Por Ignacio Montes de Oca
El 17 de enero se reunieron en la Casa Blanca el presidente Biden y los representantes de la bancadas demócratas y republicanas para resolver el bloqueo de la ayuda de EEUU a sus aliados. Es una buena oportunidad para hablar de cambios estratégicos y aislacionismo.
El republicano ultraconservador Mike Johnson, speaker de la Casa de Representantes, postergó in eternum el proyecto de asistencia militar a los aliados externos con la excusa de un pedido de fondos ampliados para la política migratoria por U$S 13.000 millones. Biden avisó que está dispuesto a negociar, pero aun así el núcleo duro de los republicanos no está dispuesto a hacerle ninguna concesión al presidente, incluso si aprueba los nuevos fondos migratorios. La jugada le sirve a Putin y a la estrategia electoral de Trump. Ucrania y el resto de Europa ya trabajan sobre la hipótesis del triunfo de Trump y su efecto negativo en el apoyo de EEUU tanto para que Kiev continúe la guerra como en el compromiso con la seguridad colectiva del hemisferio occidental. En eso coinciden de nuevo con Putin. La decisión del líder ruso de llevar adelante una ofensiva ruinosa tiene sentido si se considera que se hace en el momento adecuado para darle la razón a los republicanos que aseguran que Rusia ganará la guerra porque tiene cantidades infinitas de recursos humanos y materiales.
En el contexto de una competencia electoral descarnada, los sectores más duros entre los republicanos toman esa idea para atacar la política exterior de Biden y asegurar que la ayuda a Ucrania es un desperdicio de recursos públicos frente a un inevitable triunfo de Putin. El momento político elegido para lanzar un ataque con medios cada vez más antiguos y con la asistencia de sus aliados norcoreanos e iraníes para cubrir su límite para producir municiones, explica lo que parece un sinsentido. La cremallera cierra y tiene un lado en EEUU y otro en Rusia.
También observan como el control republicano de la cámara baja resulta en un impedimento para Biden a la hora de ampliar el apoyo que promete a Ucrania y con el envío de munición de largo alcance o de la cantidad adecuada de tanques y aviones que necesitan en el frente. EEUU tiene, literalmente, miles de tanques y aviones estacionados en sus depósitos. La disputa electoral pone un límite concreto a los atributos presidenciales para enviarlos contra Rusia. A largo plazo, el posible triunfo de Trump podría reducir esa asistencia a cero. Los europeos no saben hacia donde iría Trump en caso de resultar electo, pero tienen indicios de su política exterior cuando fue presidente. No olvidan que antes de dejarle el cargo a Biden ordenó un retiro apresurado de las tropas de EEUU de Irak y Afganistán. Tampoco que luego de la orden de Trump los talibanes derrocaron al gobierno afgano y que Irán ocupó con sus tropas el sur iraquí y empoderó a las milicias que luego le dieron el control del corredor que llega hasta Siria y El Líbano. Israel también tiene memoria.
En el primer spot de campaña de Trump tiene un tono premonitorio. Plantea que EEUU es objeto de una invasión y coloca el tema migratorio y de drogas en primer plano para proponer luego enfocarse en los asuntos internos como prioridad política en los próximos 4 años. El enfoque de Trump es simple: explicar los problemas del país y de sus ciudadanos a partir del involucramiento de EEUU en asuntos externos. Su solución es recortar la ayuda externa y resolver las crisis solo con su carisma y su capacidad para influir en otros lideres en el mundo. Trump se mostró hasta ahora ambiguo y contradictorio a la hora de condenar a la invasión rusa y su muletilla fue repetir el contra fáctico “conmigo Putin nunca se hubiese atrevido” y “conozco a Putin y Zelensky muy bien” para prometer una solución personal a la guerra.
De regreso a los datos, lo cierto es que su cercanía y coincidencia con Putin es más acentuada y basada en hechos concretos como los negocios que desarrolló en Rusia desde la década de 1990 y los tratos inmobiliarios con parte de la oligarquía rusa durante el mismo periodo. La suma de estos factores hace prever que la “solución rápida” de Trump para la guerra en Ucrania sea usar el apoyo que necesita Ucrania para forzarla a sentarse en una mesa de negociación para canjear paz por territorios. Es lo que Putin desea que suceda.
