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Ignacio Montes de Oca

Guerra entre Pakistán y Afganistán: hay millones de motivos


 

Por Ignacio Montes de Oca

 

Para entender el agravamiento de la situación entre Pakistán y los talibanes hay dos términos claves que son “Pastunistán” y “Línea Durand”. A partir de ellos es posible entender todo lo que sucede, lo que sucedió y lo que podría suceder en esa región.

 

La línea Durand estableció el límite entre la India británica y el emirato de Afganistán en el año 1893. Se la llama así porque fue acordada entre Sir Henry Mortimer Durand, Secretario de Asuntos exteriores británico y el líder afgano del momento, el Emir Abdur Khan. Cuando Afganistán y Pakistán se convirtieron en países independientes se mantuvo esta misma frontera de 2760 km. Pero ese trazado suponía un problema, porque separó en dos los territorios de la etnia pastún, la más numerosa de Afganistán y que hoy reúne a 50 millones de miembros. Si observamos el mapa de Afganistán, veremos cómo su territorio se reparte entre la mayoría pastún al sur y los uzbekos, tayikos y turkmenos en el norte. En el centro están los hazaras. Y acá viene el problema de la continuidad más allá de las fronteras y la base del problema.



Los uzbekos se apoyan en sus pares étnicos de Uzbekistán, lo mismo que los tayikos y turkmenos con Tayikistán y Turkmenistán respectivamente y los hazaras son más cercanos a los iraníes por un vínculo lingüístico y cultural común. La línea Durand no eliminó las divergencias. Ya empezamos a entender el problema demográfico: Afganistán está dividida en feudos vinculados con las etnias y a su vez separó a los pastunes en dos territorios nacionales. Y esas etnias están lejos de vivir en armonía. Esto creó un problema demográfico y político de enormes proporciones.

Hay varios focos de resistencia armada en el norte centrados en el valle de Panshir que lanzaron más de 200 ataques en 2024. La mayor parte están enrolados en el Frente de Resistencia Nacional, heredera de la Alianza del Norte. Son liderados por Ahmad Massoud desde Uzbekistán. Los hazaras chiitas se resisten a los rigores religiosos de los talibanes sunitas y en el extremo opuesto hay otro grupo que los considera demasiado blandos y que traicionan al Islam al sentarse a negociar con estados no musulmanes como China, Rusia e incluso Pakistán. Ese grupo es el ISIS, que sigue muy activo en Afganistán dentro de lo que denominan el “waliato” o provincia de Kurasán, que abarca todo el territorio afgano. No es un grupo menor ni rustico. Es el mismo que reivindicó el ataque al teatro Crocus en Rusia el 22 de marzo de 2024. En Afganistán y Pakistán enrolan al menos 6.000 integrantes y fueron responsables de los ataques durante la retirada de EEUU que mató 13 soldados norteamericanos y a 170 civiles. Y del asesinato del ministro afgano de RREE en marzo de 2023.



Así entendemos que los talibanes enfrentan un problema creciente para controlar Afganistán, que se agrava por motivos económicos. Y esa inestabilidad a su vez está fortaleciendo a los grupos opositores. Vamos entonces a explicar el estado terminal de la economía afgana. Empecemos por decir que Afganistán está en el puesto 194 por ingreso per cápita, lo cual es bastante malo porque el listado tiene 196 naciones. En 2023 era de U$S 411. El índice de pobreza oficial era del 64,9% aunque otras fuentes la elevan al 85% de los 42,2 millones de afganos.

La ayuda externa representa el 40% de su PBI y la mayor parte de los alimentos que se consumen en Afganistán llegan desde el exterior y 28,3 millones de personas dependen de esa asistencia para sobrevivir. Aun así, desde 2021 los afganos atraviesan una hambruna crónica. Esa hambruna conduce al otro factor, porque Afganistán tiene valles fértiles y tierras de pastoreo suficientes para producir alimentos. Pero desde la era de la incursión soviética parte de esos territorios fueron tomados por los señores de la guerra para plantar campos de amapolas. Las amapolas son usadas para producir heroína y Afganistán llegó a ser el productor del 80% de esa droga a nivel global. El ingreso generado por su exportación abasteció de armas a los clanes, pero destrozó la producción agrícola y de pastoreo y desplazó a sus propietarios originales.

