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Gaza entre una tregua frágil y un conflicto que no se resuelve a corto plazo

Ignacio Montes de Oca



Por Ignacio Montes de Oca

 

La tregua en Gaza pende de un hilo y el gobierno de Netanyahu suspendió el protocolo de rescate de rehenes acusando a Hamas por no haber entregado a Arbel Yehud, una de las cautivas que tenía prioridad en las liberaciones de hoy por tratarse de una civil. De acuerdo con Al Jazzera, Hamas incumplió lo pactado porque Yehud está en manos de otra de las facciones terroristas, la Yihad Islámica y esto plantea un interrogante sobre quiénes son los verdaderos captores de los 90 rehenes que falta liberar. Hamas no es el único grupo activo en Gaza. Además de la Yihad Islámica hay clanes armados que podrían tener a una parte de los rehenes y de allí que los pedidos de fe de vida que requirió Israel en las negociaciones hayan sido ignorados en varias ocasiones.

Para presionar una respuesta al interrogante, Israel bloqueó el paso de Netzarim mientras una multitud intentaba cruzarlo por la ruta costera para regresar al norte de la Franja de Gaza. En los disturbios al menos un civil palestino murió por un disparo y otros dos fueron heridos. Estas circunstancias siembran dudas sobre el futuro de la tregua de 43 días pactada con la medición de EEUU, Egipto y Qatar. Hay varios factores para sostener ese temor. El propio Trump dijo que no está seguro de que la tregua se mantenga. Recordemos que el plan consta de tres fases y que los 43 días abarca la primera de ellas y la liberación de 33 rehenes, de los cuales ocho ya están en Israel. En la segunda y tercera fase debería resolverse el destino del resto de los 98 cautivos desde el 7 de octubre.

Al menos 34 rehenes fueron asesinados durante el cautiverio y aun así Israel reclama sus cuerpos como parte del acuerdo. El problema es que, si Hamas no tiene la capacidad de resolver el problema de los rehenes restantes, el plan está destinado a fracasar. El plan que comenzó el 19 de enero deberá ser renegociado a partir del día 16 de la tregua para resolver el cautiverio de los rehenes restantes. Completada esa fase Israel se retirará de Gaza. En una tercera etapa, comenzaría la reconstrucción de Gaza.

El incumplimiento de la promesa de liberación de Arbel Yehud y el incidente en el corredor de Netzarim muestran que el pesimismo sobre la llegada a una tercera fase tiene sustento. Y además se fundamentan en la ruptura de la tregua anterior en diciembre de 2023 por parte de Hamas. Pero además hay más motivos para el pesimismo. Al cometer la masacre de Hamas, ese grupo terrorista afirmaba contar con una milicia de 38.000 milicianos solo en Gaza. En agosto de 2024 el gobierno israelí afirmó haber matado a 15.000 terroristas de Hamas. Pero de acuerdo con Reuters y citando fuentes de inteligencia occidentales, Hamas podría haber reclutado 15.000 nuevos combatientes desde que comenzó la ofensiva de Israel en Gaza. En otras palabras, una parte importante de sus bajas podría haber sido compensada.

Por una cuestión de probabilidad, es poco factible que en los cinco meses posteriores Israel haya terminado con los terroristas restantes. El despliegue militar en las dos operaciones de liberación de rehenes mostró que Hamas aun cuenta con una fuerza militar activa. El solo hecho de que aun retengan a los cautivos muestra que, pese a la aniquilación de Yayha Sinwar y el resto de la cúpula de la organización, Hamas aún sigue siendo un desafío para la seguridad de Israel. Lo mismo sucede con la Yihad Islámica y los clanes palestinos.

