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La cuestión del Litani y su historia explican gran parte de los actuales hechos que envuelven la guerra entre Israel y Hezbollah




Por Ignacio Montes de Oca

 

Recrudece el enfrentamiento entre Israel y Hezbollah y ya se habla de la creación un colchón de seguridad en el sur libanés, de la “Línea Litani” y de una “expansión de Israel”. Vamos a aclarar el tema con algo de historia, un poco de demografía y una pizca de lógica


La zona en cuestión está entre el río Litani al norte, la frontera con Israel al sur, el Mediterráneo al oeste y la cordillera del Líbano al este. Ocupa unos 800 km2 y es el centro de una disputa que ya lleva medio siglo. Empecemos por el principio de la historia para entender el presente. Durante siglos, la región estuvo apenas habitada por poblaciones de drusos y cristianos, en su mayoría maronitas. Hacia la década de 1970 tenía unos 150.000 habitantes. Pero un suceso ocurrido muchos kilómetros al este, en Jordania, cambió por completo su demografía. Fue el Septiembre Negro, nombre por el cual se conoce a una pequeña guerra civil ocurrida entre septiembre de 1970 y julio de 1971 entre el gobierno hachemita de Jordania y los refugiados organizados detrás de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) de Yasser Arafat. Los palestinos intentaron crear un estado propio en el territorio en el que estaban asilados desde 1948 y continuar sus ataques contra Israel desde Jordania. El secuestro de tres aviones occidentales y su voladura en suelo jordano en septiembre de 1970, precipitó los hechos. El ejército jordano avanzó sobre las zonas de la OLP que estaban custodiadas por 40.000 milicianos. La lucha fue intensa y duró casi un año, pero al final prevalecieron los hachemitas y la OLP tuvo que dejar Jordania. Detrás de ellos fueron expulsados 800.000 palestinos.



Aquí es donde regresamos a la zona del Litani. La OLP seguía dispuesta a embestir contra los judíos y se asentó en la zona de El Líbano lindera con la frontera norte israelí. La presión demográfica fue muy intensa y los habitantes originales pasaron a ser una minoría. Ahora empezamos a entender el problema actual, pero aún falta mucho para llegar al presente. La OLP repitió el mismo esquema que en Jordania y se situó en la zona en donde se le facilitaba lanzar sus ataques contra las poblaciones israelíes al otro lado de la frontera. La situación se fue agravando y el 14 de marzo de 1978 Israel lanzó la “Operación Litani” contra las bases de la OLP. Fue la primera incursión en el Líbano. El detonante fue la infiltración de un comando terrorista en la zona de Haifa que asesinó a 39 personas e hirió a otras 76. El general cristiano libanés Saad Haddad vio la oportunidad. Se sublevó y proclamó el “Estado Libre del Líbano” apoyado por Tel Aviv y que a su vez pasó a controlar las milicias del Ejército del Sur del Líbano que se sumaron a la lucha contra la OLP. Ese apoyo tenía una razón.



La llegada masiva de los palestinos rompió el equilibrio demográfico libanés, que en ese momento tenía unos 2,38 millones de habitantes. El aumento de la población musulmana les dio mayor peso a los sunitas más radicales enrolados en el Movimiento Nacional Libanés. En 1975 comenzó una guerra civil que colocó a 18 facciones libanesas en una confusa disputa. El gobierno hasta entonces dominado por la mayoría cristiana maronita se vio envuelto en una lucha contra drusos, sunitas, chiitas y actores externos. La OLP aprovechó esa circunstancia para consolidarse en el sur libanés. La debilidad del poder central le permitió dedicarse a su agenda antijudía. En 1976 esa debilidad se convirtió en sumisión cuando Siria invadió a El Líbano y se apoderó de Beirut. Arafat, no fue afectado.