En abril de 2022 el líder supremo talibán, Haibatullah Akhundzada decretó que esa actividad iba contra la Sharia y la superficie de cultivo se redujo en un 95%. En realidad, quería arrebatarle el ingreso de divisas a los clanes locales y afrontar una colosal epidemia de adictos.

La estrategia dio resultado y en 2024 el área cultivada con amapola volvió a crecer un 19%. En ese lapso se interrumpió el ingreso de U$S 1.400 millones de dólares anuales, una cifra importante considerando que las exportaciones legales representan U$S 1.800 millones. Para hacer más oscuro el panorama, Afganistán atraviesa una sequía severa desde 2021 y sufrió un terremoto de 5,5 grados en marzo de 2024. El reemplazo de los cultivos de amapolas se vio dificultado por falta de insumos y la huida de agricultores y pastores por la violencia. Esa huida se enhebra con el regreso forzado de cientos de miles de refugiados desde Irán y Pakistán, lo cual hace que lo poco que hay para repartir deba racionarse entre más personas. Es la tormenta perfecta y es aquí donde los talibanes miran a Pakistán con creciente enojo.

Según la ACNUR, hay 6,4 millones de afganos refugiados en otros países; unos 4 millones en Irán y 2 millones en Pakistán. Y aquí es donde el problema afgano se vuelve regional, porque ambos países comenzaron a devolver a los afganos residentes en sus territorios. El gobierno iraní informó por medio de su jefe de policía, Ahmad Reza Radan, que su objetivo era expulsar 2 millones de afganos para marzo de 2025. Pakistán anunció que un total de 1,78 millones de afganos indocumentados serán echados y ya expulsó a 541.000 de su territorio.

Además de un problema alimentario, este regreso masivo trae una complicación económica y un desafío para la aplicación de las normas religiosas en una masa inmensa de personas que huyeron por rebelarse contra ellas o que podrían sumarse a los grupos que se resisten a su vigencia. El descontento económico y la resistencia a la interpretación delirante de la Sharía que convierten a las mujeres en meros cortinados embarazables y a los hombres en seres restringidos a la producción, el rezo y la violencia, podría socavar la autoridad de los talibanes.



Empieza a entenderse porqué los talibanes deterioraron el vínculo con pakistaníes e iranies. En marzo de 2023, grupos talibanes atacaron puestos fronterizos de Irán. Se le sumó el problema por el manejo del río Helmand, pero también la construcción de un muro del lado iraní para frenar la migración. También en marzo de ese mismo año los talibanes atacaron puestos militares de Pakistán. El cuartel pakistaní de Kurram fue uno de los objetivos de la artillería afgana. En total, murieron 23 militares paquistaníes. Y no había un río en disputa que justificara estas embestidas.

La crisis con Irán se conjuró mediane el diálogo pese a que las expulsiones no se detuvieron. Pero los ataques talibanes a Pakistán continuaron y en 2023 se registraron, según el ejército pakistaní, más de mil ataques con un saldo de 500 oficiales y 1.000 milicianos talibanes muertos. En 2024 los enfrentamientos se multiplicaron y el ejército pakistaní informó la pérdida de 383 soldados y 59.750 operaciones contra fuerzas talibanas en su territorio y el de Afganistán. Esa mención a acciones en Pakistán dirige la mirada a los talibanes pakistaníes. Hay un capítulo de los talibanes en Pakistán denominado Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP) formado por entre 35.000 y 45.000 milicianos que operan en la zona pastún de ese país. De hecho, son un grupo pastún y están unidos por la cultura y la historia a sus primos en el lado afgano.



El TTP nació en 2007 de la unión de 38 grupos asociados a la red Al Qaeda que combatían la presencia de EEUU y sus socios en Afganistán. Pero también compartían una propuesta para instalar en Pakistán un califato inspirado en las ideas que impulsaban a los talibanes afganos. Es por eso que el TTP tomó como enemigo al gobierno pakistaní y buscó explotar la presencia de 20 millones de integrantes de esa etnia y unos 5 millones de refugiados afganos para enrolar adeptos. En las zonas de mayoría pastún, impulsaron la aplicación de su enfoque integrista.

