Artículo originalmente publicado en la Edición Especial Nº3 de Pucará: https://online.fliphtml5.com/soips/hmgq/#p=1
La aviación militar latinoamericana intenta, con poco éxito, seguir el ritmo de la evolución del empleo del poder aéreo en el mundo, debido a la falta de recursos para incorporar material y aplicar las nuevas doctrinas para los distintos escenarios que pueden ocurrir.
Por Santiago Rivas
El empleo del poder aéreo hoy tiene varias variables según el tipo de conflicto que ocurra, sea convencional o asimétrico, donde vemos, en el primer caso, también variables según las capacidades de cada bando. Por un lado, la Guerra del Golfo de 1991 fue un conflicto en donde la coalición organizada para liberar Kuwait alcanzó la supremacía aérea (el grado de superioridad en donde un bando tiene el control total del espacio aéreo) y ésta fue crucial a la hora de alcanzar la victoria, evitando que las tropas terrestres deban enfrentarse en combates a gran escala con las fuerzas iraquíes. En 1999, en el conflicto de Kosovo, el poder aéreo fue de tal relevancia que no fue necesario emplear fuerzas terrestres para que el gobierno serbio acepte un acuerdo de paz. Sin embargo, hoy vemos en el conflicto en Ucrania que el enorme desarrollo de la capacidad antiaérea en todos los niveles que poseen ambos bandos, así como la falta de medios aéreos sofisticados ha llevado a que ninguno de los dos bandos obtenga supremacía aérea y solo Rusia ha logrado superioridad momentánea en espacios puntuales del frente de combate, sin que ninguno de los dos pueda usar su aviación de manera decisiva. Sin embargo, el uso de drones se ha masificado y es una forma de empleo del poder aéreo, si bien es de tipo táctico y hoy está cumpliendo un rol más parecido al de la artillería o los tiradores destacados, ya que apuntan a destruir vehículos o eliminar soldados de manera individual en apoyo a unidades terrestres en el marco de un combate. Además, son operados por personal terrestre y no por una “fuerza aérea”.
En el otro extremo de las operaciones se encuentran aquellas de tipo asimétrico, contra grupos guerrilleros, terroristas o el crimen organizado. Este es un escenario bastante más conocido para América Latina, ya que muchas de las aviaciones militares de la región tienen experiencia en este sentido. Si bien existen muchos casos en los últimos años, como ha sido en Irak, Afganistán y Siria, donde se han empleado aviones de combate de primera línea, como F-15 o F-16, en general se ha demostrado que es más eficiente el uso de aviones ligeros, sobre todo turbohélices, helicópteros y drones.
Sin embargo, en ambos casos se requiere no solo un uso creciente de tecnología, sino también de adiestramiento, nuevas doctrinas de empleo y un desarrollo de la capacidad para sostener operaciones en un mediano y largo plazo, todos estos desafíos por los que las fuerzas aéreas latinoamericanas pelean y en general no han tenido mucho éxito.
Tecnologías
Mientras en las grandes potencias tecnológicas como Estados Unidos, Europa occidental, China y Japón (no incluyo a Rusia porque está demostrando tener un importante retraso tecnológico) se apunta a aviones de combate colaborativos, tecnología cuántica, capacidad para transmitir grandes cantidades de datos y aumentar la conciencia situacional, sistemas de vuelo que disminuyen la carga de trabajo de las tripulaciones y otras tecnologías, en América Latina la mayoría de las fuerzas intenta adquirir o mantener pequeñas flotas de aviones de combate de tercera o cuarta generación, con muy pequeñas dotaciones de armamento y pocos sistemas asociados, a la vez que luchan por alcanzar los mínimos estándares de adiestramiento del personal.
Esto genera que sea necesario tener visiones realistas sobre la capacidad que pueden tener estas fuerzas de incorporar la doctrina de las grandes potencias, así como poder sostener operaciones más allá de unos pocos días. O al menos poder hacerlo con armamento sofisticado y no tener que recurrir a viejos stocks de municiones que puedan aún sobrevivir en sus depósitos.
Hoy no solo los aviones de combate son caros de comprar, sino también de operar, los sensores que les dan sus mayores capacidades también son sumamente caros y el armamento de precisión para poder sacarles el máximo provecho también cuesta mucho dinero. Esto lleva a que muchas fuerzas no hayan podido renovar sus flotas o solo compraron pequeñas cantidades de aviones y mucho más pequeñas cantidades de armas y sensores.