Es crucial entender este antecedente en tiempos en que se invocan territorios ancestrales y porque una ofensiva israelí podría revivir tensiones entre grupos libaneses que permanecieron aletargadas. Luego vamos a volver sobre ese punto porque es muy fértil. Ante una situación que se agravaba, el 19 de marzo de 1978 se aprobó la Resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU para ordenar el retiro de Israel, que se concretó en 2.000, y el despliegue de la UNIFIL (Fuerza Provisional de Naciones Unidas para El Líbano) al sur del río Litani. Los cascos azules son una buena fuente de vigilancia, presencia y una formidable maquinaria de viáticos, pero también carecían de atributos para intervenir de manera efectiva, detener las acciones de la OLP o para desalojarlas de la zona. El resultado fue previsible. La OLP siguió su asedio contra el norte de Israel y expandió su fuerza con el apoyo de los sirios, que aprovecharon la guerra civil libanesa para aumentar su influencia sobre ese país, en particular con su apoyo a los grupos musulmanes en su disputa con cristianos y drusos.



Israel volvió a entrar en el Líbano el 6 de julio de 1982 con el objetivo de expulsar a la OLP. Esta vez tuvieron que llegar a Beirut. Los palestinos empujados en conflictos anteriores, habían creado nuevos bastiones militares en esa zona bajo el amparo sirio. El Litani ya no era su límite. La invasión duró 3 años y, si bien la OLP fue obligada a dejar El Líbano, las tropas israelíes comenzaron a ser atacadas por otros grupos de origen chiita organizadas bajo el nombre de Hezbollah, un grupo creado bajo la supervisión de la Guardia Revolucionaria de Irán.

Como se ve, el problema no era solo la OLP, porque el vacío que generó su salida fue aprovechado por Irán para expandir su revolución chiita. La OLP, apoyada o tolerada por los gobiernos sunitas de la región, perdió peso y con él disminuyo la influencia árabe en el conflicto.



Hubo otros eventos que son igual de importantes. Las falanges cristianas libanesas aprovecharon la circunstancia para apoyar el avance de Israel y emprendieron su propia batalla contra Hezbollah, que continuó por una década. La política libanesa nunca cerró esa grieta. EEUU y Francia también enviaron tropas al Líbano. Fue un desastre estratégico y Hezbollah atacó al cuartel de los Marines en Beirut y mató a 241 soldados norteamericanos y a 58 soldados franceses en otro atentado. En ese lapso, decenas de occidentales fueron tomados como rehenes.

En un atentado contra la embajada de EEUU en Beirut, Hezbollah asesinó a otras 60 personas y quedó claro el grupo estaba lejos de ser derrotado. Israel perdió 657 soldados y en 1985 tuvo que admitir que, pese a la partida de la OLP, no había logrado conjurar el peligro terrorista. Tras la salida de Israel y de las potencias occidentales, el gobierno libanés ordenó el desarme de todas las milicias, a excepción de Hezbollah. Fue un golpe definitivo para las fuerzas cristianas maronitas, tanto como el retiro de Israel y la muerte de Haddad en 1985. La salida de la OLP dejó a los palestinos en manos de Hezbollah y de los chiitas iraníes y condujo a un cambio en su discurso; el reclamo de un estado propio y de identidad nacional perdió fuerza frente a la radicalización religiosa y a la prioridad de la destrucción de Israel.



En 2005 Israel se retiró de Gaza y de cuatro asentamientos de Cisjordania. Advirtió que aquello era una demostración de su intención de evitar nuevos conflictos, pero Irán ya tenía un plan de confrontación en marcha y desde su base en el Litani expandió su presencia. El año 2006 fue decisivo para todo lo que sucede hoy. En Gaza, ganó las elecciones Hamas, otro producto del criadero terrorista iraní. De inmediato masacró a sus rivales de Fatah, los herederos de la OLP, y convirtió a la Franja en un hervidero de actividad terrorista antisraelí.

