
Por Ignacio Montes de Oca
Israel y EEUU comienzan a tener cortocircuitos por el manejo de la crisis de los rehenes cautivos de los terroristas de Hamas y por cuestiones más amplias referidas al manejo de la seguridad en Medio Oriente. Sale actualización de la situación en la región.
Israel confió en Trump cuando durante la campaña dijo que los rehenes en Gaza debían ser liberados antes de su asunción o se desataría un “infierno” sobre Hamas. Dos meses después quedan 59 cautivos y Adam Boehler, el enviado de Trump, negocia sin intermediarios con Hamas. El ministro israelí de Asuntos Estratégicos, Ron Dermer, fue el primero en expresar el rechazo por la intervención de Boehler y sus métodos para lograr la liberación de los rehenes norteamericanos. Su furia se debía al contacto directo entre la Casa Blanca y Hamas. Boehler entró en contacto con Khalil al-Hayya, presidente del bureau político de Hamas en una serie de encuentros en Qatar. Abrió así un canal paralelo al que se venía usando para liberar cautivos del 7O y que tiene por mediadores a los gobiernos de EEUU, Qatar y Egipto.
Mientras el enviado de Trump para Medio Oriente, Steve Witcoff, mantiene contactos institucionales con los gobiernos, Boehler ejecuta una diplomacia personal con un mandato directo de Trump que desconcierta a Israel y a los mediadores egipcios y qataríes. La intervención de Boehler fue tomada como una interferencia, dado que cualquier acuerdo que pudiera hacer iba a condicionar la tarea de los otros mediadores para resolver el destino de los 59 rehenes que aún permanecen en manos de los terroristas proiraníes.

Esa incomodidad se convirtió en furia cuando Boehler se refirió a los cautivos de Hamas como “prisioneros” y a los palestinos presos en Israel como “rehenes” en diferentes entrevistas ante la prensa. Y esas no fueron las expresiones más desafortunadas. Boehler dijo que tras reunirse con los terroristas de Hamas descubrió que “no le salían cuernos de la cabeza” y que eran “tipos como nosotros” y “bastante agradables”. Esas palabras sonaron como una indulgencia e incluso como un lavado de imagen de los terroristas. Dermer, al igual que gran parte de la sociedad política de Israel, reaccionó con enorme disgusto ante la postura de Boehler, quien se apuró a aclarar que representaba a los EEUU y que “Somos Estados Unidos. No somos agentes de Israel”. Aquello no hizo más que agrandar la grieta.

Boehler tuvo que aclarar: “el presidente dejó muy claro que nos centramos no solo en los estadounidenses” tras ser acusado de priorizar a la liberación a Edan Alexander, el único rehén norteamericano que sigue vivo, y la recuperación de los cuerpos de 4 rehenes del mismo origen. Pese a seguir el manual de estilo de Trump y desdecirse a cada rato, no evitó que la Casa Blanca fuera criticada por abrir un canal de negociación que excluye deliberadamente a Israel. Y pese a sus errores, su rol como negociador nunca fue cuestionado por Trump. El motivo por el cual se sostiene Boehler, incluso luego de haber irritado al aliado más cercano que tienen los EEUU, está en su biografía y en sus contactos con el círculo más cercano al presidente. Tan cercano como el que implica ser parte de su entorno familiar, literalmente. Boehler llegó a la política por su amistad desde la juventud con Jared Kushner, yerno de Trump. Cuando Kushner fue nombrado Asesor Principal de la Casa Blanca en 2017, Boehler fue puesto al frente del departamento de innovación para los programas Medicare y Medicaid. El dúo fue protagonista de las negociaciones para los Pactos de Abraham y de allí que lograran una jugosa agenda de contactos en las coronas petroleras. También, fueron promotores activos del Plan de Paz de Trump para Medio Oriente, lo cual les dio llegada a los políticos de Israel. Kushner apoyó el plan de Trump para que Israel se anexione los Altos del Golán y una parte de Cisjordania, pero también para que exista un estado palestino que tenga su capital en una zona de Jerusalén. Ese contentar a los lados en disputa, es un dato relevante.