En una mirada más realista, el mundo en el que Trump viajaba como presidente repartiendo abrazos y armas se parece muy poco al del presente. Hubo una pandemia, otra invasión rusa a Ucrania, China amagó en Taiwán, África se desmadró y Medio Oriente entró en erupción. Rusia ya no disputa el control de Crimea y el Donbás; ahora va por la anexión de otra parte de Ucrania y es parte de un eje que incluye a Irán, Corea del Norte y otras naciones como Venezuela, Nicaragua y Bielorrusia que desató conflictos simultáneos en todo el globo. Es poco probable que la mirada Magnum y los discursos con labios finitos tengan efecto sobre los líderes y grupos asociados a cada crisis. Menos aún que un recorte de la asistencia y la cesión de territorio sea un estímulo para frenar los combates de manera unilateral. Tampoco parece muy probable que su enemigo predilecto, que es China, desaproveche la oportunidad de oro que le ofrecería un repliegue de EEUU dentro de sus fronteras y el debilitamiento de Taiwán si Trump decidiera privilegiar el gasto interno por sobre la asistencia a los aliados.
Este enfoque rescata el aislacionismo republicano entre los años 1930 y 1941 que fue fulminado con Pearl Harbour. Perdida la oportunidad de frenar al Eje en los Sudetes y Manchuria, EEUU debió afrontar una solución en las playas de Francia, Casablanca y Filipinas. Es que la oposición de MAGA a la ayuda no se limita a los 61.000 millones prometidos a Ucrania. También incluye desertar en la ayuda a Israel, Taiwán y Filipinas, dejando que otros se hagan cargo de las apetencias territoriales que están en marcha en esas regiones.
Pero Trump no es el único que propone un aislacionismo y ni siquiera es el más radicalizado en ese concepto. Es hora de presentar a Marjorie Taylor Greene, la otra líder del movimiento MAGA y uno de los activos más valiosos que tiene el Kremlin en el Congreso de EEUU. Taylor Green es una supermacista y ultraconservadora nacionalista que desde el principio de la invasión rusa de febrero de 2022 se opuso a toda forma de asistencia, sea militar o financiera, a Ucrania. Los motivos de su oposición son tan variados como favorables a Putin. La dirigente de MAGA sostiene que Rusia es la víctima de la historia al verse obligada a invadir a Ucrania por el avance de la OTAN promovido por los demócratas y globalistas coligados contra Putin. Es el mismo discurso que intenta imponer el Kremlin para justificar su ataque.
A diferencia de otros republicanos que ponen trabas a la asistencia en forma de pedidos de auditoría con el supuesto del desvío de recursos, Taylor Greene se opone desde hace casi dos años a la entrega de cualquier ayuda militar, financiera o política al gobierno de Zelensky. Es allí donde la líder de MAGA baja línea a sus partidarios con una caracterización del gobierno ucraniano como un nido de corrupción y a su líder como un personaje ambicioso y malgastador de vidas en la guerra. Es una narrativa calcada de la que sale de las usinas de propaganda rusa. Como Trump, aquella preocupación por la pureza administrativa y la vida de los soldados se agota al abordar las figura y métodos de Putin. En ese silencio se ha construido una postura efectiva para traccionar votos que casi todos los precandidatos republicanos copian y exageran.
Taylor Greene no es amante de la racionalidad. Su biografía está plagada de declaraciones conspiracionistas. Sostuvo que el ataque del 9/11 al Pentágono fue un montaje, que Soros dirige un plan contra EEUU y que los incendios en California en 2019 fueron causados por “láseres judíos”. También que hay un plan de los demócratas para inundar a EEUU con musulmanes y latinos para destruir a la raza blanca norteamericana y aumentar el caudal de votos de sus adversarios políticos. A pesar de sus postulados lunáticos, Taylor Green tiene un enorme peso entre los republicanos. Tal es su poder que en diciembre se atrevió a amenazar a Trump para que no se acercara a Nikky Hailey, la ex embajadora de EEUU en la ONU, que además es precandidata republicana y es la única entre los postulantes del partido que apoya abiertamente a la causa ucraniana.
