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Guerra en el Congo: el conflicto más cruel y olvidado del mundo

Ignacio Montes de Oca



Por Ignacio Montes de Oca

 

Los rebeldes del grupo 23 de Marzo entraron en la ciudad de Goma en el noreste de la República Democrática del Congo. Puede que a muchos les parezca un conflicto lejano e irrelevante, pero hay motivos importantes para prestar atención a lo que sucede allí.


Con 2,35 millones de km2 y 102 millones de habitantes el Congo es uno de los países más extensos y poblados de África. No hay que confundirla con Congo Brazzaville, un país de 6 millones de habitantes y 342.000 km2. Hecha la aclaración, sigamos. Congo tiene el 55% de las reservas de cobalto, unos 6 millones de toneladas y el 80% de las de coltán. Además, ocupa el 8° lugar en reservas de cobre y tiene importantes vetas de oro y diamantes. El coltán es crucial para la fabricación de componentes electrónicos y ópticos. El cobalto se utiliza en medicina, en cosmética, para fabricar pinturas y muchos otros usos. No hace falta explicar para qué sirven el cobre, el oro y los diamantes. Congo tiene la segunda selva más grande del planeta con sus evidentes recursos forestales. El problema es que la mayor parte de estos recursos están situados en la zona más turbulenta del Congo. O, a la inversa, la violencia se origina por el dominio de esos recursos. El control de la extracción minera fue el origen de las luchas entre militares e insurgentes.

Para entender esas disputas hay que remontarse al pasado y al problema de las identidades políticas y étnicas, la otra clave para explicar todo lo que sucede en el Congo. Empecemos por el conflicto más letal que sufrió el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. En las llamadas Guerras del Congo, murieron 5,4 millones de personas por la violencia o por sus consecuencias. En las dos etapas del conflicto entre 1996 y 2003, participaron fuerzas de Ruanda, Angola, Sudán, Libia Namibia, Chad, Uganda, Burundi y Zimbabue. La guerra se inició con los grupos que buscaban derrocar al dictador congoleño Mobutu Seseke Seko, que finalmente dejó el poder en 1997. Le sucedió el jefe rebelde Laurent Desiré Kabila en 2006, pero el nuevo gobierno no resolvió el problema de la corrupción y el subdesarrollo.

La persistencia de violencia y miseria viene de la época en que era una colonia de Bélgica, llamada Congo Belga, y se mantuvo cuando pasó a denominarse Zaire bajo el mando de Mobutu. Y continuó al cambiar su nombre, por el de República Democrática del Congo al finalizar la guerra. Esta es otra de las claves de la cuestión porque aquel conflicto se llamó también “La Guerra del Coltán” y su desarrollo tuvo mucho que ver con la aspiración de los grupos locales y sus aliados externos por controlar la extracción de la riqueza minera congoleña. Es así que los generales y funcionarios destinados a las provincias de Kivu o en otras regiones con yacimientos se convirtieron en señores de la guerra o cómplices de la marginalidad más preocupados por sus ingresos personales que por consolidar el dominio del estado congoleño.

Antes de seguir tenemos que mencionar otra masacre muy relacionada y es el asesinato de un millón de personas durante el ataque de la minoría hutu que gobernaba en ese país contra la mayoría tutsi y los hutíes moderados en Ruanda entre abril y julio de 1994. Los hutus fueron derrotados por las fuerzas rebeldes tutsis y huyeron al Congo. Entre los líderes tutsis se destacaba Paul Kagame, quien gobierna Ruanda desde el año 2.000 tras ganar sucesivas elecciones con una pureza norcoreana. La última la ganó con el 99,18% de los votos.



Los hutus instalados del otro lado de la frontera con el Congo lanzaron continuos ataques contra cuarteles y poblados en Ruanda con el apoyo del gobierno congoleño. El grupo principal, además de los exmilitares ruandeses, está formado por el grupo hutí Interahamwe. De hecho, la Primera Guerra del Congo comienza cuando las fuerzas rebeldes congoleñas de Kabila entraron a la provincia de Kivu apoyados por las fuerzas ruandesas. Fue en respuesta por el apoyo que les daba Mobutu a los hutíes para atacar a Ruanda. Mientras arreciaba este conflicto, comenzó a consolidarse un circuito de contrabando a través de Ruanda y Uganda. Los dos gobiernos apoyaron a los rebeldes congoleños y los financiaron, precisamente, con las riquezas minerales y forestales del Congo. Ese apoyo es muy redituable porque el 70% del coltán y una parte importante del resto de los recursos naturales del Congo son comercializados a través de Ruanda y Uganda. Es tanta la riqueza que sirve para aceitar tanto a los rebeldes como a las naciones que los patrocinan.