En la dinámica de Medio Oriente, a mayor nivel de destrucción crece la probabilidad de reclutar nuevos adeptos. Es allí en donde el éxito militar de Israel puede haber creado un caldo de cultivo ideal para que Hamas y grupos similares se regeneren. Es cuestión de cifras. 1,7 millones de los 2 millones de gazatíes fueron desplazados de sus hogares. El 66% de las edificaciones fueron destruidas y los servicios de agua potable y energía están devastados. Y el parentesco con las víctimas civiles hace el resto. Hay otro factor a tener en cuenta. Lo que fue aniquilada fue la estructura militar de Hamas en Gaza. Pero en el exterior, la cúpula sigue intacta salvo por su secretario general Ismail Haniyeh, asesinado por Israel en un suburbio de Teherán en julio de 2024. Pero el resto de la plana mayor sigue funcionado. También su estructura de inversiones y capitales valuada en al menos U$S 6.500 millones y que es suficiente para financiar la reorganización de su rama militar en Gaza y en otros sitios como el sur libanés y Cisjordania.

Parte de esa estructura económica está invertida y protegida por Turquía, que es además el sitio donde se mudó la dirigencia de Hamas luego de que Qatar les ordenara retirarse de su territorio en noviembre de 2024. Israel no puede actuar libremente en el suelo de un país de la OTAN.



Mientras Gaza esté bloqueada por Israel, es poco lo que puede hacer desde el exterior la estructura terrorista aun con tantos medios a disposición. Es otro motivo para pensar que una tregua permanente no puede ser aceptada por Israel si implica perder el dominio sobre Gaza.

El plan de cese el fuego concluye no solo con el retiro israelí de Gaza, sino que además deja en manos de Egipto el control del paso de Rafah y del paso de mercancías. Es la fórmula perfecta para que Hamas recupere su capacidad de contrabandear pertrechos.

Es improbable que Hamas recupere pronto la capacidad para producir y lanzar cientos de cohetes contra Israel y haya perdido en sofisticación, pero aun así el número le sirve para seguir estando presente y para resistir el intento de otras facciones para desafiar su liderazgo en Gaza. Es cierto que se trata de una nueva generación de terroristas sin la experiencia y la habilidad de los que lanzaron el ataque del 7 de octubre. Pero en una nueva fase de la guerra esa rusticidad plantea un problema para Israel, que debe entrar en Gaza para terminar con Hamas.

En sus ofensivas recientes Israel perdió 891 soldados, la mayoría en el infierno de callejones y ruinas de Gaza. Esta cifra es muy superior a los 658 soldados muertos en la invasión a El Líbano de 1982 que duró tres años. Esa es la eficacia de regresar a la rusticidad fanatizada. La regeneración de Hamas no es un asunto que Israel se tome a la ligera porque en Gaza hay cantidades inmensas de armas en manos de muchos grupos diversos y con los cuales Israel no se ha sentado a negociar. La situación de Arbel Yahud es una muestra de esa complejidad.

Hay otra dificultad para que haya paz en Gaza y no tiene que ver con las armas sino con la cultura. Entre los palestinos rige la estructura de los clanes o “hamulas. Aquí se explica.

En esta concepción, la idea de familia no está representada como en Occidente, con vínculos de segundo o tercer grado. En el clan, la familia puede implicar cientos e incluso miles de miembros. Entender esto es crucial para comprender la dificultad de lograr la paz. Por una cuestión estadística, es muy probable que casi todos los palestinos hayan perdido un “familiar” o que su grupo haya sufrido pérdidas de patrimonio. El otro concepto clave de la cultura palestina es el “tah´ir” o mandato de la venganza ante la muerte de un miembro del clan.

No importa si el chiismo iraní es desalojado de Gaza y reemplazado por un liderazgo sunita o una entidad no religiosa. Muchos palestinos pueden sentir que deben vengar a un miembro de su clan; eso cala profundamente en la cultura y tiene consecuencias militares. Si combinamos la devastación en Gaza con la presencia israelí y la idea de represalia de ambos bandos entonces es comprensible que exista un pesimismo sobre lo que sucederá al terminar la tregua e incluso antes de que sea terminada de implementar. Tenemos que sumarle la necesidad de Israel de completar la tarea de aniquilamiento de Hamas, dificultada con su capacidad de regenerarse. Netanyahu no pudo cumplir su promesa de traer a los rehenes sanos y salvos, ahora debe cumplir con la de acabar con Hamas.