Actualmente, solo Brasil apunta en cierta forma a seguir de cerca a las grandes potencias, con un avión de combate de generación 4+ como es el Gripen, que tiene algunos sistemas de quinta generación, pero conceptualmente nació como de cuarta generación. Si bien el avión le dará una enorme superioridad frente a sus pares de la región, la cantidad de aeronaves (36) como la cantidad de armas a incorporar, no serían decisivas en un conflicto a gran escala.
El resto de los países va corriendo detrás con distintas capacidades, todas en general muy disminuidas. Entonces cabe preguntarse qué peso tiene hoy el poder aéreo en la defensa en América Latina.
Un poder aéreo en decadencia
La región ha tenido muy pocos conflictos convencionales en el último siglo y, en general, estos han sido sumamente limitados, como los conflictos del Cénepa, Putumayo, Cordillera del Cóndor, Guerra de las 100 horas e incluso la Guerra de Malvinas, que, si bien tuvo una mayor intensidad y un gran uso del poder aéreo, tuvo una duración corta y estuvo circunscripto a un teatro de operaciones específico y sin que ninguno de los dos bandos movilice todas sus capacidades militares. Solo la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay ocupó toda la capacidad militar de ambos bandos e hizo un empleo interesante de la aviación.
Sin embargo, el poder aéreo ha sido uno de los instrumentos usados por casi todos los estados durante el siglo XX para disuadir a sus vecinos de cualquier acción armada, un siglo en el que las tensiones fronterizas fueron constantes en casi toda la región.
En los países más pequeños el poder aéreo siempre fue sumamente limitado en cantidad y calidad, viéndose casos como el de la Guerra de las 100 Horas entre El Salvador y Honduras, en el que, el derribo de tres aviones por parte de Honduras, más el desgaste sufrido en los tres primeros días de combate, acabó prácticamente con el poder aéreo salvadoreño, mientras que Honduras también tenía muy poca capacidad para continuar. Exceptuando Honduras, Cuba y Ecuador, ninguna de las naciones pequeñas de América Latina tuvo capacidad supersónica ni un poder aéreo significativo en los últimos cincuenta años, limitándose a un foco en la guerra asimétrica para enfrentar guerrillas o intentar dar cierta seguridad a su espacio aéreo.
En el caso de los más grandes, todos mantuvieron un poder aéreo relativamente significativo hasta los años noventa, con stocks de munición para varios días de combate y, en varios casos, capacidad para producir su propia munición para cañones, además de bombas y cohetes, como fueron los casos de Argentina, Brasil, Chile y Colombia especialmente. Además, los dos primeros desarrollaron una industria aeronáutica que, si bien nunca logró proveer de aviones de caza, sí entregó aparatos de ataque y entrenamiento avanzado con capacidad de ataque, entre otros tipos de aeronaves.
Sin embargo, este poder aéreo estaba sostenido en gran parte por Fuerzas Armadas con un fuerte poder político, sea porque tenían en sus manos el gobierno o porque mantenían presión sobre gobiernos constitucionales. El retorno a la democracia en la mayor parte de la región quitó poder a las Fuerzas Armadas y, por ende, recursos económicos, lo cual se acompañó de una clase política ignorante en defensa y el hecho de que la mayoría de los diferendos fronterizos fueron siendo resueltos de manera pacífica o el contexto volvía inaceptable su resolución por la fuerza. Esto llevó a que muchos políticos y gran parte de la sociedad latinoamericana plantee la inexistencia de hipótesis de conflicto y, por ende, cuestione la inversión en defensa.
Así, se llegó, en los últimos 35 años, a un deterioro general de las capacidades militares de América Latina, que en general no tiene muchos visos de revertirse en el corto plazo. Si bien muchos países desarrollaron diversos mega programas de reequipamiento, casi todos naufragaron o se concretaron en versiones más modestas.
En algunos estados, como Colombia o México, la presencia de grupos criminales y terroristas mantuvo la inversión en defensa por más tiempo, pero enfocada en la guerra asimétrica, y aún así ésta ha caído fuertemente en los últimos tiempos, al llegar al poder gobiernos de izquierda.