Con el mismo objetivo, dos días atrás amenazó al Speaker de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, con quitarlo del cargo si llegaba a un acuerdo con Biden para canjear los fondos para la política migratoria por un apoyo para Ucrania y el resto de los aliados. Parece que la extorsión de Taylor Green está funcionando porque Johnson informó que los fondos en cuestión deberían ser autorizados por el nuevo presidente, lo que implica suspender la asistencia militar a los aliados durante lo que resta del año que apenas acaba de comenzar.
Es muy importante entender cómo funciona MAGA para comprender que incluso si Trump cambiase de opinión y decidiera apoyar a Ucrania enfrentaría una oposición poderosa desde sus propias filas, que también tienen una considerable representación parlamentaria. Biden se enfrenta a un problema similar porque la actividad política de los grupos contrarios a Ucrania e Israel pueden privarlos de la ayuda que necesitan para hacerle frente a agresiones en curso y amenazas creíbles de parte del eje de estados autocráticos y de China en el futuro. Al presidente norteamericano le restan algunas cartas arriesgadas como entregarle a Ucrania los 300.000 millones retenidos al gobierno y a Putin y su entorno. Aun así, podría enfrentar la censura de la mayoría republicana en la Cámara baja y la resistencia de la minoría en el Senado. O lo que es peor, esa decisión multiplicaría los recursos ucranianos a un punto extremo y podrían ser un factor decisivo para que Putin sienta que sus adversarios cruzaron una línea sin retorno para sus planes imperiales. El Tesoro de EEUU también tiene un botón rojo.
Mientras tanto, Biden puede hacer uso de programas de cesión de material en desuso, brindar apoyo en inteligencia, asistir en la compra de armas o distraerse para que alguna tecnología les permita a los ucranianos dar un salto evolutivo en el desarrollo y producción de sus armas. No obstante, esos atajos son complementos que no sustituyen el gran paquete de 61.000 millones. Por el contrario, servirían como hasta ahora como un bono extra a Kiev en un año en que necesitará de toda la asistencia posible para continuar peleando en igualdad de condiciones.
Hasta ahora, Estados Unidos ha entregado un total de 71.380 millones de ayuda a Ucrania. La Unión Europea ha entregado 70.860 millones, el Reino Unido 10.380 millones y Canadá 7.800 millones. Ucrania mantiene el grueso de sus aportes, pero la situación generada en Washington afecta su capacidad de resistencia.
No es solo la salida de su mayor aportante; un cambio en las condiciones de asistencia afectará el traspaso de información y tecnología que necesita. Por ahora, Ucrania solo puede esperar que se cumpla con la entrega pautada de los aviones F-16 y esperar que se resuelva el entuerto republicano.
Lo más sensato desde el punto de vista europeo es armar una arquitectura de seguridad para su zona de interés que prevea una ausencia de Estados Unidos a partir del 20 de enero de 2025. El movimiento comenzó a notarse en una serie de novedades. 120 de los 705 eurodiputados iniciaron la aplicación del artículo 7° del Reglamento interno de la UE para quitarle el voto a Hungría en el Consejo Ejecutivo y destrabar la asistencia por 50 mil millones de euros a Ucrania para el año 2024.
A Viktor Orbán, el fiel aliado de Putin en Europa, se le acusa de “perturbar las acciones de los estados miembros” al vetar de forma sistemática la ayuda a Ucrania. El presidente húngaro replicó con una propuesta para que los integrantes de la UE la ayuden por su cuenta. Sus adversarios dentro de la UE le contestaron con un pedido para congelar y auditar la asistencia por 10 mil millones de euros a Hungría que obtuvo a cambio de aceptar el pedido de adhesión de Ucrania al espacio europeo. Es un aviso para Orbán y para los aliados de Putin abiertos o enmascarados dentro de la estructura de la UE, que son minoría, pero provocan la mayoría de los problemas. Ucrania es una prioridad para la mayoría de los estados y el juego prorruso tiene un límite.