No se trata solo de una cuestión de honrar la palabra. El futuro político de Netanyahu depende de finalizar la tarea en Gaza porque aún tiene pendientes respuestas por no haber previsto el 7 de octubre y antes de eso causas por corrupción y tráfico de influencias. El primer ministro israelí debe ofrecer algo que justifique su permanencia en el poder y el represaliar la masacre ejecutada por Hamas es un mínimo necesario. Pero esto nos conduce de nuevo a un escenario de confrontación porque el grupo terrorista sigue existiendo.

Mas urgente se hace esa demanda si crece la proporción de asesinados entre los 90 rehenes restantes. Sus opositores y los familiares seguirán acusándolo de privilegiar la salida militar. Salvo que un ambiente de guerra en curso esterilice esas acusaciones.

Netanyahu debe entonces continuar la batalla y una vez despejada la cuestión de los rehenes nada le impide aplicar la motosierra sin los miramientos lógicos de una situación en la que hasta ahora tuvo que usar el escalpelo en donde se sospechó que podía haber rehenes. ¿Qué le impidió hasta hoy a Netanyahu convertir lo que queda de Gaza en un montón de piedras humeantes? Los rehenes. Desaparecido ese tabú, solo una presión interna o una intervención externa poderosa pueden frenar una furia contenida por más de un año.

Puede que ese sea el destino de las 10.125 toneladas de bombas MK82 y Mk84 que recibirá Israel de los EEUU luego de que Trump levantara el embargo impuesto por Biden al envío de esas armas, precisamente para evitar que aumente la destrucción dentro de Gaza. En cualquier caso, una ofensiva sin los miramientos anteriores solo puede conducir a una mayor destrucción y a fortalecer el reclutamiento a favor de Hamas precisamente porque el “tah´ir” se fortalecería. Y con ello el ascendiente de ese grupo en Gaza.

Pero también favorecería la radicalización de otros grupos y de las iniciativas individuales desde la Franja y el exterior. Es así como la tregua debe preverse desde la lógica como un remanso dentro de una historia que, a la fuerza, no ofrece muchas oportunidades para la paz. En un escenario en donde los miembros de Hamas saben que afrontan el exterminio, es poco probable que haya espacios para negociar nuevas treguas y lo más previsible es que la lucha se haga aún más encarnizada. Que sea dentro de Gaza, aun más letal para ambos bandos.

Y hay otra señal de una nueva escalada. La dio Bezael Smortrich, uno de los aliados de Netanyahu dentro del gobierno y representante del ala más radical del nacionalismo religioso. Al igual que su par ideológico, Itamar Ben Gvir, amenazó con dejar el gobierno si se firmaba la tregua. A diferencia de Ben Gvir, Smotrich no dejó el gobierno y dio por motivo una promesa de Netanyahu de avanzar sobre Gaza una vez completada la liberación de los rehenes. Este anuncio refuerza la idea de que Israel no planea renunciar a su presencia militar en la Franja.



De hecho, Smotrich había dicho antes que el repliegue acordado al iniciar la tregua sería revertido tras completar la primera fase de liberación de los primeros 33 rehenes. No hay que tomar a la ligera las palabras de este personaje conocido por su extremismo anti palestino. Smotrich es partidario de la idea de anexar Gaza y de expulsar a los palestinos. El compromiso que lo une con Netanyahu no es un dato menor y eso nos conduce al otro factor que es el observar lo que sucede en Gaza como parte de una serie encadenada de conflictos. Hamas es, junto a la Yihad Islámica y Hezbollah, parte del ecosistema terrorista que responde a Irán. Como tal, su suerte está ligada a lo que suceda también en el sur del Líbano y en Cisjordania, en donde Smotrich también prometió una anexión total en el año 2025. Esto agrava la cuestión de la tregua porque los 3,2 millones de palestinos de Cisjordania forman parte del mismo grupo que los 2 millones de Gaza y los 600.000 en el Líbano. La suerte que sufran unos influye en la situación de los otros. Es el mismo conflicto.