El sur libanés y sirio, en donde Hezbollah acampó a sus anchas por el acuerdo de Al Assad con Irán, se transformaron otra vez en una plataforma para los ataques contra el norte de Israel. La región del Litani era otra vez el epicentro de la actividad del terrorismo. La 3° invasión israelí al sur libanés comenzó el 12 de julio de 2006 tras una emboscada de Hezbollah contra una patrulla en la frontera, la muerte 3 soldados y la captura de otros 3. Otra vez, Israel avanzó sobre posiciones terroristas y puso como meta empujarlos más allá del Litani. Israel entró en el sur de El Líbano y bombardeo posiciones de Hezbollah en Beirut. Hubo un millón de desplazados libaneses y 300.000 israelíes. Tras 33 días de combates, las tropas israelíes volvieron a su territorio. Como en otras ocasiones, intervino la ONU. La Resolución 1701 del Consejo de Seguridad ordenó un alto el fuego el 11 de agosto. Pero, lo más importante, es que además ordenó que Hezbollah se retire más atrás del río Litani. Otra vez, la demarcación volvía a estar en el centro de las negociones.

El siguiente evento fue el inicio de la guerra civil en Siria en 2011. Este conflicto aumentó la migración al sur libanés, pero también debilitó a Al Assad y lo subordinó a su antiguo aliado, Irán. Y así los iraníes se convirtieron en mandantes exclusivos del sur libanés. Sin el contrapeso sirio, Irán pasó a ser potencia rectora de El Líbano y en su alianza con Rusia, que a su vez se convirtió en protector militar de Siria para evitar su colapso a manos de los rebeldes, se consolidó el control iraní sobre la zona del Litani.



En ese momento Irán alcanzó su momento de mayor expansión al controlar el sur libanés, una parte importante del centro del país y la periferia de Beirut. En Siria, ocupó también por medio de Hezbollah la zona lindera a Israel. Y además pasó a controlar Gaza por medio de Hamas. La influencia iraní no tardó en hacerse sentir. Los chiitas más radicales respaldados por Teherán comenzaron a pedir la imposición de la Sharia por sobre el mosaico de culturas y religiones que había caracterizado a la sociedad libanesa incluso durante la guerra civil. Estas imposiciones junto con el desplazamiento político y económico tensaron las relaciones con cristianos y maronitas, además de forzar la casi desaparición de la presencia judía. En el Litani, esa política de acoso religioso fue parte de la consolidación política en el territorio.

Esas exigencias aceleraron el recambio demográfico por la migración forzada de los cristianos y las mayores tasas de fertilidad de las comunidades musulmanas. Así, de ser un 51% de los pobladores de El Líbano, los cristianos pasaron a ser aproximadamente un 40 % del total. Los musulmanes pasaron a ser un 60% de la población y ese avance trajo un giro político porque los cristianos, drusos y musulmanes no alineados con Irán perdieron el peso político para tener un control efectivo sobre los cargos más altos de gobierno. También se reflejó en un vuelco en la postura del Líbano frente a las crisis regionales. De una actitud tradicionalmente neutral, el Líbano pasó a ser parte del esquema de Siria e Irán. Su ejército sufrió una transformación similar cuando sus mandos cambiaron sus proporciones. Ese cambio es lo que explica por qué el gobierno libanés no desalojó a Hezbollah como ocupante de su territorio en nombre de Irán y que haya optado por amenazar a Israel con sumarse a la defensa del Litani en lugar de aportar para el desarme de los terroristas que crearon la crisis.

Sabemos ahora el rol de la demografía, el antecedente de la actual crisis, que la cuestión del Litani lleva más de medio siglo irresuelta y que es la mayor fuente de conflicto externo de Israel tras resolverse la disputa con Egipto, Jordania y el resto de la zona árabe. También, que Irán es la verdadera potencia ocupante del Litani por medio de Hezbollah y que además tiene sujetos tanto a los palestinos como al propio gobierno libanés a través de la red de alianzas y traiciones que fue tejiendo. Y que Siria paso de ser su aliado a su subalterno.