Capacidades convencionales reales
En este estado de cosas, el primer dilema que se plantean todas las fuerzas de la región es qué capacidad efectiva tienen para brindar seguridad en el espacio aéreo propio, y qué capacidad tienen para hacerlo por un período de tiempo más allá de unos pocos días. Exceptuando Venezuela, hoy ningún país cuenta con capacidad antiaérea de mediano o largo alcance, por lo que no es factible negar el uso del espacio aéreo al oponente si no es a través de los propios medios aéreos. La capacidad antiaérea hoy en todas las fuerzas es sumamente limitada, contando con algunos cañones de 20 a 35 mm en su mayoría, muchos operados manualmente, misiles tipo Manpads y otros de corto alcance, en cantidades limitadas, lo cual permite proteger activos o unidades propias en un espacio reducido y, en la mayoría de los casos, de darse un conflicto a gran escala, no todas las unidades tendrían capacidad antiaérea ni munición para defenderse más allá de los primeros días de combate.
Las flotas de aviones de combate también son reducidas, teniendo Brasil, Chile y Venezuela los mayores números de aviones de combate en dotación, pero solo una parte de ellos está en capacidad operativa. Esto, junto a la limitada capacidad antiaérea, impide apelar a una acción de tipo Anti Access / Area Denial, excepto que se trate de un teatro de operaciones sumamente limitado en espacio y tiempo.
Además, pocas fuerzas tienen medios de obtención de información sofisticados y en cantidad como para tener una adecuada conciencia situacional más allá de un área reducida. Solo Brasil, Chile y México cuentan con aviones AEW&C (Colombia tiene una capacidad limitada de este tipo con sus Cessna Horus) y a ellos se suman Argentina, Colombia y Perú en cierta capacidad ELINT, SIGINT y COMINT moderna. Fuera de ello, todos dependen de radares terrestres y observadores adelantados para tener algún conocimiento de lo que pasa en el aire.
A la hora de proyectar el poder aéreo, el primer factor limitante nuevamente es la cantidad de aeronaves, que impide ejercer supremacía aérea en casi todos los casos (solamente sería posible, por ejemplo, entre países muy dispares, como podría ser Brasil contra Uruguay, Guyana o Surinam). Solo sería posible obtener superioridad aérea en un área determinada y por un período corto de tiempo, lo cual permitiría ejecutar operaciones de ataque con cierta seguridad. En este punto, la mayor parte de los países de la región no cuentan con armamento guiado y muchas aeronaves no tienen equipos de navegación sofisticados que permitan dar en el blanco con armas no guiadas si se lanzan a mediana o gran altura, debiendo volar cerca del blanco y expuestos al fuego antiaéreo. Aquellos que poseen bombas guiadas por láser o GPS o misiles aire-superficie (tanto aire-tierra como aire-mar), tienen stocks muy reducidos, lo que también significa que podrían realizar operaciones de este tipo, desde afuera del alcance de las armas antiaéreas, solo en los primeros días de operaciones, debiendo luego recurrir a armamento convencional. En algunos casos, gracias a sistemas de navegación y computadoras de misión modernas, es posible tener una alta probabilidad de impacto igualmente. La capacidad antirradar es nula en prácticamente todas las fuerzas, lo que dificulta las misiones de supresión de defensas antiaéreas.
La capacidad de reabastecimiento en vuelo es otra limitante a la hora de proyectar el poder aéreo, donde solo Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Uruguay gozan de reabastecedores, aunque el último de dichos países hoy no tiene aviones de combate en vuelo. Además, excepto Brasil con sus KC-390, todos tienen pocas aeronaves de este tipo (Colombia un KC-767, Chile dos KC-135E pero solo uno operativo y tres KC-130R, Argentina, Perú y Uruguay con dos KC-130H Hercules cada uno).
En caso de que un piloto sea derribado, la mayoría de las fuerzas carece de medios para un adecuado rescate en combate. Solo Brasil posee helicópteros H225M Super Puma con sonda de reabastecimiento en vuelo que hacen posible un rescate a mucha distancia de su base. El resto cuentan, en el mejor de los casos, con aeronaves tipo Black Hawk o Mi-17 o sino ya modelos de menores capacidades como Bell 412, 212 o menores, en la mayoría de los casos sin sistemas de autoprotección sofisticados, lo cual los vuelve muy vulnerables.
Este último punto también alcanza a la mayor parte de las flotas de la región, donde solo Colombia ha casi estandarizado el uso de equipos de autoprotección en sus aeronaves, con sistemas de alerta de radar, láser y, en algunos casos, de proximidad de misiles, además de lanzadores de chaff y bengalas. Han sido seguidos por Brasil y, en menor medida, por Chile, mientras que en el resto de las fuerzas estos equipos son una rareza.
