Por Ignacio Montes de Oca
Vamos a intentar entender el conflicto en Haití y los motivos por los cuales es tan complicado hallar una solución. Hablemos de historia, pandillas, armas a granel, drogas, misiones fallidas y mucha, mucha mala fortuna.
No nos vamos a detener mucho en la historia para poder centrarnos en las causas de la debacle del presente. Ya sabemos que en 1802 Haití fue la primera colonia americana en lograr su independencia luego de los EEUU y que a la emancipación le siguió un tiempo turbulento.
Fue la primera nación en abolir la esclavitud y en 1804 Jean Jaques se proclamó emperador. Trató de tomar la parte francesa de la isla, pero fracasó y fue asesinado por sus lugartenientes. Este dato es importante porque marcaría el derrotero de la política haitiana. Los años siguientes hubo de todo: rebeliones, golpes de estado, una disputa con Francia que concluyó con una deuda millonaria y una invasión estadounidense que duró 19 años. Por años Haití intento superar la miseria y la inestabilidad con escaso éxito.
Llegó el año 1957 y el triunfo de Francois Duvalier, alias “Papá Doc”, un médico que ganó las elecciones y apelaba a todos los vicios del populismo con el agregado de la explotación sistemática de la violencia a través de su fuerza de choque, los temibles “Tonton Macoutes”. Esta banda paramilitar tiene mucho que ver con el escenario actual. Duvalier no les otorgaba todo el sustento que necesitaban, pero les permitía vivir del robo y la extorsión en las zonas en donde operaban. Se inauguró así una tradición que llegó al presente. Duvalier quiso repetir a Jean Jaques y eternizarse en el poder. En 1961 modificó la Constitución y se declaró presidente vitalicio. Es otro antecedente importante para comprender como funciona el sistema político haitiano y como el pasado condiciona al presente.
Duvalier duró una década en el poder, signada por el terror de sus Tonton Macoutes y una debacle económica constante por la corrupción y la falta de inversiones. La ayuda internacional comenzó a ser un insumo vital y su rapiña por parte de los funcionarios una constante.
En 1971 Duvalier se murió y su viuda no tuvo mejor idea que conspirar para que su hijo de 19 años, Jean Claude, alias “Baby Doc”, asumiera el poder vitalicio con otra modificación constitucional a medida. Baby Doc era un completo inútil y un déspota igual de violento que su padre. Estuvo en el poder hasta 1986, cuando fue derrocado y obligado a huir al exilio con una fortuna mal habida. Su gobierno fue otro desmadre que profundizó la violencia y la miseria. En el reinado de los Duvalier, Haití se consolidó como el país más pobre del hemisferio.
Durante su dictadura, Baby Doc creó su propia fuerza de choque, los “Leopardos”, luego de hacer una purga de los Tonton Macoutes, de los que desconfiaba. Fue un reemplazo de una pandilla por la otra, reforzando la tradición de dejarles vía libre para financiarse a costa del pillaje.
El golpe de estado que derrocó a Baby Doc en 1986 fue seguido por otros golpes hasta que en 1991 fue electo Jean Bertand Aristide. Duró poco porque tras unos meses de gobierno fue derrocado por los militares. Regresó al poder en 1994 por la presión internacional. Desde entonces hubo varios gobiernos, pero casi todos continuaron la costumbre de rodearse de grupos de choque para sostenerse en el poder. La situación económica no mejoró y la violencia de los grupos criminales amparados por la política nunca dejó de existir.
En 2016 fue electo Jovenel Moïse, que también tuvo su fuerza paramilitar integrada, entre otros, por un oficial de policía denominado “Barbacoa” por su costumbre de quemar las casas de los opositores con sus habitantes dentro. Luego volveremos a este personaje. Moïse fue asesinado en la Residencia Presidencial el 7 de julio de 2021 por un comando integrado por colombianos y haitianos. Nunca estuvo claro quien inspiró el ataque, pero su muerte desató una nueva ola de violencia incitada por sus partidarios liderados por Barbacoa.
Claude Jospeh asumió como presidente interino y luego fue sucedido en el interinato por Ariel Henry. La falta de legitimidad del gobierno y la violencia en las calles reflejaba el caos provocado por una clase política incapaz de asumir la gravedad de la situación. La comunidad internacional ya había probado diferentes estrategias para intervenir en Haití apoyando presidentes y dictadores. Desde la década de 1960 Haití pasó a depender cada vez más de la asistencia humanitaria externa. Pero el problema de la violencia nunca pudo resolverse.