Ese circuito nutrió a grupos como la Alianza de Fuerzas para la Liberación del Congo y la Agrupación Congoleña para la Democracia, ambas relacionadas con Ruanda y Burundi por el tráfico de recursos. Como hay mucho dinero en juego, hay más actores en la trama. Los sucesores del Mai Mai son una coalición de señores de la guerra que controlan los negocios de diversas zonas de Kivu. Y a ellos se le suman los generales que recolectan ganancias personales desde sus guarniciones, casi siempre con una voluntad de combate secundaria.

En la zona de Ituri hay otro grupo militar particularmente violento denominado “Cooperativa para el Desarrollo del Congo” (CODECO). No es un error de tipeo, sus integrantes, de la etnia Lendu, se organizaron a partir de una entidad dedicada a la promoción agrícola. También está Mobondo, una milicia de la etnia yaka que opera en las provincias de Mai Ndmbe y en Kivu. Y los tutsis del grupo Banyamulenge que tienen su propia fuerza militar. A ellos se suma el M23, fundado en 2012 por exmilitares congoleños sublevados contra Kabila.



Hay más actores:  la misión de cascos azules de la ONU, la MONUSCO. Fue establecida en el año 2.000 y es una de las más antiguas, numerosas y más castigadas entre las fuerzas de paz. Se compone de 15.000 militares, policías y civiles de 49 países. Entre ellos hay grandes contingentes de uruguayos, pakistaníes, sudafricanos, nepalíes e indios, que son los países que aportan más tropas. En los combates en la ciudad de Goma, ya murieron 13 soldados extranjeros, entre ellos 9 sudafricanos, 1 uruguayo y 3 de Malawi. Esta es una de las pocas misiones de la ONU que está entrando en combate directo. Los miembros del M23 muestran una particular animosidad contra el contingente de la ONU y la situación de las fuerzas de paz es crítica en varios puntos del frente.

Hay otra fuerza internacional, la Misión en la República Democrática del Congo formada por soldados de Sudáfrica, Tanzania y Malawi. La SAD cuenta con 2.900 soldados y operan bajo el mandato de la Comunidad del África Oriental, con mayor libertad de combate.

Hay otros extranjeros, los mercenarios. En noviembre de 2023 fuentes locales informaron de la presencia de integrantes del grupo Wagner, pero el rumor fue desmentido por el presidente Félix Tshisekedi. Sí se corroboró que hay mercenarios de las empresas rumanas Asociata y Poltra. Y para completar el muestrario, también hay yihadistas. Se trata de los integrantes de la denominadas Fuerzas Democráticas Aliadas, originarias de Uganda, activas desde 1995 y asociadas al ISIS. Son responsables de un número creciente de masacres.

Ya tenemos el mosaico étnico y político, ahora tenemos que ordenarlo. Aquí entra de nuevo Ruanda, un país que luego del genocidio, logró una mejora espectacular en su economía y en todos los indicadores de salud, educación e infraestructura. Pero no en los institucionales. Paul Kagame fue el arquitecto de este éxito económico que llevó a Ruanda a ser uno de los países de mayor crecimiento del mundo. Y con ello logró montar una poderosa maquinaria militar y a tener un peso político mayor en la región. Hora de volver al Congo.



El gobierno ruandés nunca dejó de interferir en los asuntos congoleños y en particular en el desvío de los recursos naturales. Es por eso que el gobierno del Congo acusa a su vecino de lubricar su desarrollo a partir de fomentar la inestabilidad en su territorio.Además, recelan de Uganda que provee de santuario al M23. Desde allí partió la ofensiva hacia Goma. Los ugandeses facilitan también la salida del coltán, que se paga U$S 10 por kilo en el yacimiento y U$S 100 una vez refinado. La tonelada de cobalto pasa de U$S 7.000 a U$S 82.000. Ahora el M23 está por terminar de tomar Goma, la ciudad cabecera de Kivu Norte, y con ello se hace con el control de parte de los recursos de la rica región de Masisi. De este modo Ruanda y Uganda le arrebatarían al Congo el acceso a los yacimientos restantes de la zona.

El M23 ya tomó la localidad de Sake y cortó la salida de Goma. Sus 2 millones de habitantes están atrapados entre el frente y la frontera con Ruanda a 600 m al este de su periferia. Temen que, como en el 2012, la llegada de los rebeldes desate la violencia contra los civiles.

