos con nadie la cabina, en este tan particular debut tendremos a nuestro lado a una sombra que no se despegará ni por un segundo, apodado “Ladero”.
Se trata de avión gemelo, que imitará todos los movimientos ejecutados por el aprendiz. Este acompañante de lujo es un experimentado piloto de caza, que siempre atento y vigilante, se mantendrá pegado al ala, controlando en el más absoluto silencio todo lo que sucede en el otro avión.
Supervisión en cada detalle
Desde el despegue hasta el aterrizaje, sin sacarle un ojo de encima, supervisa que la primera salida en soledad trascurra sin ninguna clase de sobresalto.
Este personaje, que se encuentra en apresto, listo para intervenir, solo lo hace cuando es necesario. Impedido de tocar los comandos del joven alumno, utiliza un medio invisible, una corta y precisa comunicación.
Sin que nadie se entere, en la intimidad de esta sección tan especial, las indicaciones son efectuadas por frecuencia de radio interna, sin tener que enterarse la torre de control.
El primer vuelo trascurre manteniéndose pegado a la nuca del inexperto, el que, de a poco, comienza a soltarse, disfrutando de las bondades de esta maravilla del aire. A medida que pasan los minutos la comienza a sentir como parte de su cuerpo, disfrutando en cada segundo la libertad de moverse con soltura y sin restricciones en los tres ejes.
El honor de ser Ladero
Nos estamos refiriendo a un importante actor, que cumple la función de protector incondicional. Es un personaje de peso, uno de los líderes en la eficiente estructura de un aguerrido escuadrón de combate, protagonista excluyente de aquel día, al que siempre recordaremos con un aprecio especial.
En la gloriosa Fuerza Aérea Argentina, y con un acertado mote, se lo llama “Ladero”, porque su función es mantenerse al lado del novato, cuidándolo, como un protector ángel de la guarda.
Este estelar protagonista, por lo general, no es un piloto cualquiera, se trata de uno de los instructores que tuvo a cargo develar los secretos de cómo volar un potro salvaje, transformado en un avión de combate.
Es una persona de la que conservaremos un recuerdo vivo por siempre, al igual, de todo lo que sucede en este vuelo, que siempre es inolvidable.
Luego de una hora en el aire
Para el “Ladero”, llegando al bingo o mínimo de combustible, concluye esta trascendente función de supervisión y corrección.
Esto sucede, en el momento que el nuevo piloto operativo regresa a salvo al nido de cóndores. Al posar suavemente las ruedas sobre el duro concreto y luego que se abre el paracaídas.
Cumplido su cometido, sin perder tiempo, el experimentado piloto, sube rápidamente el tren de aterrizaje, y a modo de saludo, supera por un costado al novato que se encuentra posado en la pista, concentrado en lograr la desaceleración necesaria que detenga su delta.
Con potencia a pleno y pegado al suelo, el número 2 de la sección inicia una rápida y a la vez tremenda aceleración. En cuestión de segundos, el espejismo desaparece detrás del horizonte.
A sabiendas de lo que se viene, en un ambiente de incertidumbre que se apodera de los privilegiados espectadores, en pocos minutos, el Ladero aparece como una tromba desde el cuadrante menos esperando, buscando la sorpresa.
Rajando la tierra, fruto de una pasada al borde del transónico, sobre una plataforma colmada de mecánicos, pilotos e invitados, como corresponde, rinde tributo con todos los honores al nuevo integrante del escuadrón, lo hace con un ensordecedor estruendo.
Camuflado debajo de la copa de los árboles, alcanzando los 1000 kilómetros por hora, la estampida sónica que provoca la poscombustión conectada en un pasaje súper bajo hace que los presentes sientan ese extraño cosquilleo que invade por completo todo el cuerpo, fenómeno que en nuestro país llamamos piel de gallina.
Una inyección de adrenalina en su máxima pureza, transforma el estado anímico en una tremenda euforia, que incita a disfrutar con intensidad esta legendaria y sana costumbre de la aviación de combate.
Un saludo para el recuerdo
Terminado el rodaje y detenido el motor, ante una multitud enardecida que comienza a golpear la superficie de ambas alas, el novato sabe que debe desatar rápidamente los arneses que lo sujetan al asiento eyectable y, luego, abrir la cúpula. Luego de cumplir un sueño, está listo para entregarse a los brazos de una masa que clama saludarlo.
La función debe continuar. A continuación, ese cuerpo empapado de sudor guerrero, vestido con un buzo de vuelo sin escudos ni pañuelo, ante un reiterado pedido, se produce lo que todos esperan.
Desde una escalerilla de metal, apoyada en la parte izquierda de la cabina, se lanza en un clavado con final incierto. Lo hace sobre infinidad de manos que, de diferentes maneras, algunas muy originales, lo saludarán al estilo que dicta la tradición cazadora.
Luego de sobrevivir a este difícil suceso, sale como puede debajo de una enorme montonera humana, y en medio de los acordes de la Banda de Música y Guerra de la Brigada, entonando “Diana de Gloria”, se levanta del piso ayudado por algún alma piadosa.
El alférez o teniente, con el pelo totalmente revuelto, fruto del huracán que acaba de pasar hace instantes, con los ojos vidriosos de tanta emoción, y ya recuperado de lo recientemente sucedido, toma conciencia plena de este hecho trascendente y, en medio de un momento de plena felicidad, comienzan los fuertes abrazos, simbolizando un merecido reconocimiento al esfuerzo y dedicación por alcanzar este importante logro.
Hace su llegada el maestro
Cuando llega el “Ladero” a la plataforma de estacionamiento le espera una recepción similar, pero con una importante diferencia, que el comité de bienvenida actuará con mayor prudencia en el campo de la efusividad, ya que se trata de un experimentado piloto de caza con demasiado carácter, detalle que incidirá en el futuro de algunos, si el saludo es juzgado por el protagonista como inapropiado.
Finalizada esta etapa netamente afectiva, de manera casi mágica, aparece el elixir del cazador. Una botella de champagne bien helada, acompañada de tres copas: todo se desarrolla delante del avión en el que tuvo lugar la reciente hazaña.
Por fin llega el esperado brindis, junto a la foto para el recuerdo, de un trio formado por el protagonista principal, el Ladero y el Mecánico a cargo de asistir a la aeronave.
Imagen que quedará registrada en una foto para la inmortalidad, recuerdo de un momento que jamás podremos olvidar.
Intimidad de una legendaria tradición, de la que no se conocen muchos detalles para los ajenos a la institución, que alimenta ese tan especial espíritu cazador que es apuntalado por la valentía y el valor, que será puesto de manifiesto en un grado superlativo en el momento preciso, al despegar al mando de un avión de combate en defensa de la Patria.
¡No hay quien pueda!
* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.
Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).
A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.
En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).
Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.
Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.
Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.