Cuando Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos bloquearon a Qatar en 2017, Kushner tomó partido por los adversarios de los qataríes e influyó sobre Trump para que adopte una postura similar. Eso no le impidió luego gestionar la ayuda qatarí para Afganistán. Por su cercanía con Kushner, se considera a Boehler un representante de los intereses de Trump y luego de la Casa Blanca. De allí que sus desencuentros con la administración de Netanyahu pueden marcar la aparición de una grieta que puede agrandarse.
El asunto de los rehenes en manos de Hamas es crucial para el futuro político de Netanyahu y de su partido, el Likud. Los vaivenes en el manejo de la crisis ya le costaron el alejamiento de un aliado, el nacionalista religioso Itamar Ben Gvir, y su gobierno se debilitó. La sospecha es que Trump considera que es más capaz de negociar la cuestión de los rehenes que Netanyahu y la presencia de Boehler aumenta la suspicacia. O, lo que es peor, que sus puntos de vista sobre los terroristas de Hamas en realidad reflejen las ideas de su jefe.
Israel no termina de comprender como se coordinan las tareas de Witcoff y Boehler e incluso comienza a suponerse que la presencia del segundo condiciona la tarea del primero. Y dado que Boehler es más cercano a Trump que Witcoff, la sospecha es fundada. Ahora que terminó la campaña, Trump necesita fondos en vez de votos. La promesa de Arabia Saudita de invertir U$S 600.000 millones en EEUU es algo que Israel no puede emular. Por el contrario, los U$S 14.000 millones en asistencia militar van en el sentido contrario. Trump sabe que su compromiso para defender a Israel puede arrastrarlo a un conflicto que demandará fondos aún mayores y que serían complicados de justificar mientras hace recortes en la salud pública y despide empleados de la mano de DOGE. Esa necesidad de fondos nos hace regresar a Kushner, con excelentes contactos en el Fondo Soberano de Arabia Saudita, el fondo manejado por el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman y que maneja capitales por un total de U$S 930.000 millones.

Kushner recibió U$S 2.000 millones de los saudíes de los $S 3.000 millones que administra su fondo, el Affinity Partner. Además, en la primera presidencia de Trump fue uno de los gestores del contrato de venta de armas de EEUU a Arabia Saudita por un total de U$S 100.000 millones. Los contactos de la primera era Trump le permitieron a Kushner organizar a través de su fondo varias iniciativas que involucran a empresas israelíes y fondos árabes. La cercanía del yerno de Trump con Boehler y su interés en Medio Oriente son de antigua data.
En honor a la verdad, tampoco Witcoff está exento de sospechas. En enero de 2025 el Fondo Soberano de Qatar pagó U$S 623 millones por el Hotel Park Lane de New York. El edificio de 26 plantas de Manhattan era propiedad de un consorcio empresario liderado por Witcoff.
Israel ve en las actitudes de los enviados de Trump señales confusas, que se vuelven aún más difícil de interpretar porque las tareas de Boheler y Witkoff parecen descoordinadas y a veces antagónicas. Y esa imprecisión se extiende hacia arriba. Cuando la prensa indagó sobre la tarea del Boehler, la vocera de la Casa Blanca, Karoline Leavitt dijo que contaba con el respaldo total de Trump. Pero el Secretario de Estado Marco Rubio dijo que “estaba terminada” y que “ya no volverá a pasar”, al referirse a sus errores. Lo que complica la relación es la ambigüedad de Trump. Los cambios de rumbo someten al gobierno de Israel a una obediencia política complicada. El presidente norteamericano dijo que nunca negociaría con terroristas una semana antes de enviar a Boehler a conversar con Hamas. La lealtad que exige Trump a sus contrapartes es correspondida con un rumbo político cambiante en la que el presidente de EEUU pareciera anteponer sus intereses y puntos de vista versátiles. Israel se juega su destino y debe analizar si debe apostarlo al casino político trumpista.