Cuando Aristide tuvo que huir de Haití en febrero de 2004 asediado por las denuncias y la violencia, fue sucedido por Boniface Alexandre. El nuevo presidente pidió a la ONU que enviara un contingente de los Cascos Azules. Así nació la MINUSTAH (Misión de Estabilización de Naciones Unidas para Haití. Desde que recibió el mandato de intervención en junio de 2004, la misión de la ONU llegó a desplegar 9.000 soldados y 4.300 policías de 24 estados. Fue un fracaso; nunca tuvo las herramientas para intervenir frente a la violencia y su paso por Haití estuvo plagado de denuncias. Una investigación británico-canadiense firmada por Sabina Lee y Susan Bertels identificó 256 casos de niños nacidos a partir de abusos de miembros de las fuerzas de la ONU que intercambiaban sexo por comida, incluso con niñas haitianas de 11 años.
Pero además, la presencia de MINUSTAH originó una epidemia de cólera en 2010, una enfermedad antes ausente en la isla. El rastro del contagio que provocó 8.000 muertes llegó a la guarnición de cascos azules de Nepal. Tanta controversia llevó a la ONU a finalizar la misión en 2017.
Es importante entender el fracaso de la intervención de la ONU para comprender por qué no hay una intervención directa desde el exterior. La hostilidad producto de una experiencia amarga para los haitianos se conjuga con el poder de las pandillas que representan un riesgo extremo. Desde entonces Haití quedó librada a su suerte y las pandillas crecieron en número y poder. Kenia propuso en 2023 enviar una fuerza de 1.000 policías, pero días atrás desistió ante el agravamiento de la situación y el desinterés internacional por apoyarla militar y logísticamente. Lo mismo sucedió con un ofrecimiento del presidente salvadoreño Bukele, que depende de un financiamiento internacional que no termina por aparecer. No obstante, cualquier fuerza de intervención encontrará un obstáculo formidable en las pandillas locales.
Se estima que las 300 bandas que existen en Haití cuentan con un total de entre 20.000 y 25.000 miembros. Es una fuerza formidable que debería enfrentar una fuerza de intervención y es poco lo que pueden aportar los 9.000 policías haitianos y el casi inexistente ejército local. Hay otro dato que permite dimensionar el potencial violento de las pandillas. En 2018, había unas 291.000 armas en manos de la población. En 2022, ese número había trepado a 600.000. En muchos casos, el agregado eran fusiles de asalto en poder de las bandas delictivas. La razón para que en un país tan pobre haya un flujo de tantas armas y tan modernas tiene varias explicaciones superpuestas. La más sólida tiene que ver con los dividendos que deja la droga que aprovecha el caos haitiano como puente para llegar a los EEUU.
La marihuana producida en Jamaica y la cocaína colombiana son los principales productos ilegales que hacen una escala en Haití antes de seguir su rumbo hacia el norte. El caos político y social facilitó convertir al país en un punto de tráfico cada vez más importante. La pérdida de control de los puertos, los 1.771 km de costas y los 392 km de frontera con República Dominicana a manos de las pandillas facilitó este proceso y la miseria generalizada amplió el sistema de sobornos a los funcionarios para que los traficantes operen con mayor impunidad. Solo en el primer semestre de 2023, las autoridades haitianas incautaron 104 kilos de marihuana y 5,4 de cocaína, pero se sabe que se trata de cantidades ínfimas en relación con las toneladas que circulan libremente y que escapan a la detección y el decomiso.
Queda claro que el caos favorece el tránsito de drogas y que la desaparición del estado haitiano desplazado por las pandillas es la plataforma perfecta para que todo tipo de contrabandos haga una escala segura antes de continuar a sus destinos finales. A su vez, el botín cada vez más redituable estimula a las bandas a enfrentarse y organizar alianzas para hacerse con el control de los recursos y comprar más armas para atacar o defenderse de sus enemigos. Es un sistema demencial que además se nutre de otras fuentes de ingresos.
Otra parte proviene del secuestro de haitianos y extranjeros. En octubre de 2021 la banda 400 Mawozo secuestró a 17 misioneros católicos estadounidenses y exigió 1 millón de dólares de rescate por cada uno de ellos. Entre octubre y enero, se reportaron 26 extranjeros secuestrados.
