top of page
Buscar

¿Funciona el "método Trump" para presionar a otros países?

Ignacio Montes de Oca



Por Ignacio Montes de Oca


¿Es Trump un buen negociador? Su apuro por anunciar un acuerdo con Putin para lograr una tregua en la invasión a Ucrania lo está exponiendo a una derrota política temprana, agudizada con un fracaso anterior al incumplir su promesa de resolver el conflicto en 24 hora.


Ucrania ya rechazó un acuerdo al decir que no habrá paz “sin incluir a Kiev” mostrando la debilidad del planteo de Trump al excluirlo de una solución y ningunearlo públicamente al decir que tenía poco apoyo basándose en encuestas que nunca exhibió para validar lo que afirmaba. Zelensky también se negó a firmar el documento mediante el cual le cedía el manejo de recursos naturales ucranianos por valor de U$S 500.000 millones que le acercó el Secretario del Tesoro Scott Bessent en el marco de la reunión de Múnich para apoyar a Ucrania. Trump ya daba por hecho que Ucrania aceptaría esa imposición, aunque superaba en 8,3 veces los U$S 60.000 millones en pertrechos militares ya entregados por EEUU e hipotecaba recursos naturales 2,7 veces superiores al PBI de Ucrania e iban más allá de las tierras raras.

Los agravios públicos a Zelensky, innecesarios si Trump pretendía presentarse como mediador, se combinaron con una postura sumamente cariñosa con Putin a quién no se le impuso presiones y sobre quien llovieron concesiones y hasta semi admisiones de sus conquistas territoriales. En ese marco irrumpió la diplomacia europea que, pese a ser lenta hasta el aburrimiento, parece haber percibido la debilidad de la postura de Trump. El mismo 12 de enero Francia, Alemania, Polonia, España y el Reino Unido emitieron la “Declaración de Weimar”. En un lenguaje inusualmente duro, apoyaron la “independencia, la soberanía y la integridad territorial” ucraniana y le recordaron a Trump que había olvidado mencionar el rol agresor de Putin. En el mismo texto se comprometieron a seguir asistiendo a Ucrania. La encargada de relaciones exteriores de la UE, Katja Kallas, se reunió con el ministro de defensa ucraniano, Rusem Umerov, y le ofreció garantías de seguridad para su país, algo que el Secretario de Defensa de Trump, Pete Hegseth, se había negado a dar en Múnich.

Hegseth intentó imponerles a los socios de EEUU un acuerdo pre digerido y ante su falta de experiencia, después de todo viene de ser presentador de la cadena de TV Fox, hizo que Trump tuviera que hacerse cargo de las respuestas que llegaron como un vendaval desde Europa. Estas reacciones desarticularon la estrategia de Trump en cuestión de horas. Fracasó en su pretensión de imponerle una tregua a Ucrania arreglada con Putin, pero que dejaba en manos de los europeos la aplicación y a EEUU con los beneficios económicos y la foto del pacificador.

Kallas no fue la única voz que se alzó contra Trump. El ministro de Relaciones Exteriores británico Ed Davey calificó el plan como “la mayor traición desde Polonia en 1945”. Su par sueco Pal Jonson reclamó darle lugar a Ucrania y ayudarla a que “negocie desde un lugar de fuerza”. Incluso la diminuta Luxemburgo se le animó a Trump al decir que no debía haber negociaciones “sin Ucrania en la mesa”. El ministro francés se burló y dijo que proponía una “paz a través de la debilidad” alterando el slogan que guía al segundo mandato de Trump hacia el exterior. El Ministro de Defensa alemán Boris Pastorius dijo que era “lamentable” cederle territorios a Rusia y que hacía “concesiones antes del inicio de las negociaciones”.  Nunca se había dado una “rebelión” tan numerosa contra Trump, menos aún en su primer mandato. No era la única.

