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La crisis en Medio Oriente sigue agravándose: actualización urgente



Por Ignacio Montes de Oca 


Vamos a actualizar el panorama de Medio Oriente y una crisis que sigue luego de la “Operación Pagers”. Israel obtuvo una victoria sin precedentes, pero hay otras cuestiones pendientes en un escenario que, lejos de solucionarse, se sigue complicando. Netanyahu viajará a EEUU para presentar una propuesta de cese el fuego que incluye una propuesta novedosa: garantizar la salida de Yayha Sinwar de Gaza junto a su familia a cambio de la liberación de los rehenes que aún quedan con vida y los cuerpos de los que fueron asesinados. La gestión de Netanyahu busca darle un cierre a la crisis de los rehenes que ya se acerca al año sin resolverse. Aún queda un centenar de cautivos y una operación a gran escala sobre los bolsones de resistencia de Hamas en Gaza se dilata por ese factor y hay un motivo. Tras el descubrimiento de los cuerpos de seis rehenes ejecutados antes de que llegasen las tropas israelíes el 1 de septiembre, quedó claro que un ataque al último bastión de Hamas podría resultar en un desastre. La reacción de parte de la sociedad israelí es parte de la ecuación.

Sinwar asumió el liderazgo de Hamas tras el asesinato de Haniyeh en Teherán el 31 de julio y desde entonces no hay una instancia política para poder negociar. Sinwar es el único interlocutor válido y de allí que las conversaciones propiciadas por EEUU, Egipto y Qatar naufragaran. Luego de la muerte de Haniyeh, queda claro que dejar ir a Sinwar es postergar una condena ya dictada, sin importar su destino. De lo que se trata es de destrabar una situación en la que Israel tiene la superioridad militar pero aun así está condicionada por la existencia de los rehenes. Pero Netanyahu busca también terminar la derrota de Hamas para poder contar con la fuerza suficiente para enfrentar a Hezbollah, un enemigo mucho más grande. Los 54.000 refugiados de su norte y el ataque constante desde el sur del El Líbano son problemas igual de graves.



El plan de Netanyahu tiene un inconveniente en la administración Biden. La Casa Blanca ya le advirtió que no apoyará una incursión en el Líbano. Tampoco la presencia permanente de Israel en Gaza ni la construcción de dos barreras militarizadas en Netzarim y Pfiladelphia. Netanyahu no está dispuesto a ceder en la demanda de sus aliados y adversarios. La presencia en los corredores que controlan la mitad de Gaza y la frontera con Egipto son cruciales para su plan destinado a evitar otro 7 de Octubre y esa intransigencia oscurece el vínculo externo.

Arabia Saudita, Jordania y Egipto ya dijeron que una presencia permanente de Israel en Gaza anula cualquier posibilidad de avanzar en un acercamiento. Y los tres países son importantes para frenar la expansión chiita iraní e incluso para proteger a Israel de sus ataques. El problema no es solo Gaza, sino que Netanyahu cedió ante la presión de los grupos más nacionalistas y radicalizados y esto condujo a ampliar la ocupación israelí en Cisjordania y a desalojar a 10.000 palestinos para construir colonias adicionales en la región. Si los familiares de los rehenes presionan en las calles para que Netanyahu priorice la liberación de los cautivos, la derecha que apoya al Primer Ministro ejerce una influencia igual de fuerte para que prevalezca la seguridad y la presencia israelí en Cisjordania y Gaza.

Los dos requerimientos son incompatibles. Las colonias en Cisjordania amplían el descontento de los clanes palestinos, lo cual eleva el requerimiento militar en este tercer frente. Establecerse en Gaza, convierte a la zona en una región militar activa y permanente. Liberar a los rehenes implicaría un acuerdo con Irán mucho más amplio que incluye el retiro de Gaza y algún arreglo para frenar la expansión de Israel en Cisjordania. Si no se logra de manera urgente, los rehenes corren peligro de convertirse en un tema sin salida positiva. Los países árabes y Egipto presionan a Israel en el mismo sentido. Les resulta complicado aparecer en el bando que apoya a Israel o una salida a la crisis de los rehenes sin quedar ante su propia población y aliados como cómplices de la ocupación de hecho de Israel.