Otro ejemplo: su plan para la deportación de los gazatíes tuvo un efecto devastador sobre los planes de Israel para Gaza. Netanyahu tuvo que impostar un apoyo público, aunque la idea de Trump de apoderarse de Gaza va en desmedro de los planes israelíes para la Franja. También afectó a las negociaciones en la fase I del acuerdo para liberar a 33 rehenes israelíes tejido con mucho trabajo desde la era Biden continuado luego por Witcoff. La perspectiva de una limpieza étnica seguida de una ocupación enrareció el panorama.
Los países sunitas ya decidieron colocar el plan de Trump en el anaquel de los proyectos delirantes al negarse a recibir a los palestinos y ofrecer U$S 53.000 millones para reconstruir Gaza. Pero allí volvieron a incomodar a Israel y coincidieron con Boehler. En el plan propuesto por Boehler, Hamas aceptaría una tregua por cinco años y dejaría las armas para no interferir en el proceso de reconstrucción de Gaza. En ese sentido, encaja con el plan sunita para que Hamas, ahora bajo un nuevo liderazgo turco, deponga las armas.
En Israel, la premisa es terminar con Hamas y todo lo que se aleje de ese objetivo es visto como un plan para rehabilitar al grupo terrorista que le dio el golpe más devastador en toda su historia. Pero la actividad de Boehler implica un freno para completarlo. EEUU envió U$S 12.000 millones de asistencia militar a Israel y bombas Mk84 que habían sido retenidas en la era Biden para que no sean usadas en Gaza. El tener que esperar a que terminen su tarea Boehler y Witkoff también funciona como una prohibición de uso. En caso de extenderse la tregua, Israel seguirá impedida de lanzar un nuevo ataque masivo en Gaza. Pero si Boehler llega a alguna clase de compromiso que preserve a Hamas, para atacar Netanyahu deberá pasar por encima de lo acordado por Trump a través de sus enviados.
Israel sabe además que Hamas jamás cumplió un acuerdo y que está obteniendo un trato demasiado beneficioso a pesar de las atrocidades que cometió el 7O. Pero el respaldo sunita y del enviado de Trump a esas gestiones no le dejan demasiado margen de maniobra. Esto explica la decisión de Netanyahu de someter a asedio a Gaza para demostrar que ejerce el control militar efectivo sobre la Franja. Pese a que el acuerdo de cese el fuego la comprometía a dejar el Corredor de Filadelfia que comunica Gaza con Egipto, decidió no retirarse. Por el contrario, el 2 de marzo anunció el bloqueo de la entrada de alimentos a Gaza y el 20 de marzo aumentó la presión al cortar la provisión de energía. Gaza quedó a oscuras y sin agua potable porque sin energía no puede hacer funcionar a su principal planta desalinizadora. Israel dejó incomunicada a Gaza al cortar los servicios de internet y aclaró que no levantará el bloqueo a menos que Hamas libere a los 24 rehenes que quedan vivos y entregue los cuerpos de los 35 restantes que fueron asesinados durante el cautiverio.

De esta manera Netanyahu crea su propio campo de negociación fuera de las pretensiones de Trump expresadas por medio de Boehler y blanquea un desencuentro político. Y mientras tanto, retoma las negociaciones en Qatar, las mismas que fueron puenteadas por Trump. El problema es que todo lo que acuerde Boehler con Hamas condiciona a Israel y al resto de las negociaciones. Considerando que aún no ha terminado su tarea, para Netanyahu es una carrera contra el tiempo antes de que Trump le imponga un acuerdo inadmisible. Allí reside uno de los choques más importantes entre ambas posturas. Con sus manejos, Trump le está dando tiempo a Hamas para reorganizarse. Al negociar directamente con la Casa Blanca compra un tiempo muy valioso para reorganizarse tras la derrota.