Trump venía de otra derrota y va una mayor que aún está en curso, ambas por la cuestión de Gaza. Se trata de su propuesta para tomar posesión de Gaza luego de llevar adelante una limpieza étnica sobre los dos millones de residentes de la Franja. Revisemos los hechos. El presidente norteamericano propuso desplazar a los gazatíes sin explicar cómo piensa lograrlo. Lo presentó durante la visita de Washington del Primer Ministro Benjamín Netanyahu y en una rueda de prensa en la que el mandatario judío no avaló su plan. La propuesta para Gaza fue mutando en las horas siguientes y funcionarios como el Secretario de Estado Marco Rubio salieron a matizar los dichos de Trump en un intento por contener las reacciones contrarias que fue cosechando con el correr de las horas y que corroían su imagen.



Trump primero aseguró que Egipto y Jordania iban a recibir a los dos millones de gazatíes. Egipto no solo rechazó la idea, sino que realizó movimientos sutiles con las fuerzas militares que desplegó en el Sinaí para prevenir un aluvión de refugiados desde el oeste. El rey jordano Husein Abdalá II también objetó la propuesta en público y reiteró su rechazo al visitar la Casa Blanca el 12 de febrero. Se mostró visiblemente incómodo en la conferencia de prensa que dieron juntos, en la que Trump invocó un supuesto acuerdo por el tema. El monarca jordano encontró una salida elegante ante la presión de Trump y admitió que iba a trasladar gazatíes a su reino, pero que se trataba de 2.000 niños con heridas graves. Abdalá II recibió a su regreso muestras públicas de apoyo por haber “defendido a Jordania”.

El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, fue uno de los primeros en cruzar a Trump por Gaza. No es una oposición menor porque de los saudíes depende retomar los Pactos de Abraham, suspendidos por el ataque de Hamas e Irán del 7 de octubre de 2023. Trump prometió recuperar el tiempo perdido en la normalización de las relaciones entre saudíes e israelíes, uno de sus mayores logros durante su primera presidencia. Y también aspira a recibir los U$S 500.000 millones de inversiones prometidos por bin Salmán.

El plan de Trump para Gaza basado en legitimidad concedida por “la autoridad de Estados Unidos” contradice al que ya habían presentado los saudíes para reconstruir la Franja con fondos nutridos además con aportes de emiratíes, cataríes y de otras coronas petroleras sunitas. Trump insiste en que va a tomar para EEUU la Franja de Gaza y construir un emporio inmobiliario y turístico “palestinian free” aunque cada vez se aleja más de la realidad y solo le sirve para generar más rechazos como el que sumó de la UE y de Turquía.

Lo que propone Trump es impracticable porque crear un espacio para alojar a dos millones de personas requiere de cantidades monumentales de dinero que EEUU no quiere gastar, que es mayor que el que prometen los sunitas para reconstruir Gaza y porque no hay donde llevar a los gazatíes. La derrota política vino al corroborar que incluso luego de amenazar a Egipto y Jordania, los países árabes cerraron filas y sostuvieron su rechazo. De a poco, se va horadando la capacidad de presión de Trump ante los sucesivos y continuados desafíos que cosecha.

Trump ha quedado solo hablando de su proyecto Mar o Gaza y pocos lo toman ya en serio. Incluso Netanyahu dejó que el asunto se diluya. Pero el primer ministro israelí tiene otro motivo, más allá de que propone desplazar también a Israel de Gaza. En su estilo verborreico, Trump hizo otro movimiento que afectó profundamente la delicada tarea de liberar a los rehenes retenidos por Hamas en Gaza. Quizás en busca de protagonismo o por su necesidad de matizar su derrape, le dio un ultimátum inconveniente a Hamas. El 10 de febrero dijo que, si los terroristas no liberaban a todos los rehenes el sábado 15, iba a “desatar el infierno sobre ellos”. Fue un acto objetivamente torpe que puede arruinar meses de trabajo de la administración anterior, de Israel y de los mediadores egipcios y cataríes. Trump superpuso dos motivos para romper el delicado entramado que permite el goteo de liberaciones de rehenes: por un lado, subió la apuesta a una liberación total y por el otro le sumó una amenaza existencial a los palestinos en Gaza que interfiere aún más con el proceso.