En el ataque a Goma participan 4.000 miembros del M23 apoyads por tropas del ejército ruandés. Se registraron combates directos entre soldados de los dos países. Del lado congoleño participan las milicias Wazalendo formadas con pobladores locales armados por el gobierno en 2023.



Es por eso que Congo acaba de romper relaciones con Ruanda y es el motivo por el cual las multitudes enfurecidas en Kinsasa, la capital congoleña, tomaron por asalto a la embajada ruandesa y las de las potencias occidentales, acusadas de complicidad con sus enemigos. Ya está instalada la idea de un expolio a las riquezas congoleñas por parte de Ruanda y Uganda, y la confabulación de Occidente para usufructuar con el contrabando a gran escala de coltán, cobalto, cobre, diamantes y oro enviado para abastecer a sus mercados. Se estima que solo en recursos mineros el Congo tiene reservas minerales por U$S 24 billones, sus exportaciones anuales superan los U$S 25.000 millones. La violencia en las zonas de extracción aleja al país de esa riqueza. Su PBI anual apenas alcanza los U$S 15.300 millones.

La pobreza supera al 80% y la esperanza de vida es de 58 años. Ocupa el puesto 180 de 186 dentro del Índice de Desarrollo Humano de la ONU y tiene 7 millones de desplazados internos y un millón exiliados en estados vecinos. El Congo es una tragedia y las perspectivas empeoran. Es un Moebius perverso porque sin recursos no hay desarrollo ni presencia ordenadora del estado en las zonas de extracción. Esto favorece la disputa por los recursos y su abundancia financia a la violencia. Y sin recursos para responder, Kinsasa reinicia el ciclo decadente.

El estado calamitoso de la economía y la falta de un ejército para poder controlar su territorio le privan al Congo de una salida. Su debilidad favoreció que las milicias y los países vecinos se apoderen de sus recursos. La corrupción y las luchas étnicas empeoraron el problema.



Por eso un país como Ruanda de 26.338 km2 y 14 millones de habitantes se le anima a un vecino con una población siete veces más grande y un territorio 90 veces mayor. Con 80.000 efectivos, los congoleños no pueden con los 33.000 efectivos de Ruanda mejor armados y disciplinados. El problema de fondo es que aun con tanta inestabilidad en las zonas de extracción los productos que generan riqueza siguen llegando a los mercados y a su vez financiando a los grupos armados que se disputan su dominio. Y a los países que sacan rédito de ellos.

También se acusa a las misiones de paz de ser parte del saqueo. Por ejemplo, las tropas keniatas fueron colocadas en la zona de Mwenga en donde extrae oro y cobre la empresa keniata Kamitunga Mining Co. y las chinas en Twngiza en donde opera la minera hongkonesa Shomka Resources.



En las zonas aledañas a Ruanda y Uganda, se denuncia que muchos de los contingentes extranjeros son parte del contrabando de minerales y del negocio maderero y del carbón vegetal, un mercado inmenso si se considera que el Congo tiene una de las forestas más grandes del mundo. Las zonas controladas compiten con los yacimientos ilegales explotados por los grupos paramilitares, en donde un minero puede trabajar 14 horas 6 días a la semana para ganar 10 o 12 dólares mensuales. En 2021, 55.000 personas murieron o fueron mutiladas en las minas. Cuantos más países intervienen más se aleja una solución y menos pareciera importarle al mundo. Y el Congo le sigue aportando para que desarrolle la Inteligencia Artificial y produzca más y mejores productos de consumo. En muchos de ellos se disimula la tragedia congoleña. Es imposible no conmoverse ante las imágenes de los mineros chapoteando en el barro, muchos de ellos niños. Pero si los ve, es probablemente gracias a ese coltán que recolectan entre el riesgo de aluviones y la amenaza de hombres armados que los vigilan. Son imágenes tremendas que generan una angustia atroz, pero que puede ocultarse con el maquillaje fabricado con cobalto y combinar a la perfección con alguna joya manufacturada con el oro y los diamantes contrabandeados desde el Congo hacia Ruanda o Uganda. Y de allí, a Occidente.



PS: el conflicto en el Congo es el más trágico en décadas. La muerte de un extranjero quizás lo saque de debajo de la alfombra del desinterés por un rato. O un video bien cargado de morbo grabado en una mina o una batalla congoleña se haga viral. Y luego, de regreso al olvido.

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