Hungría había encontrado un aliado en el nuevo gobierno eslovaco de Robert Fico que también es abiertamente pro ruso y se opone a la asistencia a Ucrania. El holandés Geert Wilders, considerado en principio pro ruso, ya desertó y llamó a Putin “un terrible dictador”. Wilders no es tonto: el derribo del vuelo MH117 con 298 personas a bordo de los que 196 eran holandeses en 2014 por parte de separatistas pro-rusos impone un límite político tan poderoso como la realidad de los 25 escaños parlamentarios que lo obligan a hacer alianzas. El conteo de fuerzas es importante para Ucrania tanto entre los mandatarios en Consejo Ejecutivo como en los votos dentro del Parlamento Europeo porque miden la capacidad de la UE para seguir apoyándola ante la agresión rusa. Hasta hoy, siguen siendo una mayoría indiscutida.
Mas allá de los números, Europa se prepara para hacerse cargo del riesgo que significa que EEUU pueda salirse temporalmente del club de países que ayudan militarmente a Ucrania por las disputas electorales o de manera permanente en caso de que asuma Trump en modo “amigo de Putin”.
Mas allá de estos números, Europa se prepara para hacerse cargo del riesgo que significa que Estados Unidos pueda dejar temporalmente el club de países que ayudan militarmente a Ucrania. Gran Bretaña firmó un acuerdo con Kiev por un valor de 3 mil 200 millones de dólares en ayuda militar. Estonia prometió donar el 0.25% de su PIB hasta 2027. Suecia enviará 50 millones de coronas suecas. El parlamento italiano votó a favor de prorrogar la asistencia por otro año.
Alemania ya informó que aseguró el envío de 7.600 millones de euros en armas, dentro de un programa de asistencia por 20 mil millones. Pero, además, cansados de las eternas deliberaciones, los parlamentarios alemanes abordaron la cuestión de la calidad del material enviado a Ucrania. A instancias del partido CDU, la oposición en el Bundestag someterá a votación un pedido para que el canciller Scholz resuelva de una vez por todas el envío de los misiles Taurus que reclama Kiev desde hace meses y que necesita para llegar a la retaguardia profunda del ataque ruso. Francia ya autorizó la entrega de 50 misiles SCALP adicionales y 80 bombas guiadas. Estos son solo los anuncios de los primeros días del año 2024, pero sirven para contraponer la asistencia acelerada de Europa con la incertidumbre que generan las noticias que llegan desde América.
Ursula Van Der Layen, presidenta de la Comisión Europea, ya aclaró que la UE no dejará de apoyar a Ucrania en 2024 y que sostendrá ese apoyo hasta que Rusia deje las tierras invadidas. Es toda una declaración de principios que responde a las dudas sobre la continuidad del respaldo a Ucrania y tiene un doble propósito. Por un lado, busca responder a la campaña de desánimo que lanzaron los rusos, y por el otro, reunir a la tropa europea ante un nuevo paradigma de seguridad.
También es una previsión por EEUU si decidiera escapar momentánea o permanentemente a sus compromisos de seguridad colectiva con Europa. En Bruselas, no quieren depender de las ambigüedades de Trump, los problemas legislativos de Biden y los delirios de Taylor Greene. En las capitales europeas anticipan que el triunfo de Trump implicaría cuatro o más años con EEUU mirándose el ombligo. Y que, por haber dejado de desarrollarse militarmente, han quedado a una altura que los condena a contemplar también a ese mismo ombligo. Europa ya pagó el precio de la renuncia al gas barato con que Putin los había hipnotizado políticamente y el peaje que le impuso EEUU a su modorra industrial, productiva y estratégica con la venta de aviones F-35 y el envío de cantidades fenomenales de GNL de reemplazo. Pero, así como Europa entendió el problema de la dependencia hacia el gas ruso, ahora pareciera haber entendido que además estaba cayendo en una adicción similar al comprender que el respaldo norteamericano también les había generado un enanismo militar.