Un testimonio de su radicalismo fue el ataque en 2012 a Malala Yousafasal, una joven de la ciudad pakistaní de Mingora agredida por su voluntad de estudiar luego de que el TTP ordenó cerrar las escuelas para las mujeres. El Premio Nobel de la Paz le dio visibilidad a la situación en las zonas pastunes. El TTP está activo en las provincias de Waziristán y Jáiber Pastunjuá vecinas a Afganistán y en el Beluchistán pakistaní donde se asocian con los integristas y separatistas beluchíes del Jaish ul-Adl que operan también en Irán y que en enero de 2024 atacaron cuarteles de ese país.



Los talibanes se sienten preparados. Heredaron cantidades inmensas de equipos militares de EEUU tras los acuerdos de Doha de febrero de 2020, cuando se pactó la liberación de 4.000 talibanes y se facilitó la caída del gobierno de Ashraf Ghani, que no fue invitado a las reuniones. Parte de ese armamento está siendo usado en los ataques a Pakistán y antes de eso en los que lanzaron contra Irán e incluye 358.530 armas portátiles de diferente calibre, dos docenas de helicópteros y aviones y 3.102 vehículos Humvee. Aun así, su poder militar es limitado. Los talibanes no tienen ni una fuerza aérea ni defensas adecuadas para detener a los aviones de Pakistán, un país que se preparó para hacerle frente a un país de la estatura militar de la India. Tampoco artillería o fuerzas acorazadas y menos aún las 170 ojivas atómicas de su adversario.

Visto de esta óptica, los ataques talibanes parecen un suicidio militar. Pero puede que los salafistas de Kabul estén buscando explotar una oportunidad y para entenderlo hay que conocer la situación económica y las turbulencias políticas internas que atraviesa Pakistán. Desde 2022 los pakistaníes viven en una crisis de varias dimensiones. Su economía crece a un ritmo menor que el de su población y el ingreso per cápita se redujo en un 11% en 2023. 900.000 trabajadores calificados dejaron el país desde que comenzó la crisis. El estado recauda el 12% del PBI, pero gasta el 20% y los pagos externos consumen el 68% del ingreso fiscal. Pakistán también cayó en la trampa de los préstamos de China, que hoy es su principal acreedor, con una deuda bilateral de U$S 23.600 millones, el 38% de su deuda externa.

Luego de años de alejamiento de EEUU, tuvo que acudir a Washington para que el FMI le otorgue un salvataje de U$S 7.000 millones, pero deberá hacer un ajuste que resulta impopular en un momento en que su escenario político interno atraviesa turbulencias similares a las de su economía.



La crisis política comenzó en 2022 con los problemas económicos. El entonces presidente Imran Khan del partido Pakistan Tehrik Insaf fue depuesto por la Asamblea Nacional y desde entonces se sucedieron varios gobiernos que asumieron bajo la tutela militar. Khan es un ex jugador de criquet nacido en el seno de una familia pastún de Lahore en la provincia de Punjab. Su ambigüedad ante los talibanes afganos y su fallida oferta de tregua y amnistía al TTP en 2021, ayudaron a que perdiese la confianza de sus aliados y de los militares.

El primer ministro Shebaz Sharif busca revertir la crisis económica, pero el descontento con el aumento de los combustibles y las denuncias de corrupción generalizada hacen que Pakistán no logre superar las dificultades, que además se acompañan con una crisis de seguridad.

Además del TTS, hay una escisión de ese grupo llamada Lashkar e Jhangui que realiza sus propias acciones terroristas contra objetivos del estado pakistaní y el Hiab Ul Ahrar cuyo único objetivo es masacrar a los chiitas. Y también debe hacerle frente a la Red Haqqani. La Red Haqqani nació en 1980 cuando la CIA usó a ese clan pastún afgano para reclutar muyahidines para luchar contra la ocupación soviética. Además, sirvió para enrolar muchos extranjeros, entre los que se encontraba Osama Bin laden. Es el antecedente más remoto de Al Qaeda. Cuando los Haqqani se sumaron a la red Al Qaeda pasaron a ser considerados organizaciones terroristas tanto por EEUU como por Pakistán. Se unieron al gobierno afgano tras la victoria 1996 y son otro de los nexos con los integristas pastunes que operan al otro lado de la frontera.

La Red Haqqani es parte de la Quetta Shura, el consejo religioso salafista que rige sobre las zonas pastunes en donde maniobran los talibanes pakistaníes. Su líder es Sirajuddin Haqqani, líder adjunto del gobierno afgano por debajo del Emir Hibatullah Akhundzada, autoridad máxima de Kabul.