Pero Netanyahu insiste en tratar la cuestión como compartimentos diferenciados. El anuncio hecho hace menos de una semana lo confirma. Informó que el siguiente paso será alejar el riesgo de Hezbollah para permitir el regreso de los refugiados del norte de Israel. Otra vez, una victoria militar puede implicar una derrota política. No es tanto lo que afecta a Israel, sino el apoyo que puede llevarle a sus adversarios y el amasar un conjunto de soportes a los palestinos que, a la larga, se transformen en una oposición a la postura israelí. La esfera militar es solo una de las que hay que considerar. La batalla política y comunicacional es igual de importante porque es la que luego se traduce en apoyos, en particular de parte de los gobiernos sensibles a los vaivenes de audiencias y masas electorales.

Hay que tener en cuenta además que, más allá de las circunstancias momentáneas, Israel no puede mudarse y debe convivir con un entorno hostil en estado de paz o de guerra. Esto implica que el factor militar es solo uno de los que debe considerar a mediano y largo plazo. Una presión coligada de los países árabes y de los socios occidentales puede tener no solo efectos políticos al debilitar la posición externa de Israel, sino que además puede acentuar el aislamiento económico cuando necesite desandar las consecuencias de la crisis actual. Los acuerdos de Abraham tenían esa premisa y buscaban una promesa de desarrollo económico y comercial reemplazando la lógica de la confrontación permanente. Si en lugar de buscarse una salida política se opta por la militar y se agranda el conflicto, se iría por el lado opuesto.





Es cierto que la “Operación Pager” fue un éxito rotundo y que evitó al extremo las bajas civiles. Pero aún hay muchos elementos en el escenario que impiden capitalizar ese esfuerzo precisamente porque el ambiente político condiciona a los logros militares. Al mismo tiempo que Israel cosechaba el éxito de esa operación, sufrió una derrota diplomática en la ONU. Un pedido para ejecutar un embargo de armas en su contra recibió 124 votos a favor, 43 abstenciones y solo 14 votos en contra. Analicemos esta votación. Israel solo recibió el apoyo de EEUU, Hungría, Argentina, Chequia, Paraguay y un grupo de islas y estados menores de nulo peso estratégico. Las abstenciones enrolan a muchos estados americanos y europeos. Los votos en contra, una mayoría consistente. En la resolución se reclama a Isael que abandone el territorio palestino y esto incluye a Gaza y Cisjordania. Aunque no tiene efectos prácticos, refleja una opinión mayoritaria que debilita cualquier futura estrategia de Israel y condiciona sus vínculos externos. La Resolución exige el fin de los asentamientos en Cisjordania, el retiro de Jerusalén oriental, reparaciones monetarias para los palestinos desplazados y la restitución de su tierra. Además, insta a los países miembros a no reconocer los avances territoriales de Israel.

No se pasa por alto que por primera vez la Autoridad Palestina contó con un sitio en la Asamblea General, un hecho inédito desde 1947. Hay otras señales que alertaron a los diplomáticos israelíes. En paralelo, el presidente español recibió a Abu Abbas, jefe de la ANP. Esta recepción le da entidad política a la autoridad palestina, que ya había logrado el reconocimiento de España, además del de Irlanda y Noruega. En total, ahora son 17 los estados europeos que reconocen a Palestina. El numero creció desde el 7 de octubre pasado. Francia se sumó al pedido del reconocimiento palestino y embistió varias veces contra la ofensiva de Netanyahu en Gaza. Semanas atrás, el Reino Unido ordenó un embargo a la exportación de componentes militares a Israel. Este es un punto importante.

Francia y el Reino Unido participaron de la defensa de Israel frente a los ataques de Irán y ante el bloqueo de sus asociados hutíes en el Mar Rojo. Pero al tiempo que expresan su apoyo a Israel, no dejan de dar señales de su resistencia a las políticas del primer ministro israelí. La figura de Netanyahu es un factor constante de tensión. Los líderes británico y francés ya superaron los procesos electorales y no deben temer a la influencia de una postura firme con el gobierno israelí o por su apoyo a los palestinos. No es el caso de la administración Biden. La Casa Blanca hace equilibrio entre su compromiso histórico con Israel y la demanda de no quedar emparentado con las políticas de Netanyahu, que además ya se mostró públicamente a favor de la candidatura de Trump. Pero la cuestión es aún más profunda.