Cuando alcance el ideal de gasto de defensa del 2% del PIB, Europa podrá contar con un presupuesto de 290 mil millones de dólares. Sumando los 78.200 millones del Reino Unido, estaría por encima de Rusia, pero aún muy lejos de los 886 mil millones de EEUU.
Además, más allá de los paraguas diplomáticos y la carta de la OTAN con su artículo 5° tan confortable para detener una escalada nuclear o convencional con Rusia, Europa parece haber caído en la cuenta de que las condiciones políticas pueden cambiar más rápidamente de lo planeado. La guerra de Ucrania mostró que la disuasión atómica y los programas ultra ambiciosos para armas de ensueño tecnológico son lujos grotescos frente a guerras libradas en trincheras embarradas y duelos de artillería interminables que consumen cantidades prodigiosas de munición. Las reuniones interminables del pasado para revisar la huella de carbono que generaba un tanque o sobre la paridad de género entre pilotos de helicópteros deberán ser reemplazadas por una mirada más realista sobre la inadecuación y la dependencia militar que se hizo evidente. También, que al haber mudado su producción al Oriente por cuestiones de costos, también han tercerizado gran parte de su seguridad estratégica en un socio como los EEUU, que ahora con sus desavenencias internas expone con crueldad la falta de una personalidad de defensa europea. Esa precariedad se expande de otros escenarios fuera de Europa. Bruselas no participa como actor de la crisis en torno a Israel y la crisis del Mar Rojo muestra la falta de una postura común para hacerle frente a un escenario que afecta más duramente a europeos que a Estados Unidos.
Quizás esa crisis de adecuación explique por qué Gran Bretaña y Holanda enviaron buques para integrarse a la flota de 20 naciones liderada por Estados Unidos, mientras que Francia y Alemania envían naves que actuaran por fuera de ella. Hay un mar de fondo que comienza a tener consecuencias. También para los aliados de Estados Unidos fuera de Europa las elecciones en ese país tendrán secuelas. Taiwán, Japón, Corea del Sur y Filipinas, por citar solo algunos casos, deberán hacer previsiones en caso de que Washington se encierre en una burbuja naranja.
Japón fue el primer país en entenderlo, al lanzar un plan para convertir sus fuerzas armadas de una organización defensiva a una capaz de proyectar su poderío y hacerle frente a los movimientos chinos, norcoreanos y quizás rusos para cubrir el vacío estratégico. Corea del Sur apuró la conversión de su industria militar para sumar socios estratégicos en Europa, como es el caso de Polonia, en donde sus productos compiten con los de Estados Unidos, y con Turquía, previendo además que el aislacionismo le ofrece oportunidades para tejer más alianzas. Australia recorre el mismo camino y debe apurarse, porque con un retiro gradual de Estados Unidos quedaría a cargo del flanco sur de la problemática zona del Mar de la China. Ya vivió la misma situación en 1939 y el que se quema con aislacionistas, cuando ve un peinado raro llora.
A días de la masacre del 7 de octubre, Trump descalificó al presidente israelí Benjamín Netanyahu al decir que era un improvisado, elogió la “inteligencia” de Hezbolá y luego criticó la decisión de Biden y los aliados de Estados Unidos de atacar a las posiciones hutíes proiraníes. Trump considera que las crisis deben solucionarse con negociaciones y que su intervención personal es la clave para frenarlas. Queda claro que en su concepción no hay asistencia militar y que lo que opine cada estado afectado, sea Israel o Ucrania, no es parte de su ecuación ganadora.
Israel, que hoy está protegido por la flota estadounidense, ya debe haber analizado la opinión de Trump respecto a que la respuesta militar de Washington a Irán, Hamás y a los hutíes fue un error. Esas declaraciones y el corte de la asistencia son puntos que deben tener en cuenta.
Los espacios que dejaría desatendidos un gobierno republicano concentrado en sus asuntos internos incluyen además a África y América Latina, donde Europa tiene intereses vitales que van desde lo económico a las alianzas políticas, y que debería afrontar en adelante por sus propios medios.