Después de todo, aunque impracticable, el plan de limpieza étnica solo estaría siendo frenado por la existencia de escudos humanos y eso obliga a retardar una solución a la cuestión de los raptados por el terrorismo. El daño que genera la diplomacia hotelera es inmenso. Pero también expone a Trump a otra derrota el próximo sábado, porque salvo que ese día sean librados los 73 rehenes restantes, su amenaza quedará desautorizada. Ese es el problema de la exuberancia del estilo Trump, es a todo o nada y poco es fracaso.

Puede alegarse que la presión funciona si Hamas libera una cantidad mayor de rehenes, pero en los hechos el acuerdo de tregua fue alterado. Y eso es el efecto contrario al que buscaba Trump con sus amenazas. No hablamos ni a favor ni en contra, medimos su eficacia. Se trata de calcular consecuencias: ahora algunos gazatíes sumarán la lucha por permanecer en su tierra y eso favorece además al reclutamiento por parte de Hamas y otros grupos terroristas, facilitado por una devastación y la certeza de la existencia de una alternativa sunita. Esto es una cuestión importante porque Trump afirma que no va a enviar tropas de EEUU a Gaza mientras caldea aún más el ambiente. Hamas aumentó su tropa con al menos 15.000 nuevos adherentes. La Franja está inundada de armas. Trump y su estilo, no ayudan a aliviar la presión.

Esa eficiencia del “método Trump” puede medirse en otros asuntos en los que se aplicó esa máxima presión distintiva. Vamos al caso de Dinamarca y la pretensión de comprar la isla de Groenlandia. ¿en que quedó en asunto? Congelado y camino al Museo de Asuntos Políticos Pintorescos. Trump nunca tuvo posibilidad de comprar Groenlandia porque a los locales no les interesa y las leyes hacen que Dinamarca, que también despreció la propuesta, tenga la última palabra. Y no puede invadirla porque es parte del territorio de un socio de la OTAN.

El método Trump, como vamos viendo, se basa en un desacople con la realidad y la búsqueda de apoyo en las audiencias que, sin embargo, pueden aportar poco a nada para alterar los factores que definen cada asunto. Vamos a explicarlo con otros casos.

En el caso del Canal de Panamá generó un ambiente de idéntica presión. De nuevo apeló a supuestos que terminaron por degradar su postura. Por ejemplo, el imaginario manejo del Canal por parte de China, que en realidad se verificó en su presencia de dos terminales fuera de la zona. Lo mismo sucedió al apelar emocionalmente a los “35.000 norteamericanos muertos en la construcción del Canal”. Las fuentes históricas dicen que solo trabajaron 10.000 ciudadanos de EEUU y que murieron 5.611 entre las 56.307 personas contratadas de todas las nacionalidades. No se trata de criticar la veracidad de Trump, sino de explicar como la falta de rigor termina por diluir sus argumentos y por ende la eficacia de su presión. Veamos los resultados: EEUU nunca estuvo siquiera cerca de recuperar el control del Canal, pese a la controversia.



Si medimos lo logrado es más fácil de mensurar. El objetivo de máxima era tomar el control del Canal. El de menor rango obtener ventajas tarifarias para los buques comerciales de EEUU. El secundario, disminuir la influencia china. Este era más fácil porque era inapreciable. El final de la controversia y con todo el capital político apostado por Trump logró que Panamá acelerara la auditoria sobre las concesiones a las terminales chinas y otorgara un contrato de revisión por 2,2 millones de dólares a favor de la empresa norteamericana AECOM. El contrato prevé una revisión del proyecto ferroviario Panamá-David– Frontera por U$S 4.100 millones concedido a la China Railway Design Corporation. Fue una decisión salomónica en donde una de las partes se quedó con uno de los rizos del niño en disputa.

Eso sí, Trump logró que Panamá no renovara el convenio de la ruta de la Seda con China, pero de allí al control del Canal de Panamá hay uno o dos océanos de distancia. Sigamos revisando resultados en el objetivo que queda: las tarifas preferenciales para buques de EEUU.