Otra gran fuente de ingresos son los inmigrantes, que pagan entre U$S 1.000 y U$S 3.000 para ser transportados en barcas precarias hacia EEUU o a otros estados de la zona, o montos algo menores para ser trasladados a República Dominicana, que ya aloja a por lo menos 1 millón de haitianos. Los números de la diáspora haitiana son enormes. Solo EEUU otorgó 100.000 visas de refugiados, aunque es posible que el total llegue a 700.000. En Brasil hay 143.000 emigrados, en Chile 175.000 y solo en 2021 entraron 51.000 haitianos en México.
El negocio es millonario si se considera que la diáspora haitiana reúne a dos millones de personas y que muchas veces el traslado se asocia también con el pago de deudas por el traslado mediante los servicios a las redes delictivas que explotan a los exiliados.
Pero el ingreso que sostiene diariamente a todas las bandas y que le permite controlar el resto de los negocios es el control de las zonas urbanas. Allí, el botín se obtiene por medio del cobro de extorsiones a los comerciantes para operar sin ser atacados…
… el pago de vendedores ambulantes para trabajar en las zonas más rentables, el cobro de peajes a transportes públicos, transportes de mercancías y vehículos particulares, el secuestro con fines extorsivos y las comisiones por actividades marginales.
Tal cantidad de negocios ilícitos hizo que proliferen las bandas y que la violencia se extienda por la lucha entre ellas por controlar y ampliar sus territorios. Vamos entonces a hacer una descripción de los principales grupos en pugna entre esas 300 pandillas.
La más importante es la G9 Fanmi e Ayle compuesta por nueve bandas y lideradas por el expolicía Jimmi Cherizier, alias Barbacoa. A su vez, este líder tiene un cuerpo de elite formado también por exoficiales denominados “los 6 de Delmas”. “Barbacoa” era uno de los sicarios del ex presidente Jovenel Moïse, asesinado en 2021, y el encargado de controlar el crimen en las zonas pobres. Allí ganó su fama por su estilo brutal para ejecutar a sus víctimas. Con la muerte de Moïse, Cherizier se dedicó por completo al crimen.
Aquí es donde se hace necesario empalmar la historia política con el crimen organizado en Haití. Barbacoa reclama el gobierno en nombre de una tradición política que otorga al que controla las calles de la capital el predominio sobre otras fuerzas. La coalición que forma el G9 busca tomar el control de los servicios de energía, transporte y provisión de combustibles para ampliar sus ingresos y su rango de poder. Para eso se reunió con otras 11 bandas para formar el G20, que es el grupo más poderoso del momento.
El rival del G20 es la G-PEP, otra federación de bandas liderada por Gabriel JRan Pierre, alias “Ti Gabriel”. Su bastión está en la zona norteña de Puerto Príncipe llamada “Cite Soleil”. Dentro del G-PEP están los “400 Mazowo”, uno de los grupos más poderosos y violentos de la ciudad.
Hay otras bandas sin afiliación como los “Fantom 509” formada por policías activos o retirados y el grupo “Bwa Kale” que actúa en la periferia con armas menos sofisticadas, pero con costumbres muy brutales como la quema publica de sus adversarios.
Las pandillas se alimentan de la miseria porque el enrolarse en ellas es una de las maneras de evitar la pobreza extrema y un medio para encontrar protección en un ambiente hostil. De este modo, las pandillas y la violencia crecen a medida que aumenta la miseria y los dividendos del crimen. Hay que agregar otro elemento reciente, que es la aparición de grupos de autodefensa formados por vecinos para enfrentar a las bandas. En abril de 2023, uno de estos grupos atrapó y ejecutó a 14 miembros de una banda que operaba en la zona de Canapé Vert, al sur de la capital.
Este fenómeno estimula más violencia. En el barrio de Carrefour Feullies, los vecinos lincharon a miembros de la banda “Gran Ravin” en junio de 2023. En la semana siguiente la banda atacó indiscriminadamente a esa comunidad. La violencia obligó a militarizar la zona.
Los grupos de autodefensa pueden dar luego lugar al nacimiento de nuevas pandillas y a la lucha por el control territorial se reinicia. El mapa de las bandas cambia casi a diario y las cantidades y nombres de cada pandilla varia con frecuencia.