Despoblar por la fuerza un territorio ya demostró ser un boomerang. La fuerza de 130.000 milicianos de Hezbollah nació de la deportación de los palestinos de Jordania al Líbano y Siria y de una población de 600.000 desplazados. Mover 5,2 millones, una receta para más de lo mismo.

De no lograrse una tregua integral para todos los palestinos, los clanes y los grupos terroristas se montarían sobre la misma necesidad de represalia que retroalimentaría a su vez las de Israel y a su demanda para actuar militarmente para obtener garantías de seguridad. Pero la situación se agravaría si se cumple la profecía de Smotrich que, además, como encargado de los asentamientos en Cisjordania, prometió acelerar la expulsión de aldeas palestinas para construir más colonias judías. Como se ve, Gaza es parte del todo.

La designación de Mike Huckabee como embajador de Trump en Israel quizás haya estimulado a Smotrich y Netanyahu. El ex gobernador de Arkansas coincide con ellos en que no existe un pueblo palestino ni una zona llamada Cisjordania. Solo una entidad bíblica llamada Judea y Samaria. Esa figura bíblica es compartida por Smotrich que la amplió a un igual de delirante “Gran Israel” que reclama como propios territorios de Siria, Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Palestina y Turquía. Supone el deslizamiento a posiciones irreconciliables e irracionales. Otro signo fue la orden de Trump de cesar las sanciones contra los colonos judíos en Cisjordania impuesta por Biden. Todo indica que Israel mantendrá y acelerará el conflicto con los palestinos también en el flanco este y eso suma motivos para pensar que la paz está aún lejana.

Esto, sumado a un creciente rechazo a los trazados fronterizos y a las organizaciones multilaterales que pudieran servir para evitar conflictos, vuelve a dejar en manos militares la resolución de las diferencias y con ello aumenta la posibilidad de una escalada.

Ya se está dando de hecho y Netanyahu se ha sumado a esta corriente al relativizar las fronteras trazadas en los acuerdos de Oslo e invadir territorio libanés y nuevas porciones de Siria, aportando así a la conflictividad y a un pronóstico pesimista.

En cualquier escenario la paz se aleja porque los palestinos buscarían responder a estos escenarios con el menú usual y cualquier iniciativa que busque canalizar el conflicto por medio de la negociación política tiene pocas posibilidades de éxito ante tanta furia prometida. Netanyahu avisó que no tolerará que en Gaza haya un gobierno de Hamas. Pero tampoco aceptará uno de Fatah, la facción que administra la Autoridad Palestina desde Cisjordania. Israel tiene los medios militares para impedirlo y esa es otra posible razón para nuevos conflictos. El problema es que para evitar que surja un gobierno en Gaza contrario a sus planes, Israel debe entrar y permanecer en la Franja. Con bombardeos no se resuelve el control territorial. El otro problema es que aún no hay alternativa política que satisfaga a Israel.

Los países sunitas que apoyaron la gestión de Qatar y Egipto son parte de esta ecuación porque apoyan reemplazar el integrismo pro iraní de Hamas en Gaza por una administración que les responda. Pero para ello requieren que Israel se retire de la Franja.

Aquí hay otro conflicto anexo porque la propuesta de los sunitas para reconstruir Gaza no le ofrece garantías a Israel. En los pliegues de la reconstrucción seguirá existiendo la estructura de clanes y los motivos para buscar una represalia en al menos una generación de palestinos. Y en un marco más amplio, el apoyo de los sunitas a Fatah en Cisjordania, en su respaldo a la existencia de un estado palestino y en el apoyo al nuevo gobierno sirio que reclama el retiro de las fuerzas israelíes de su territorio, hay un rumbo de colisión asegurado. Puede que Trump acerque una solución y no sea solo por medio de su poder de persuasión, que logró que Netanyahu acepte el plan de Biden que había rechazado en mayo. El nuevo presidente de EEUU puede querer reflotar su plan de paz para Medio Oriente.