El Secretario de Estado Marco Rubio llegó a Panamá el 1° de febrero en su primera gira por el exterior y se reunió con el presidente José Raúl Mulino. Fue entonces que se produjo un incomodo incidente que tiene mucho que ver con el resultado del “método Trump”. Rubio anunció tras la reunión que Panamá había accedido a dejar de cobrarle peaje a los barcos del estado norteamericano que transiten por el Canal. Horas después, todo fue desmentido por el gobierno panameño en una situación bochornosa y aleccionadora. A pesar de las amenazas de Trump y el tiempo invertido en el asunto, el estado panameño logró sobrepasar la situación con un costo de 2,2 millones de dólares, un auditoria que de todos modos iba a hacerse y con la renuncia a un acuerdo con China como precio final.

Sigamos midiendo eficacia a partir de los objetivos y los logros. Trump amenazó desde la campaña electoral con aranceles del 25% a México y Canadá a cambio de una mayor colaboración en la cuestión de la inmigración ilegal y el tráfico de narcóticos en la frontera común. Para no extenderse demasiado, Canadá y México respondieron con medidas en espejo el mismo día en que Trump inició la guerra comercial. En cuestión de horas, EEUU suspendió la aplicación de las tarifas tras una conversación telefónica entre los mandatarios. Veamos que logró cada uno. México y Canadá obtuvieron una tregua por un mes en la guerra arancelaria. México acordó enviar 10.000 Guardias Nacionales a la frontera con EEUU. De hecho, esto ya había sido acordado en los tiempos de Biden, en abril de 2023. En esa oportunidad el entonces presidente mexicano Manuel López Obrador acordó con su par de EEUU el despliegue de 32.000 soldados en la frontera común. Canadá ya había desplegado tropas también, por lo que un acuerdo similar con Trump fue fácil de lograr.

Visto en términos apartidarios, Trump obtuvo con sus amenazas lo que ya tenía desde antes de desplegarlas. Y hasta donde se sabe no hay nuevos convenios que perfeccionen a los existentes en materia de lucha contra el narco y la inmigración ilegal. Medimos logros, no juzgamos. Por eso hay que medir la eficiencia a partir de los hechos que genera una acción y no a partir de una estética ideológica o desde el gusto por un estilo u otro. Sigamos entonces calculando le eficacia del método Trump en otros asuntos surgidos desde su nueva asunción.

Tomemos el caso venezolano. Hubo amenazas indirectas de corte en la compra de petróleo y hasta rumores de intervención y de un acuerdo secreto con Erick Prince y sus contratistas. Trump reconoció a Edmundo González y trató de Maduro de dictador. El panorama era de confrontación. Pero una vez en el ring los contendientes se sacaron los guantes e intercambiaron cartas en papel de Hello Kitty. Trump quería asegurarse que el chavismo reciba a los deportados, recoger su petróleo y que libere a seis rehenes norteamericanos. Maduro pedía no ser molestado.  ¿Cuál fue el resultado? EEUU logró liberar a los rehenes, se aseguró enviar a los inmigrantes y el dictador logró garantías del enviado de Trump, Steve Gernell, que lo trató de “presidente Maduro”. Y como bonus track, la extensión de la licencia de Chevron junto a la vía libre para exportar crudo.



Para el caso de Colombia y la controversia por el modo en que eran trasladados los deportados desde EEUU, volvamos a medir objetivos y logros. Trump no quería ver interrumpido su plan de deportación. Petro no quería que los colombianos lleguen en aviones de EEUU y esposados. Hubo una exhibición de pavos reales que duró seis horas. Trump anunció un arancel del 25% a los productos colombianos, Petro empardó y subió a 50%. Trump igualó y todo esto ante una audiencia en redes enfervorizada como en un circo romano digital. El fin de la historia fue que cada cual obtuvo lo que quería. Petro mandará aviones colombianos a buscar a sus ciudadanos y Trump no verá interrumpida la expulsión de ilegales a tierras de Petro. Y los pavos reales bajaron sus colas y volvieron a ser unos pavos.