Así, las fuerzas en general no cuentan con una gran velocidad para actuar, ya que tienen una capacidad limitada para obtener información y procesarla antes de lanzar misiones de combate. Tampoco cuentan con un gran alcance, por la escasez de aeronaves de reabastecimiento y la imposibilidad de contar con una supremacía aérea que haga factible que éstas operen sobre territorio enemigo, lo cual sería necesario si se quisiera atacar naciones con gran profundidad estratégica, como Argentina o Brasil. Las limitaciones en la capacidad ISR también achican las opciones de empleo del poder aéreo y reducen la flexibilidad de las fuerzas. La capacidad de los aviones de combate, además, sigue siendo en general limitada, dado que aún manejan pequeños volúmenes de información y, en la mayoría de los casos, también de armamento, lo que impiden que cumplan más de una misión en cada salida o puedan cumplir roles como, por ejemplo, puesto de mando aéreo.
Esta realidad impide que cualquier fuerza aérea de la región pueda efectuar operaciones sostenidas en el tiempo en caso de un conflicto a gran escala contra otro país excepto que las ejecute una de las naciones más grandes contra alguna de las más pequeñas.
Pero también esta realidad impide a cualquiera de las naciones de la región poder actuar contra alguna potencia extrarregional e imposibilita que cualquiera de los países de América Latina pueda participar de manera activa en una coalición internacional contra una potencia, como fue el caso de Brasil y México en la Segunda Guerra Mundial. Esto convierte a las fuerzas aéreas latinoamericanas en irrelevantes en el escenario internacional, lo cual es importante en un mundo cada vez más conflictivo.
Así, la capacidad de empleo del poder aéreo a gran escala que tienen las naciones latinoamericanas en general se reduce a algo declarativo y cualquier conflicto convencional en la región vería un uso del poder aéreo muy limitado en tiempo y espacio.
Capacidad de operaciones asimétricas
Varios países de América Latina tienen una historia de mucha inestabilidad y han empleado el poder aéreo durante muchos años en conflictos internos, sean revoluciones, sublevaciones, guerras civiles, guerrillas, terrorismo y crimen organizado. Así, ya los primeros combates aéreos de la historia se dieron durante la Revolución Mexicana y muchas innovaciones en material y doctrina en empleo del poder aéreo en conflictos asimétricos surgieron de América Latina.
Para estas tareas se han usado todo tipo de aeronaves, pero han predominado los aviones de apoyo aéreo cercano - especialmente a hélice -, los helicópteros, aviones ISR (Intelligence, Surveillance, Reconnaissance / Inteligencia, Vigilancia, Reconocimiento) y los transportes. Con los años, Colombia, que libra una guerra interna por más de seis décadas, ha alcanzado la mayor capacidad y conocimientos.
Si bien hoy ya casi no hay revoluciones ni sublevaciones, el terrorismo y el crimen organizado vienen ganando poder y suman inestabilidad a la región. Dentro de las operaciones, solo algunos países hoy se ven obligados a realizar misiones de ataque contra grupos criminales o terroristas, como son los casos de Colombia, México y Perú. Otros ejecutan también acciones de combate contra aeronaves en vuelos ilegales, como hoy son los casos de Brasil y Venezuela, mientras que la mayoría se limita a funciones ISR, patrullaje e intercepción de vuelos ilegales (guiando luego a fuerzas terrestres a intentar la captura de la tripulación si la aeronave aterriza) y apoyo, desplegando personal y material terrestre.
Sin embargo, el crecimiento en poder por parte de grupos criminales en aquellas naciones que aún no han debido usar el poder aéreo contra ellos, como se ve en Ecuador, Centroamérica, Paraguay, Brasil y Bolivia, así como la actividad de grupos autodenominados pueblos originarios en los casos de Chile y Argentina, hace prever que en un futuro no tan lejano algunos de estos países también deban recurrir al uso de la fuerza desde el aire para brindar seguridad en los estados.
Este escenario es más fácil de enfrentar en cuanto al material, pero mucho más complejo desde lo doctrinario, dada la necesidad de identificar al oponente y neutralizarlo, evitando los daños colaterales.