La violencia provoca que la asistencia a los habitantes sea aún más complicada por el riesgo físico, el robo de mercaderías humanitarias por parte de las pandillas y que la pobreza se expanda ante el cierre de comercios y la imposibilidad de proteger sus bienes.
La ONU sigue, sin embargo, enviado asistencia, de la cual depende para su supervivencia al menos el 40% de la población. Pero ese reparto es tomado por asalto por las pandillas y usado para hacer proselitismo o castigar a zonas adversarias al dejarlas fuera del reparto. La ONU nunca pudo organizar el caos de ONGs que eran usadas para recolectar y distribuir la asistencia entre los haitianos. A las denuncias de rapiña a favor de algunas entidades humanitarias se le sumó un uso ineficiente de la ayuda internacional. Esa ineficacia quedó expuesta aún más en 2010 cuando un terremoto de 7 grados Richter de magnitud golpeó la zona de Puerto Príncipe y provocó entre 218.00 y 316.000 muertes. Un millón y medio de haitianos, el 14% de la población, perdieron sus viviendas.
En agosto de 2021 ocurrió otro terremoto. Esta vez, el saldo fue de 1.200 muertos, 5.000 heridos. La precariedad de las construcciones y la falta de un sistema de emergencias, aumento la cantidad de víctimas ante cada catástrofe. No fue la única calamidad natural que se tradujo en una nueva catástrofe humanitaria. En octubre de 2016 el huracán Matthew mató a 877 personas y dejo a otras 35.000 sin hogar. En junio de 2023 otro terremoto e inundaciones asolaron a Haití y mataron a cientos de personas.
Aclaremos que Haití no es solo miseria. Tiene una industria textil que representa el 88% de sus exportaciones por un valor anual de U$S 1.100 millones, principalmente a EEUU, que recibe el 84% de sus ventas externas. Su bajo costo salarial y la cercanía favorecen su supervivencia. Pero esos costos se disparan porque además de los impuestos que cobra el gobierno, deben hacer frente a los pagos extorsivos que cobran las pandillas para no atacar a las instalaciones, los peajes por circular por zonas controladas y los secuestros a empleados y directivos. Pero la industria haitiana tiene otro problema y es la falta de energía. La ausencia de inversión y los destrozos provocados por las sucesivas catástrofes destruyeron el sistema de producción y distribución de electricidad. La provisión, en donde hay servicio, se limita a 10 horas diarias. Entre un 60% y un 70% de la población no tiene electricidad en sus hogares y salvo por algunas plantas solares de capacidad muy reducida, el sistema se sostiene por antiguas centrales alimentadas con combustibles fósiles que suelen escasear por problemas de pago al exterior. La principal fuente de energía hogareña es el carbón vegetal, lo cual llevó a que la antigua selva tropical que cubría a Haití quedara reducida a un 2% de la superficie del país, en contraste con el 46% que ocupa en el territorio de su vecina República Dominicana.
Con estos datos, entendemos que una solución requerirá de una contraparte legítima y una sociedad dominada por la lucha entre bandas criminales no pareciera ofrecer el camino para que Haití cuente con un gobierno estable sobre el cual plantear un plan de reconstrucción. Mientras redactaba esta nota renunció el presidente Henry. Haití se quedó acéfala y con el gobierno asediado por grupos criminales que controlan el 80% de la capital. Realizar elecciones para elegir nuevas autoridades en medio de la violencia es imposible.
Este es un panorama simplificado del caos haitiano con algunas de las razones para explicar tanto la violencia como las dificultades para encontrar una solución. No se trata de entrar a los tiros. La debacle es tan profunda, que esa opción solo aportaría más de lo mismo. Haití es a la vez un reflejo del fracaso internacional y de las consecuencias que trae aparejado un estado fallido. Pero también, como vimos, una alerta sobre las consecuencias que puede tener para los países de su alrededor la caída en el caos de una sociedad. Un escenario similar al de Somalia, pero en América e irradiando sus efectos, es un problema del cual el hemisferio no puede desentenderse. Pero al cual tampoco parece haberle encontrado la vuelta, habida cuenta del fracaso de las intervenciones a lo largo de la historia.
PS: La comunidad internacional, por ahora parece haberse rendido ante el desafío y los haitianos viven un infierno diario tan difícil de dimensionar como de resolver. Incluso la Ley de la Selva es un concepto inaplicable en Haití, en donde ya casi no quedan árboles para talar.
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