En la ecuación del Litani hay entonces una serie de factores fijos al que hay que sumarle la presencia de medio millón de palestinos que en su mayoría viven en esa región. No puede ser pasada por alto ni el uso que hace Irán para influir en la situación política de El Líbano. La influencia de esa cantidad de palestinos es desproporcionada con relación al total de 5,5 millones de personas que habitan el Líbano. Esa desproporción se repite en el dominio chiita. Revisemos las cifras para entender hasta qué punto la ocupación iraní es una anomalía.



El Líbano se divide hoy entre un 60% de musulmanes y un 40% de cristianos. Entre los musulmanes, hay una proporción equilibrada de sunitas y chiitas del 27%, el resto se completa con un 6% de drusos, unos 300.000 y es la comunidad más grande de ese grupo en la región. Los drusos son una facción aparte del Islam y son considerados herejes por los grupos mayoritarios, por su sincretismo con ideas cristianas, griegas y de otras fuentes. Por cuestiones históricas se enfrentan al intento de dominio iraní y sirio, aunque también al cristianismo.

Del 27% de sunitas libaneses, solo una pequeña parte apoya a Irán y en su mayoría están dentro del grupo palestino. El resto sigue vinculada a la esfera sunita y a las ideas salafistas que históricamente se oponen a los chiitas y en particular a los alauitas vinculados a siria.

Si el 40% es cristiano, el 6% druso y una parte del 27% sunita no es favorable al avance chiita y, por lo tanto, a la presencia iraní y de sus representantes y socios, es sencillo comprender que su poder militar juega un rol fundamental en el predominio político. Una vez roto ese predominio de Hezbollah todo el tablero de Medio Oriente cambiaría. Irán perdería una base vecina al norte de Israel, los palestinos que no son afines a Teherán, la tutela armada y el esquema político del gobierno libanés tendría una representación más realista. Incluso se podría especular con la construcción de un experimento político para reconstruir un sistema de convivencia entre grupos étnicos y religiosos diversos de El Líbano que replique el modelo de Israel, pero para eso debe salir de escena Hezbollah e Irán.



De lograrse, el territorio libanés ya no sería una continuidad estratégica del sirio y, por ende, tanto iranies como rusos ya no podrían influir de manera tan directa en la cuestión palestina. Por donde se lo mire, desmilitarizar el Litani es una clave para todo el conflicto en la región. Empujada fuera de El Líbano, la coalición formada por Rusia e Irán quedaría en territorio sirio, en donde aún enfrenta una guerra civil y con el estrecho margen de los Altos del Golán para amenazar a Israel. Son apenas 76 km frente a los 120 de la divisoria con el Líbano.

Los 40 km de zona desmilitarizada desde la línea Litani a la frontera con Israel representan la posibilidad de evitar las incursiones sorpresivas y dan un tiempo prudente para detectar el vuelo de proyectiles y cohetes disparados hacia el sur. Nunca fue una traza antojadiza. Una y otra vez, cada aproximación a la situación actual conduce a la necesidad de desplazar a los grupos proiraníes del Litani y evitar que, como sucedió con el reemplazo de la OLP por Hezbollah, una sigla suceda a la otra y el problema de fondo siga sin resolverse. La comunidad internacional no mostró hasta ahora la voluntad ni tiene los elementos para ponerlo en práctica ni para desalojar al grupo terrorista. Los cascos azules nunca cumplieron con ese propósito y el ejército libanés está tomado por los representantes iraníes. La ONU ya ordenó a sus tropas en el Litani que se replieguen ante el recrudecimiento de los combates. Ni siquiera intentarán una tarea de interposición. La comunidad internacional está allí desde 1978 mirando desde primera fila y sin resolver.