Puede que Hamas ya no pueda lanzar las andanadas de cohetes contra Israel como lo hizo desde octubre de 2023, pero aún tiene una tropa lo suficiente nutrida como para disputarle el terreno a Israel o causarle un número prohibitivo de bajas. Y para imponerse a otras facciones. Según las agencias de inteligencia de Occidente, Hamas reclutó 15.000 nuevos milicianos, lo que supera las 10.000 bajas ocasionadas por Israel. En Gaza murieron ya más de 400 soldados desde octubre de 2023. En los tres años de la Guerra del Líbano iniciada en 1982, fueron 657.
Gaza es un bazar de fusiles y morteros. Hamas puede prometer desarmarse y hasta es posible que lo haga para emerger luego bajo otra sigla. El 7 de octubre regía una tregua y de los ataques participaron muchos otros que no eran parte de Hamas.
Quizás la frase más reveladora de Boehler respecto a la mirada de la Casa Blanca sobre Hamas, fue “ningún miembro de Hamás estará a salvo si Hamás no libera a todos los rehenes inmediatamente” ¿Implica que, liberados los rehenes, EEUU no garantiza su eliminación? En una entrevista al Canal 12 de Israel, y ante la pregunta sobre si creía que Hamas aceptaría deponer las armas y disolverse si se llegase a un acuerdo con EEUU, Boehler contestó “Si, lo creo”. Para el enviado de Trump, no existe riesgo de incumplimiento.
Aquí se repite el mismo temor que perciben los ucranianos: Trump y sus delegados parecen más ocupados en captar la atención del Comité que otorga el Nobel de la Paz -y el favor de los millones sunitas - que por resolver las causas de los conflictos y prevenir sus consecuencias. Israel tiene montado el asalto final a la zona occidental de Gaza desde hace meses. Desde Biden a Trump, siempre encontró un motivo externo para no lanzarse por lo que queda del grupo terrorista. Es por eso que las dilaciones de Trump comienzan a ser incómodas. Esta demora hace que Israel no pueda cumplir con su meta de erradicar a Gaza y las promesas que hacen los terroristas a sunitas y norteamericanos solo le dan más espacio a Hamas para reconstruir su poder. Y cada día que pasa, para Netanyahu significa una merma de su poder.
Desde el 7 de octubre Israel estableció dos objetivos: recuperar a los rehenes y destruir a Hamas. Boehler es ahora un impedimento al darles entidad y pactar con los terroristas. Tampoco puede asegurarse que su tarea vaya más allá de los secuestrados estadounidenses. Incluso si se completara la liberación de los 24 rehenes que quedan con vida y la recuperación de los cuerpos de los restantes, una restricción para el accionar de Israel derivada de un pacto de Trump a través de Boehler es un obstáculo inmenso para Netanyahu. Esa restricción le impediría completar la segunda demanda. Ya de por sí el saber que una cantidad tan alta de rehenes fue asesinada por Hamas y el pendiente de saber por qué ocurrió la sorpresa del 7O se erigen como una amenaza para el futuro político de Netanyahu.

Ahora se suma la intervención de Boehler, que viene de la mano de Kushner quien a su vez cuenta con el respaldo familiar de Trump. Y queda claro qué sucedería si tienen que elegir entre ser fieles a Israel o a Trump y ser parte de un lucrativo acuerdo con los saudíes. Las comisiones por manejar los U$S 600.000 millones saudíes pueden ser tan altas como la nueva Trump Tower que se construye en Ryad o ser un hoyo en uno en el club de Golf del Grupo Trump en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos. Trump no ha invertido mucho en Isael.