Vamos al capítulo final, a profundizar en la estrategia de los aranceles de Trump para seguir midiendo resultados. Dejemos los casos ya tratados y vamos a otros. Un arancel es una sanción comercial o perjuicio y por definición es una medida agresiva de política exterior. Establecida su naturaleza, revisemos el listado de países “atacados” en la primera etapa del segundo gobierno de Trump para luego medir su eficacia. Amenazó a Taiwán y la isla no mudó sus fábricas de chips a territorio norteamericano como le exigió Trump. Aplicó aranceles al acero y el aluminio afectando las exportaciones de Japón, Brasil y Argentina. Japón dijo que estudiaría el desequilibrio en la balanza bilateral. Brasil le anunció tarifas en reciprocidad. Argentina no hizo nada en absoluto pese a la “amistad” entre Milei y Trump.

En los tres casos, y otros similares, los países comprendieron desde la anterior presidencia de Trump que finalmente estos aranceles son trasladados al consumidor de EEUU y que la demanda del mercado a lo sumo obliga a buscar mercados alternativos. En ninguno de los casos hubo una recompensa para los EEUU. Es decir que los aranceles son un arma desafilada que luce peligrosa pero no causa más que cansancio al que la blande. Y su uso abusivo solo logra inflación en el arancelador y poco efecto en el arancelado.

Trump amenazó a la Unión Europea si no remediaban el déficit en el intercambio. La presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, respondió que aplicaría "contramedidas firmes y proporcionales". De nuevo, nada sucedió y las advertencias pasaron a ser parte del paisaje. De la misma manera actuó China, que está en una guerra arancelaria con EEUU desde el primer período de Trump. El resultado es un déficit sostenido en contra de EEUU que la batalla de aranceles de Trump, profundizada con Biden, no se revirtió. En 2024, fue de U$S 295.400 millones. Aun con aranceles crecientes, EEUU tuvo un déficit en su intercambio exterior de U$S 918.400 millones, superior en un 17% al de 2023. Incluso cuando Trump ya había ganado y amenazado con tarifas a las importaciones, ese déficit se sostuvo en U$S 122.000 millones en enero de 2025.

Desde donde se le aborde, la estrategia de amenazas de Trump no está teniendo efecto. Tampoco su método de presión porque al menos por ahora no logró cambios sustanciales en donde fue aplicado. Groenlandia sigue danesa, el Canal panameño y sin tarifas de excepción…

… no hay datos que indiquen que Canadá y México hayan variado en mucho su actividad en el borde con EEUU y China sigue su vida económica. Las fábricas de Taiwán siguen allí y nadie anunció una mudanza. Ucrania rechazó el pacto de Trump con Putin, sus tierras raras están intactas y sus socios europeos se sacudieron la modorra para desafiar a EEUU. La guerra sigue adelante como la brutalidad represiva de Maduro y los vuelos nacionalistas de Petro.



Hay que resaltar un faltante, una concavidad en donde la exuberancia de Trump no llena el vacío y es importante para terminar de medir la eficacia. Veamos los países libres de acoso arancelario y de amenazas de expansión territorial. El listado no es grande.

Rusia no fue presionada con una ampliación de las sanciones. Por el contrario, hubo un relajamiento furtivo al desactivar a la oficina del Tesoro que monitoreaba y embargaba los bienes de los oligarcas de Putin. Ya lo explicamos, puño para Ucrania, palma suave para Rusia.

Tampoco hubo sanciones para Irán, pese a que fue uno de los objetivos predilectos de Trump en su primer período presidencial y la alianza con Israel que suponía una urgencia mayor que la que se dedicó a vecinos y socios de la OTAN. Teherán viene esquivando la furia de Trump. En el listado de omitidos están Corea del Norte que sigue mejorando su arsenal nuclear con la asistencia de Rusia, al igual que Irán, para amenazar a Corea del Sur y Japón que sí fueron objeto de la furia de Trump con sus castigos arancelarios en el capítulo siderúrgico.