Ese “Plan de la Prosperidad” que quedó inconcluso cuando Trump no logró la reelección en 2020 estipulaba que Israel anexara territorios palestinos que controlaba en Cisjordania a cambio de firmar la paz con un estado palestino al que debía reconocerle el derecho a existir. También, debía admitir la soberanía palestina sobre el resto de los territorios y sobre Gaza, además del derecho a fundar la nueva capital palestina sobre un tercio de la superficie de Jerusalén, la que la ONU señala como sector musulmán de la ciudad. Este arreglo coincide con varios de los puntos reclamados por los palestinos y las coronas sunitas a Israel y EEUU. Incluso pareciera ser una propuesta de ruta política para retomar los Pactos de Abraham arruinados por Irán al ordenar el ataque del 7 de octubre.

Pero a cambio le demanda a Israel concesiones que serían difíciles de digerir para la actual coalición de gobierno. Y se contradice con su actual ofensiva en los frentes de Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria. Y obligaría a Netanyahu a abandonar el camino beligerante. Trump quiere ser el pacificador de Medio Oriente, pero para eso debe conciliar su promesa de apoyo a Israel y a Netanyahu con su necesidad de tener la colaboración de las coronas sunitas para controlar el precio del crudo y asegurar inversiones prometidas por U$S 500.000 millones.

Esto tiene mucho que ver con Gaza porque parte del plan es asociar a los EEUU con el programa para la reconstrucción de la Franja, un negocio de al menos 80.000 millones de dólares en el cual Trump ya mostró interés en participar. Los fondos provendrían del sunismo petrolero. Pero para hacer ese negocio y reemplazar la influencia chiita por una sunita monitoreada por EEUU se hace imperativo romper el ciclo de represalias entre israelíes y palestinos. Esto se aplica a Gaza y al resto de los frentes en donde se reproduce este conflicto.



Turquía, que busca reemplazar a Irán en el padrinazgo de Hamas y otras facciones palestinas, trabaja con las coronas petroleras, sunitas también, y busca presionar en paralelo a Israel con amenazas cada vez más fuertes para que abandone el rumbo militar. Turquía apoya el reclamo sirio para que Israel regrese a la zona del buffer de los Altos del Golán y desactive un frente que puede agravarse. El corte de la ruta de abastecimiento de Irán a Hezbollah y Hamas en el sur del Líbano es el argumento para reclamarlo.

Europa se acerca a todo gas a Turquía y coincide en sus críticas a Netanyahu y en el pedido para que Israel abandone la ofensiva en Gaza y se avenga a negociar. Incluso coincide con la intención de Trump en uno de los pocos campos en donde no hay desencuentros.

Entonces, tenemos un escenario que a corto plazo supone un riesgo casi asegurado de escalada. Pero al mismo tiempo se están acumulando fuerzas para ponerle un coto a esa disputa y explorar alternativas para encaminarlo a vías no violentas en un futuro. Ese plan tiene aspectos políticos, soluciones económicas y alternativas de reparto territorial. Pero aun así no resuelve el factor más profundo y es la cultura de la represalia que, como una piedra de Sísifo, mantiene atrapados a palestinos e israelíes en un loop violento. Los palestinos deberán solucionar la inexistencia de un liderazgo político unificado y no violento. Y el ser proclives a dejarse seducir por un yihadismo ruinoso. Israel resolver la presencia de un gobierno condicionado por las necesidades políticas personales y la radicalización.

En lo inmediato, hay pronóstico de violencia mientras se resuelve el destino de los rehenes. Es una carrera contra el tiempo ante una tregua frágil. Luego vendrá más furia y más adelante, sobre las ruinas de la venganza mutua, quizás nazca una esperanza de paz. Aún falta para eso.


NOTA: Apenas fue publicado este artículo se conoció un audio de Trump en el que propone "relocalizar" a un millón y medio de palestinos desde Gaza a Egipto y Jordania. Además de ser impracticable desde el punto de vista del derecho, no hay datos de la intención de los dos países de asimilar a tal cantidad de personas. De manera que solo queda tomarlo como una expresión de deseos.

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