Hoy varias fuerzas de la región poseen aeronaves de ataque ligero como el Tucano, el Super Tucano, el AT-6 Texan o el IA-58 Pucará, que son adecuados para estas misiones, aunque en muchos casos cuentan con sistemas y armamento anticuado o su dotación es limitada para la necesidad que puede haber. La falta de armamento moderno y de sistemas de navegación sofisticados en muchas aeronaves (como los Cessna A-37 que aún usan algunas fuerzas, IA-58 Pucará y Embraer Tucano) aumentan el riesgo de daños colaterales, por lo que el uso de las aeronaves queda bastante limitado.
Las flotas de helicópteros también en general son adecuadas, aunque en la mayoría de los casos su poder de fuego es limitado, así como pocas fuerzas poseen la capacidad de ejecutar operaciones aeromóviles nocturnas, entre otras cosas.
La capacidad ISR es un talón de Aquiles para la mayoría de las fuerzas, excepto el caso de Colombia y, en cierta medida, México y Brasil, ya que la mayoría tienen medios muy limitados o no tienen ninguno, cuando la inteligencia es el factor primordial en este tipo de operaciones, para poder detectar la actividad enemiga, que siempre opera en grupos pequeños y difíciles de detectar y, generalmente, lo hace en zonas boscosas o urbanas.
En Colombia, la posibilidad de interceptar comunicaciones y geolocalizar los emisores, así como el uso de sistemas electroópticos para captar movimientos de noche o bajo el follaje, a gran distancia, se han mostrado esenciales para actuar contra los grupos terroristas y criminales. Hoy, para estas capacidades los UAV se muestran cada vez más como la alternativa y ya países como Brasil, Chile, México, Colombia y Ecuador emplean modelos de gran autonomía y con sistemas avanzados, aunque en casi todos los casos aún son insuficientes para las necesidades que pueden tener en caso de una escalada de la conflictividad. Otros países no poseen ninguno o solo sistemas primitivos o de pocas capacidades.
Además, el uso de drones tácticos se ha ido incrementando, pero en niveles muy lejos de lo necesario. En este sentido, es preciso destacar que el primer uso de un dron civil para lanzar explosivos fue registrado en México en 2018 por parte del Cartel Jalisco Nueva Generación y ya en 2020 este tipo de ataques los realizaban regularmente, lo cual sirvió de base al empleo que luego empezó a hacer Ucrania tras la invasión rusa.
Los drones civiles, aunque más fácilmente interferibles que los equipos militares, permiten hacer vigilancia en puntos estratégicos a un bajo costo, mientras que sistemas no tripulados de mayor capacidad hacen posible no solo cumplir con misiones ISR durante muchas horas, sino atacar blancos.
Hacia el futuro
El poder aéreo demanda décadas en construirse, mientras que un gobierno que desestabilice la región toma menos tiempo y puede llevar a que cuando se necesite emplear ese poder aéreo para dar seguridad en América Latina, éste no esté disponible.
Todas las fuerzas tienen un largo camino por recorrer para convertir en capacidades reales lo que tienen, especialmente en lo que se refiere a la guerra convencional, aunque, en un escenario de menor tensión entre los estados, debería enfocarse de una manera colaborativa para la defensa regional, la participación en coaliciones regionales o globales y brindar una capacidad de defensa creíble de la región ante las potencias globales.
Este crecimiento debe ir hacia una visión sistémica del poder aéreo, donde no solo se piense en la aeronave de combate, sino en los sistemas que componen la misma para convertirla en un sistema de armas, como son los sensores, armas y sistemas de autoprotección, pero también, en contar con stocks de armamento y repuestos que permitan un uso sostenido en el tiempo, así como es relevante la capacidad de producir localmente la munición. También, se debe tener en cuenta a las demás partes del sistema, como las aeronaves ISR, sean tripuladas o no, las plataformas AEW&C, aeronaves de reabastecimiento en vuelo, de guerra electrónica para interferir sistemas del adversario, capacidad C-SAR para rescatar tripulaciones derribadas, así como un sistema de defensa aérea que permita negar el uso del espacio aéreo al adversario.
Además, se deben tener en cuenta la capacidad de procesamiento de información y los enlaces de datos, para mejorar la conciencia situacional de todos los actores, así como un eficiente sistema de mando y control para dar las ordenes adecuadas y poder sacar el mayor provecho del poder aéreo propio.
Por último, ninguno de estos sistemas puede funcionar bien sin tripulaciones debidamente preparadas y que puedan adiestrarse de manera adecuada, entrenadas para adaptarse a situaciones cambiantes y que sepan manejar a fondo las tecnologías que se vayan incorporando.