Por Ignacio Montes de Oca
Vamos a analizar algunas de las consecuencias de la eliminación de Nasrallah y sus posibles derivaciones. Lo más importante, en 15 días Israel acabó con toda la estructura de mando de la organización terrorista sin entrar en territorio libanés, un logro político y estratégico.
Israel logró dejar sin comando a Hezbollah y sin los mandos medios cuando incapacitó a por lo menos 4.000 terroristas con la explosión de los pagers y radios el 17 y 18 de septiembre. Todo forma parte del mismo plan y deja al grupo terrorista en una anomia paralizante. De momento Hezbollah es un conjunto anárquico, pero aún sigue siendo el grupo irregular más poderoso del mundo en número de hombres y cantidad de cohetes, misiles y drones. No hay que subestimar su capacidad ni despreciar su capacidad de daño. Perdió la cabeza, no las garras. Por ser una organización creada y dirigida por Irán, es probable que Teherán ya se esté trabajando para rearticular su cadena de mandos con nuevos comandantes, pero les va a llevar un tiempo reorganizar un aparato tan complejo y numeroso. Esa ventana de oportunidad corre a favor de Israel. Pero el descabezamiento tiene otra consecuencia crucial y es que Hezbollah se quedó sin voz y a partir de ahora Israel solo hablará con el dueño, ya no más con el proxy. Salvo que se habilite una ouija, ya no hay nadie con quien hablar en Hezbollah. Se eliminó a un intermediario.
Vamos a los riesgos. Cabe alertar sobre lo que podría suceder con un centenar de miles de fanáticos sin guía. Tanto puede alentar más ataques contra Israel como una lucha intestina que aliente más acciones en esa dirección en la búsqueda de reclamar el liderazgo. Una anarquía armada hasta los dientes es un riesgo tan grande como la necesidad de Irán de una respuesta ante las sucesivas derrotas: el ataque de abril, la eliminación de Haniyeh en Teherán, la operación Pagers y la caída de la cúpula de Hezbollah. No es una cuestión de orgullo. Irán monta su yihad sobre la idea de proveer a sus socios de amparo y ese contrato terminó de romperse con la eliminación de Nasrallah. Si no hace algo pronto, su estrella va a empezar a opacarse en la región. De allí que sea previsible una respuesta. Irán es un volcán siempre a punto de estallar, su situación económica es decadente y las tensiones e internas son apenas contenidas por el sistema de represión. Los reclamos de kurdos, beluchíes y azeríes existen y son reales. Tanto como el hartazgo por las imposiciones religiosas.
Irán viene desviando esas tensiones con una épica de confrontación externa con Israel y secundariamente con Occidente. La derrota en el primer frente y las consecuencias del segundo por las sanciones ponen en riesgo de implosión al régimen de los ayatolas. Y es una posibilidad real. Por eso Irán debe hacer algo, de manera urgente, para evitar que la caída de Nasrallah marque el inicio del fin de su yihad y debilite al gobierno internamente al demostrar su incapacidad para cumplir con las promesas distractoras que le planteó a sus gobernados.
Los iraníes todavía cuentan con una fuerza formidable agrupada bajo la dirección de Al Quds, el brazo exterior de la Guardia Revolucionaria. Son cientos de miles de milicianos entre palestinos, iraquíes, hutíes y sirios de sus grupos terroristas. Y hay que sumarle algo más. Cuentan con un margen para empujar al gobierno libanés a una guerra con Israel y quizás obtener un apoyo militar del gobierno sirio, además de sus propias fuerzas armadas. Hezbollah es parte de un ecosistema iraní, solo una fracción de algo mucho más grande. Si sumamos necesidad y número es más fácil comprender los riesgos que pueden avecinarse. Y con ellos la posibilidad de una expansión del conflicto si Irán reconoce una derrota y considera que está obligado a dar una respuesta con todos los medios su alcance. Y son muchos.
Israel tampoco puede dejar pasar la oportunidad para disminuir al máximo el poder de Hezbollah no solo al sur de la línea Litani, sino que además debe hacerlo en la periferia de Beirut donde también reside el poder militar del grupo terrorista. Es un conflicto sin frenos. Pero Israel tiene otro condicionante y es la existencia de un centenar de rehenes aun en manos de Hamas, otro grupo descabezado casi en su totalidad. Esa cuestión es muy delicada y debe resolverse como prioridad. Israel se dirige ahora a Irán, cortadas las cabezas de los títeres.
Ayer Netanyahu le ofreció a Irán una salida al decir que esta guerra se resolvía si devolvían a los rehenes y rendían a Hamas en Gaza. De Hezbollah se estaba encargando el ejército israelí mientras el primer ministro israelí hablaba en la Asamblea General de la ONU.
En el territorio y ante una tardanza de Irán para contestar, cabe aun la posibilidad de un avance de Israel sobre el sur libanés o esperar que los grupos contrarios a la presencia de Hezbollah en el Líbano inicien un proceso de expulsión estimulados por su debilitamiento. En ese caso el desafío de Irán será duplicado si debe apoyar a un grupo en una disputa militar interna y al mismo tiempo asistir en su ataque contra suelo israelí. El movimiento de Israel esta vez se anticipó a la estrategia iraní. El escenario no se agota en los bombardeos.
Es importante entender que, dada la característica de lucha por la supervivencia de un país por un lado y un régimen por el otro, es poco probable que haya inacción. Irán va a rehacer a Hezbollah bajo ese nombre u otro. Israel no va a dejar de reclamar por les rehenes y seguridad.
Una última observación: las grandes potencias no parecen tener capacidad de influir en el conflicto pese a las alianzas y cercanías. Esto lo deciden Israel e Irán y el rol externo es de opinión o apoyo militar. Se eliminaron intermediarios a todos los niveles, en bunkers y embajadas.
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