El desenlace de las elecciones estadounidenses está lejos de ser un asunto de política interna y está generando reacomodos en Europa y otras regiones del mundo, movidos por la urgencia para llenar los vacíos que dejaría un triunfo de Trump.
Europa ya está respondiendo con una batería de anuncios de ayuda a Ucrania. Queda por ver si podrá cubrir también la abstinencia de colaboración de EEUU en otros escenarios. Pero para eso los europeos deberán resolver el problema de la coordinación en sus políticas exteriores.
Aún debe aceitar los mecanismos para neutralizar a los orbanes y ficos, para homogenizar las agendas de franceses y polacos o para encontrar un discurso coherente entre los que condenan los ataques de Irán y sus perros terroristas y casos como el del español Sánchez que los relativizan.
Ante un riesgo de aislacionismo republicano, Europa debería encontrar el modo de sacudirse la artrosis y los miedos acumulados de dos guerras del siglo pasado y recuperar la mayoría de edad estratégica que perdió al ponerse al amparo de una potencia extrarregional. Europa occidental tiene en conjunto un presupuesto militar anual que llega al 45% del de EEUU y una industria militar que aún tiene el potencial para darle autonomía de decisión. Pero recién ahora se animaron a llevar el gasto al 2% de su PBI. Los cambios son lentos y el tiempo apremia.
Ya hay algunos indicios, como el programa para asistir con municiones europeas a Ucrania y los movimientos para sacarse de encima el mecanismo de voto unánime para cuestiones de seguridad imperiosas. Aún queda mucho por cambiar dentro de la UE y también en la OTAN.
Queda claro que esos cambios van a ser facilitados con una victoria republicana y el aislacionismo de EEUU. Mejor dicho, Europa no tendrá más opciones porque la guerra está en su región desde hace casi dos años y lo que en Washington es especulación política, en Europa es riesgo vital. El divorcio entre un aislacionismo estadounidense y las urgencias de seguridad europea con una guerra en curso en su región y nada menos que contra Rusia, es un escenario ideal para que se produzca un reacomodamiento de los polos de poder global de proporciones impensadas.
Lo mismo sucede en Oriente, en donde Japón, Australia, Taiwán y otras naciones deben hacer frente al expansionismo chino y recalcular sus pasos ante una defección de EEUU. El grito de Taylor Green en Ohio se puede convertir en un tifón de cambios al llegar al Mar de la China. Rusia y sus aliados avanzarán tanto como se lo permita la debilidad de sus aliados. China hará lo propio en su zona de influencia. En esos y otros escenarios hay intereses europeos y alianzas que proteger. El Esequibo y el envío de un buque británico son una muestra de ello. Es por eso que era importante analizar la reunión que se produce en Washington a la luz de las consecuencias inmediatas y el trasfondo profundo de los cambios en curso. Las alarmas ya se prendieron.
Por ahora lo más razonable es, considerando las encuestas, esperar una victoria republicana y dado que Trump parece ser el favorito, calcular el mundo a partir de un ostracismo de EEUU que dure al menos cuatro años. Es una enormidad de tiempo en un mundo que muta a diario. Lo más urgente son los conflictos en curso, en particular el de Ucrania, porque supone un riesgo vital para Europa occidental, y el que involucra a Israel, por su potencial para convertirse en una crisis de magnitud global por la variedad y poder de los actores y factores involucrados.
En vistas del bloqueo de MAGA a la asistencia de EEUU a sus aliados, habrá que sacar de la ecuación a EEUU hasta que Trump, Biden y la señora de las conspiraciones terminen de hacer su juego. Quedan Europa y sus aliados en otras regiones por un lado y el Eje autócrata por el otro.
Y luego una suma de países con aspiraciones de cobrar protagonismo global y regional, como turcos y saudíes y otro conjunto de naciones y grupos que buscarán colarse entre los intersticios que se van abriendo ante la ruptura global que proponen los aislacionistas. Son tiempos de cambios profundos que se aceleran por las ambiciones enfrentadas de los grupos que se disputan el poder en la principal potencia del planeta. Alrededor, todos se preparan para adaptarse o perecer en el intento.