En su apoyo a Trump, Netanyahu perdió la iniciativa política y ahora depende de lo que puedan negociar Witcoff y Boehler, aunque sus estrategias no parecen estar del todo coordinadas. Y por encima de ellos está Trump con sus cambios de rumbo y su impredecibilidad. El alcance de Boehler llegó más allá. Pese a ser “enviado especial para los rehenes”, también se involucró en las negociaciones con Irán. Pasando por encima de Witkoff nuevamente, el 9 de febrero opinó sobre lo que se estaba negociando con Teherán. “No nos resulta tan difícil asociarnos con Israel y eliminar la capacidad nuclear de Irán” dijo ante la prensa, dando a entender que la vinculación de Hamas con Irán extendió la jurisdicción de su mandato. En esa declaración, se involucró en la cuestión de la presión a Irán. No está claro si Boehler se complementa con la tarea de Wiitcoff también en la política de Trump hacia Irán. Solo se sabe que desde la campaña habla de un ataque a Irán si hubiese indicios de la posesión de un arma nuclear o un complot contra su persona.
Pero en los hechos, Trump dijo luego de asumir que prefiere una negociación y esto implica un obstáculo para Israel porque pese a su poderío, para lograr un ataque efectivo sobre el programa nuclear iraní o sobre sus instalaciones militares clave depende de EEUU. Hay dos factores que explican esta dependencia. Irán creó una serie de instalaciones subterráneas para proteger instalaciones sensibles como sus arsenales de misiles y las que centrifugan el uranio para convertirlo en material apto para un arma atómica. Israel no tiene aviones para lanzar el único tipo de arma convencional capaz de penetrar las decenas de metros de tierra, acero y concreto que protegen esos objetivos. Se trata de la GBU57 de 13,6 toneladas de peso y una longitud de 6,2 metros. Semejante artefacto solo puede ser arrojado por bombarderos B-52 o B-2 que solo poseen los EEUU. Y luego hacen falta datos de inteligencia y telemetría que tampoco tienen los israelíes. Y además Netanyahu necesita un respaldo político de la Casa Blanca para atacar.

Israel tiene un arsenal formidable y es capaz de derrotar a cualquier rival regional. Pero para ciertas tareas y para sostener un conflicto prolongado depende del apoyo de los EEUU. Es así como debe aceptar la injerencia de personajes como Boehler.
Ahora Israel quedó pendiente de un juego de intereses que le es ajeno. Si Trump decide complacer a los sunitas por su rol como presidente o por meras cuestiones empresarias, Netanyahu deberá acatar o tomar el camino del alejamiento en un momento que carece de aliados fuertes. Si decide ir por Hamas a pesar de los arreglos de Boehler puede invocar la furia de Trump y de los países árabes. Si acepta lo acordado, quedará excluido y afrontará una debilidad política pública en momentos en que la oposición interna vuelve a cuestionario con fuerza. Es por eso que Netanyahu no puede disimular la incomodidad creada por Trump y por el acercamiento con Hamas que puede arruinar meses de apuesta en favor de la aniquilación del grupo terrorista en Gaza. Hamas y su carrera política no pueden sobrevivir al mismo tiempo.
Si lo que proponen Boehler y Trump es quedarse con el mérito de lograr la solución a la tragedia de los rehenes y cerrar la crisis con un acuerdo que deje atado de manos a Israel en Gaza, mayor va a ser el daño sobre Netanyahu y, sin dudas, sobre Israel. Hamas sabe que si entrega a los rehenes restantes Israel ya no tendrá motivos para frenarse en Gaza. Su única opción es quedar al resguardo de un pacto con Trump respaldado por un río de inversiones saudíes y de otras coronas petroleras fluyendo hacia los EEUU.
Es por eso que, más allá de la perfidia de Trump a Netanyahu al haber dejado hacer a Boehler, cualquier escenario resultante que implique no terminar con Hamas conduce necesariamente a un conflicto con EEUU. El 7O estableció premisas innegociables. Mas aun si Trump se lleva el mérito de la liberación de los rehenes y deja a Netanyahu e Israel en un rol de ineficacia tanto militar como diplomática para darle un cierre a la cuestión y si, además, los petrodólares acentúan el alejamiento entre EEUU e Israel. El Síndrome de Estocolmo en este caso también tiene que ver con la obsesión por el Nobel de la Paz y la posibilidad de otro divorcio provocado por la colisión entre intereses de los países y sus líderes. Boehler es el indicio de una grieta que podría convertirse en abismo.