Una intervención militar de Occidente ya demostró su inviabilidad y un regreso de la influencia árabe sunita al Líbano se obstaculiza por la falta de la voluntad para para confrontar abiertamente con sus adversarios chiitas. Todos están dejando en Israel el disponer una solución. Hezbollah es el grupo terrorista más poderoso del mundo y en el Litani está su núcleo de poder. Tiene 130.000 milicianos, decenas de miles de proyectiles y es parte de un conglomerado armado por Irán mucho ms poderoso. Y no solo construye poder militar, lo usa a diario. Y a Israel no le quedan muchas alternativas porque desde hace más de 50 años la zona se convirtió en el origen de los ataques más feroces desde antes del 7 de octubre y los más regulares antes y después. El Litani es la piedra de Sísifo de Israel. Y del Líbano. El riesgo no es solo que una confrontación entre Israel y Hezbollah se haga otra vez crónica y que las víctimas de ambos lados se multipliquen. Hay otro peligro latente y es que el debilitamiento de los terroristas proiraníes desemboque en otra guerra civil en el Líbano. No hay que olvidar que cristianos y drusos tienen cuentas pendientes con Hezbollah y que hay grupos como los alauitas que podrían disputar los vacíos generados por Israel en el Litani y el resto de El Líbano con las masacres previsibles.



Para los israelíes, la derrota de Hezbollah es una premisa innegociable y esa tarea forzará un nuevo equilibrio de poder en El Líbano. La comunidad internacional y los países árabes deberán dejar la actitud contemplativa. Israel no puede asumir otra vez responsabilidades ajenas. Y si los países sunitas y Occidente quieren enfrentar el expansionismo iraní y a la vez poner en práctica sus deseos de disminuir la conflictividad de la zona, ante lo ineludible de la embestida israelí, ya pueden comenzar a trazar planes para asumir de una vez un rol activo.

Sucede que alguien debe intervenir en el terreno. Dejar esa tarea exclusivamente a Israel para limpiar la zona de la presencia de Hezbollah puede ser una alternativa temporal, pero solo correría a línea del Litani hacia el norte con un repliegue del grupo terrorista. La tarea es necesaria porque Hezbollah replicó el mismo esquema que en Gaza con túneles y posiciones en zonas urbanas. Dejarlo en mano de drusos y cristianos podría generar un eco en otras zonas compartidas en el Líbano y desatar otra guerra civil.



Tampoco la ocupación de la zona por parte de Israel o una solución al estilo de las Alturas del Golán parece ser una opción inteligente. Una anexión de hecho tendría repercusiones políticas y un costo material inabordable para el estresado sistema militar y económico israelí. Un reemplazo demográfico para regresar al tiempo anterior al ingreso de la OLP en el Litani es igual de conflictivo. Mover a 5.000.000 palestinos sería barrer bajo una nueva alfombra el problema de siempre y habría que resolver en dónde relocalizarlos. Y si es legítimo hacerlo.

Para cada escenario surge otro inconveniente porque en el mundo real ningún estado de la zona quiere alojar a palestinos desplazados e Israel no acepta avanzar en la cuestión del Estado Palestino. El Litani refleja ese mismo problema y la explicación al porqué. Y tampoco resuelve la siempre pendiente cuestión de la tutela iraní o de otros terceros sobre esta comunidad. También los palestinos en la zona cargan con su piedra de Sísifo y es el caer una y otra vez en manos de los que utilizan sus errores y frustraciones como arma política.

La procrastinación de Occidente y los países árabes muestra sus consecuencias más profundas en el Litani y ahora dejaron a Israel a cargo de hallar una solución y desde el 7 de octubre solo pareciera tener carpetas militares a mano. Los siempre ausentes, esta vez deben intervenir. La cuestión del Litani tiene otro sentido al ser analizado desde estas cifras y datos porque la apuesta no es solo hacer respetar el colchón de seguridad, sino que además busca socavar las bases de la presencia iraní en el sur del Líbano. Las consecuencias, pueden ser inmensas. Con la información del trasfondo de esta crisis la frase “El Litani es la nueva frontera de Israel” anuncia que se tratará de terminar una tarea pendiente hace medio siglo. Israel, Occidente y los países árabes deben decidir si estamos o no en las vísperas de otro Septiembre Negro  .



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