Haqqani es el ministro del interior afgano y el jefe del clan que controla los pasos con Pakistán usados por el TTP para ingresar con el fin de hacer sus ataques y los que usa para evadir la captura. Y también controla las redes financieras que abastecen a los talibanes pakistaníes.



El TTP se montó sobre todos los problemas que atraviesa Pakistán para incrementar sus actividades en ese país. En 2021, ese grupo lanzó 573 ataques. En 2023, fueron 1.203 de acuerdo con el monitoreo de la ONU. La belicosidad coordinada de los talibanes afganos despertó suspicacias. El 30 de enero de 2023 una atacante suicida TTP se detonó dentro de la mezquita del cuartel policial de la ciudad de Peshawar y causó 100 muertos. Ese ataque arruinó una negociación con Kabul para frenar a los pastunes pakistaníes a cambio de un pago disfrazado de asistencia económica.

Kabul no admite su vínculo con el TTP y niega estar brindándole apoyo, pero los desmiente la aparición en manos de ese grupo terrorista de armas de EEUU iguales a las que fueron abandonadas en Afganistán, como los fusiles de francotirador M24 y los M4 con miras térmicas.



Además, desde 2014 el TTP usó con mayor frecuencia la pertenencia pastún en su medio de propaganda Umar Media y reforzó su vínculo con la red Haqqani. Y hay un dato que se esconde entre los pliegues de los intercambios de recriminaciones y acusaciones entre ambos países. Al comentar sobre ataques 50 km más allá de su frontera, el vocero talibán Enayatullah Khowarazmi dijo; “No consideramos que sea territorio de Pakistán. Por lo tanto, no podemos confirmar el territorio, pero estaba al otro lado de la hipotética línea”. Se refería a la línea Durand. Es la enésima vez que los talibanes se adentran en el territorio pakistaní y el patrón para realizar sus ataques coincide con las zonas del Pastunistán que quedó del otro lado de la frontera. Es así como volvemos al inicio de la historia y a la línea trazada por el funcionario y el emir.



Por sus hechos y dichos, los talibanes afganos y pakistaníes desconocen el trazado fronterizo y esto implica que el componente pastún está cobrando mayor relevancia. Con ello, la idea de desafiar la integridad territorial de Pakistán al revivir la idea de reunificar a Pastunistán.

Como se ve, el problema de una secesión territorial que afronta Pakistán incluye a talibanes propios y ajenos, además del riesgo de una acción conjunta con los separatistas beluchíes. Ahora es más fácil comprender porque la respuesta de los pakistaníes es tan enérgica. La crisis económica y la posibilidad de explotar el nacionalismo étnico pastún es una hipótesis que sirve para explicar el motivo de los talibanes para lanzarse a una campaña que no tiene posibilidades de éxito militar. La urgencia de las expulsiones explica el momento elegido.

Lo talibanes saben que no pueden derrotar militarmente a Pakistán. Pero también que nadie puede controlar a Afganistán; británicos, rusos y norteamericanos son testigo de ello. Pakistán es una potencia nuclear y nadie la dejará transmutar en una nación integrista atomizada. Pakistán expone su integridad territorial en dos frentes separatistas y los talibanes que solo pueden mirar sur. En el norte los frenan otras etnias, en el oeste Irán y al este está China, el gran aliado económico de los talibanes que junto a Rusia le evitan la soledad política.



A ambos les sirve distraer una profunda crisis con una épica fronteriza de largo aliento. La apuesta es arriesgada porque los dos gobiernos están siendo desafiados en el frente interno. No se sabe si hay una solución a largo plazo para un problema que se arrastra desde 1893. Los talibanes tensaron la cuerda étnica y ahora es sencillo comprender por qué se agrava este viejo conflicto entre los dos estados. Es otro caso de la “enfermedad de frontera desconocida por uno de los contendientes”, una pandemia política en curso con el paciente cero en Moscú.

El disparador del ataque pastún fue el regreso forzado de millones de afganos a una de las zonas más pobres y violentas del mundo donde habita una realidad tan medieval que antecede en siglos a la línea que borró a Pastunistán. Ellos ya conocen todo lo que se cuenta en este artículo.

 

PS: quedaron muchos factores fuera como es la injerencia de las potencias y el rol del ISI, el servicio secreto pakistaní. Pero se trata de un resumen para entender el presente y decidí trazar un límite al contenido con un lápiz tan caprichoso como el de Sir Henry Mortimer Durand.

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