Con los márgenes ajustados de la carrera electoral y la evidencia de un brote antiisraelí oculta en una aparente campaña a favor de los israelíes, Biden debe medir el efecto que tendría cualquier decisión que tome respecto a esta crisis sobre la figura de Kamala Harris. Al mismo tiempo debe prestar atención a los efectos que tienen las turbulencias en Medio Oriente sobre el escenario económico global y las alianzas que rigen con sus aliados en Medio Oriente. Las 16 bases norteamericanas en la región proyectan un poder que es parte de ese cálculo. Apoyar de manera automática a Israel en una presencia permanente en Gaza o una ampliada en Cisjordania puede tener un efecto electoral mayor o menor, pero que no debe desatenderse. Su consecuencia en el entramado de poder de Medio Oriente, si está asegurada. Arabia Saudita, Egipto, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y el resto de las potencias regionales rechazan sin fisuras estas políticas de Netanyahu. Washington sabe que en ese rechazo se advierte un posible alejamiento de sus socios en la región.

Rusia y China ya se mostraron dispuestos a atenuar la influencia de Occidente en la zona. Rusia mediante el uso del precio del petróleo y las cuotas de producción como arma política y estratégica para empoderar a las coronas petroleras y que ganen en autonomía frente a Occidente. China es el gran comprador, un socio comercial capaz de competir con Occidente y un actor político capaz de ordenar el caótico universo político palestino en la reunión que organizó en julio en Pekín para linar asperezas entre las facciones. Ese esfuerzo es similar al que realizó Moscú en febrero, cuando convocó a varios grupos palestinos, pero además incluyó a Hamas y la Yihad Islámica dentro de las invitaciones. Rusia esta además presente en Siria con Irán, lo cual implica influir en lo que sucede en el Líbano.

Pekín y Rusia lograron que los saudíes se sumen al grupo de países de los BRICS. Egipto y los Emiratos Árabes Unidos ya gestionan su ingreso a ese club de naciones en el que compartirán estrategias con Irán. EEUU y el resto de Occidente miran impotentes el armado que crece.



Curiosamente, o no tanto, quienes están sacando los mayores réditos son quienes se mantienen apartados de un conflicto en el que los éxitos militares no siempre son consecuentes con victorias diplomáticas. Las maniobras políticas van por encima de las bélicas. Aquí es donde hay que regresar a la “Operación Pager”. Su éxito fue abrumador, pero en ese triunfo se esconde otro problema y es en la constante de la represalia. La acción y reacción proporcional es una regla básica en este conflicto. Nunca hay un capítulo de cierre. El resultado de la operación fue inmenso. De acuerdo con un documento filtrado de Hezbollah, la acción produjo 879 muertos, incluyendo a 291 oficiales de alto rango. Incluyen a 131 iraníes y 79 yemeníes, lo que confirma que el refuerzo de tropas hutíes llego a la zona. El mismo documento informa que en los ataques quedaron incapacitados de manera permanente 613 terroristas, otros 509 quedaron ciegos y 1.735 sufrieron heridas en órganos reproductivos. El tamaño del daño es proporcional con la necesidad de una respuesta.

Nasrallah, el líder espiritual de Hezbollah, dijo que el ataque es una declaración de guerra y en las horas siguientes el norte de Israel recibió al menos 60 cohetes lanzados desde posiciones terroristas en El Líbano. Mas allá del daño, el grupo terrorista conserva capacidad de ataque. Mientras Nasrallah pronunciaba su discurso un F-35 israelí sobrevoló la capital libanesa en una clara señal de desafío. Luego, Israel atacó a Hezbollah más allá de la Línea Litani y destruyó 250 lanzadores y 1000 proyectiles. Y los ataques son cada vez más lejos de sus fronteras. Pero el problema es la escala. Una incursión terrestre en El Líbano puede ser un desafío aún mayor considerando que, aun descabezada, Hezbollah sigue contando con 130.000 milicianos y decenas de miles de proyectiles, además de estar establecida en el territorio hace décadas.