Tampoco fueron sancionadas las dictaduras cubana y nicaragüense. Mientras reciban los repatriados desde EEUU, no parecen ser prioritarios. Destaca entonces el trato diferente que recibieron los socios occidentales y el apuro por presionarlos y hacerles sentir su poder.

Hay poco que agregar porque allí en donde revisamos, no hubo un cambio sustancial y de fondo. La política exterior de Trump, al menos por ahora, es vistosa, vertiginosa y cada vez menos creativa. Se repite mucho el recurso del grito y la amenaza, pero nada más. Estamos midiendo la eficacia del método Trump y falta agregar que el factor final que hace a su capacidad de generar cambios.

Desde su primera presidencia Trump se dedicó a clausurar la participación de EEUU en los conflictos y retraer sus fuerzas militares. Es así que en agosto de 2020 acordó en Doha retirarse de Afganistán e Iraq y luego ordenó la salida de Somalia, la retirada casi total del apoyo a los kurdos sirios y la reducción de la presencia militar en Alemania. Esto es importante porque tiene que ver con el presente. Trump dijo que no va a enviar tropas a Ucrania y Gaza. Quiere conservar el slogan “conmigo no se inician conflictos”. Esto hace previsible que no use la fuerza militar para apoyar sus discursos. Si el que está del otro lado está enterado, sabe que esas cartas no serán jugadas. ¿Es por eso que no hay coacción sobre autocracias y dictaduras? Sin poner en juego el abrumador poder militar de EEUU, esos países son realmente inmunes a la presión. A la inversa, no tiene sentido sacar el arma si el otro conoce la intención de no gastar en balas.

Quien es confrontado por Trump, sabe que su público es interno y que una guerra es costosa. La lógica indica que el DOGE no le autoriza fondos para tomar Canadá, Groenlandia, el Canal o confrontar a Hamas, Rusia o Corea del Norte. Si se conoce el truco, ya no funciona. Por eso la violencia discursiva ante Canadá, Dinamarca y hasta la advertencia sobre incursiones a México para atacar a los cárteles, se convierten en palabras vacías para quienes están al tanto de los métodos de Trump. Y le quitan eficacia en el mundo real.

Con estos datos de la realidad, podemos darle una explicación racional a la baja eficacia de Trump para lograr objetivos exteriores en sus primeros días de gobierno. No hubo, a la vista de los resultados, un vuelco en los conflictos centrales ni el mapa mundial con su llegada. Hay un componente central en Trump más ligado a la dramaturgia y la búsqueda de protagonismo que a una voluntad para cambiar al mundo, sus reglas y el equilibrio global. Estamos en la era de las redes y lo que luce es lo que vale. El relato reemplaza al acto.

El "método Trump" no resuelve los conflictos, los pausa y hace que los EEUU se retire ante la confrontación real. Ya lo hizo en Afganistán e Iraq para dejarle el terreno a talibanes e iraníes. Los hizo con Corea del Norte y la dejó proliferar. Ahora lo hace en Ucrania. Asociado a ello, es cierto que no inicia guerras, pero sí multiplica los conflictos. Antes de su llegada no existían las tensiones o no habían escalado las cuestiones que creó con Dinamarca, Canadá, Taiwán, Colombia, México y tantos otros nuevos puntos de tensión. Dinamarca gastará más en Groenlandia y Panamá auditará terminales. Si, pero ¿Qué otro gran cambio trajo tanto despliegue de aranceles y retórica ardiente? ¿Terminó el conflicto en Ucrania? ¿fueron liberados los rehenes en Gaza antes de su asunción? ¿Y el déficit? ¿Y el estado 51?

El método Trump funciona a base de la saturación de novedades y el copar el centro del escenario. Medido en términos de eficacia, por el poder desplegado y el tiempo dedicado, de funcionar ya deberíamos vivir en un mundo muy diferente desde el regreso de Trump. Estamos lejos de eso.

bottom of page