El inconveniente se hace más complejo porque las heridas a yemenitas e iraníes confirman el arribo de voluntarios de otras regiones que, además, cuentan con el potencial de los 100.000 milicianos de las fuerzas pro iraníes en Irak y el respaldo militar iraní.

Si la campaña de Gaza duró un año, entonces una ofensiva en El Líbano puede ser aún más costosa en términos de esfuerzo militar y tiempo, con la consecuente influencia en el ambiente político interno de Israel y en su economía, que ya está bastante golpeada. Es una ecuación sencilla porque para controlar Gaza, Israel tuvo que movilizar un total de 525.00 soldados. Del otro lado, había unos 38.000 milicianos de Hamas y la Yihad Islámica, además de grupos armados de los clanes palestinos. Las proporciones son elocuentes. Ese es el problema y está en la factibilidad de los objetivos. La batalla de Gaza está confinada a los 360 km2 de esa región y pudo ser contenida al aislarla por sus fronteras terrestres y un bloqueo naval. Hezbollah se reparte en 600.000 km2 del Líbano y Siria.



Israel ya entró varias veces en el Líbano. Las incursiones más importantes fueron en 1982 y en 2006. En ambas oportunidades logró victorias militares y derrotas políticas. La de 2006 también tuvo rehenes y su liberación le costó el tener que entregar a miles de palestinos a cambio.

Por eso es importante resaltar que el éxito israelí en la “Operación Pagers” es solo un hito dentro de una trama mucho más compleja. Hezbollah está golpeada, pero debe responder porque su futuro depende de recuperar una imagen agresiva que acaba de volar en pedazos. Lo mismo le sucede a Irán, cuya convocatoria a una yihad está condicionada a la capacidad de reclutar adherentes. Tras la derrota de abril y la incapacidad para asistir a sus huestes en Gaza, viene otra muestra de su debilidad creciente y ello la obliga a actuar.

Las milicias cristianas libanesas, alguna vez aliadas de Israel, y los drusos, afectados por el asesinato de un grupo de niños de esa comunidad por un cohete de Hezbollah en julio, podrían sumarse a la lucha y sumergir otra vez a El Líbano en una nueva guerra civil. Es una probabilidad que debe preocupar tanto a Irán como a sus aliados, en particular a Rusia porque podría poner en duda su ocupación de hecho de una extensa zona libanesa y siria a través de sus milicias asociadas. Israel, se vería beneficiada, pero sería una masacre aún mayor.



Israel recuperó la iniciativa y ahora tiene que decidir hasta dónde llega. Pero las circunstancias internas y externas no dejan en claro si el parámetro de llegada son los rehenes, su seguridad o una necesidad de embarcarse en una guerra a mayor escala contra Irán y sus mastines.

Y si la crisis se acrecienta y se desparrama con la intervención de los gobiernos libanes o sirio, el margen de apoyo a Israel de parte de los enemigos de Irán en la región disminuye por una lógica de empatía inter musulmana y una imagen de los israelíes como potencia en expansión. A su vez, crecería la urgencia de occidente por resolver la crisis y es hacia Israel hacia donde se dirigirá esa demanda. En igual medida, para controlar el tamaño de un apoyo militar también reclamado en otros escenarios. No hay que ser vidente para ver lo evidente.

Los actores externos se muestran impotentes. Nadie quiere o puede frenar a Irán, sea porque es un imposible militar o porque sus aliados son tributarios de sus políticas exteriores. En el caso de Israel, ya decidió que seguirá adelante pese a cualquier resistencia.

Así de complicado está el escenario del Medio Oriente. La gestión de Netanyahu en EEUU buscará aclarar si cuenta con apoyo para intentar una salida política para la cuestión de los rehenes, mientras el resto de los temas aún siguen en manos de los generales. Medio Oriente es siempre un rompecabezas con piezas que cambian de forma cada día. Hace casi un año Irán detonó un conflicto por medio de Hamas y desató una serie de eventos que se siguen complicando. Nadie quiere ceder, por ahora sigue la crisis en curso.

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