Por Luis Briatore*
Sin olas y deslizándonos en el aire sobre un canal manso y sereno, observamos un espectáculo magnífico. Al bajar la vista descubrimos un veril cristalino con distintos tonos oscuros, en un fondo marino donde se esconde abundante vida marina, allí donde yacen restos de innumerables naufragios, rincón del planeta enigmático que cobija infinidad de tesoros aun sin descubrir.
Atravesamos lugares donde se entremezclan aventuras y legendarias historias, paraíso en el que tantos osados y valientes se atrevieron a enfrentar la adversidad con distinta suerte en un territorio difícil de doblegar.
Volamos en una costa que se torna totalmente irregular. Entradas con amarres de madera rústica, añeja y erosionada por el efecto del tiempo, apostaderos en perfecta sintonía con un típico paisaje patagónico y a la vez único, disfrutado solo por pocos.
Volvemos a pegarnos a un espejo de agua helado. La Isla Navarino nos vigila desde la derecha. El paisaje es alucinante, abundan detalles que hacen muy placentero e inolvidable esta travesía casi supersónica en los confines de la tierra.
A tanta velocidad todo pasa raudo y veloz, a tal punto, que en pocos minutos observamos por la derecha a la isla chilena Picton, más adelante y a lo lejos se divisa la Isla Nueva.
Avanzamos haciendo equilibrio sobre el límite más austral argentino, en momentos en que la Cordillera de los Andes comienza a sumergirse en el helado océano, masa rocosa que nos abandona solo por unos pocos kilómetros.
Las condiciones comienzan a enrarecerse al pasar lateral al Cabo Buen Suceso, último punto en el extremo Este del Canal Beagle. Los deltas comienzan a sentir el rigor de un persistente e inquietante bamboleo, el que se torna casi violento e insoportable. La principal causa, acabamos de ingresar en una zona muy turbulenta. La naturaleza en muchas oportunidades nos da anuncios muy precisos; en este caso nos advierte el ingreso al Estrecho de Le Maire, punto donde el agua bulle con una fuerza arrolladora debido al choque de dos fortísimos titanes, la corriente marina que baja desde las Islas Malvinas por el Noreste, y los vientos desenfrenados provenientes del Continente Antártico ubicado al Sur y a la derecha de nuestra navegación.
Los sacudones desestabilizantes y permanentes nos obligan a bajar la velocidad a 420 nudos/ 778 km/h, buscando preservar la salud de los sólidos fuselajes, impidiendo con este cambio, superar la limitación de “G” en las cuatro nuestras nobles máquinas guerreras, las que vienen respondiendo de maravilla.
Obligados por los alocados y peligrosos movimientos, y respetando a un océano enfurecido por osar desafiarlo, ascendemos un poco en medio de un continuo aleteo generado por el permanente cruce de innumerables cortantes a nuestro paso.
El lugar tan esperado
En medio del océano giramos la vista a la derecha en dirección del Continente Antártico, y observamos impactados el verdadero fin del mundo, antecedido por una pared de niebla bien espesa, la que impide ver el horizonte con claridad. Ya he volado en otras oportunidades este tramo, dando toda la impresión que en el Pasaje de Drake se encuentra la puerta de entrada a una zona tenebrosa, ¡las temidas tinieblas! Sabemos que de eyectarnos en este mar gélido e indómito las posibilidades de supervivencia son nulas, motivo que desata en la escuadrilla premura por ver pronto tierra firme.
Para ese mismo punto cardinal que estoy dirigiendo la vista, el Sur, se encuentra la Base Vicecomodoro Marambio, distante a poco más de 1200 km, lejanía que nos ilustra acerca de la inmensidad de estos lugares tan remotos del planeta, donde las condiciones para la vida humana son extremadamente complicadas, o, mejor dicho, casi imposibles.
Atravesamos uno de los pasos más difíciles de navegar en el mundo, ¡y lo estamos sufriendo en carne propia, pero desde el aire!
Dejamos el Canal Beagle y en solo 30 km a nuestro frente emerge de las profundidades la Cordillera de los Andes nuevamente, se asoma a la superficie por la esperada “Isla de Los Estados”. Se trata del último grito de vida sobre la superficie, antes de sumergirse nuevamente hasta la lejana Península Antártica.
Sobrevolamos la conocida por los marinos como Isla Fantasma, apodada de esa manera por el manto de nubes que la cubren casi en forma permanente.
Ingresamos por el extremo Oeste, nos topamos con la Península López donde el paisaje cambia significativamente. Frente a nuestros ojos tenemos al único lugar de la Argentina con existencia de fiordos. Se trata de majestuosas paredes de piedra, macizos elevados de unos imponentes 800 metros, los que caen abruptamente hacia las profundidades de un mar casi de hielo, rodeado de aguas solitarias pero llenas de vida, un paraíso al que pocos llegan y donde muchos han quedado reposando en el fondo del mar para siempre.
Nos encontramos en uno de los lugares más bellos y peligrosos que circundan al Fin del Mundo. Tierra de naufragios, corsarios y aventureros, que añeja cientos de relatos y escritos relacionados, los que dan un fiel testimonio de un lugar indómito y atrapante a la vez.
Nos acompaña como numeral Julio Verne
Delfines, lobos marinos, pingüinos, petreles, orcas y ballenas nos dan la bienvenida a un lugar mágico, el mismo que eligió el mítico Julio Verne para escribir en 1905, un gran clásico de la literatura del siglo pasado, “El Faro del Fin de Mundo”, “Le phare du bout du monde”.
Volando entre rocas gigantes, no podemos creer lo que estamos viendo. Extasiados por el paisaje nos sentimos insignificantes miniaturas al pasar por el medio de dos islotes altísimos e inaccesibles para el hombre, llamados Dampier, ubicados al Sur de la isla mayor. Allí, moran a salvo de enemigos, miles de gaviotas y cormoranes que revolotean por doquier. Es tal la cantidad de aves en el aire en continuo aleteo, que se asemejan a la típica imagen cuando con Messi a la cabeza, nuestra selección ingresa a un gran estadio, cuando miles de fanáticos de la albiceleste lanzan infinidad de pequeños papelitos blancos. Imagen impactante que tiene a la vida silvestre austral como principal protagonista, la que nos deslumbra en su máxima expresión. La fauna se entremezcla con enormes moles de piedra que emergen verticalmente de un mar embravecido.
Los cuatro deltas recortan el contorno de una costa accidentada, patrullándola en vuelo bajo en sentido antihorario.
Una vez en el extremo Este, mediante un viraje escapado viramos por la izquierda hasta quedar de cara al continente. Nos encontramos próximos al principal hito de esta indómita isla, “El Faro del Fin del Mundo”, o bautizado en su creación como San Juan de Salvamento. Comenzó a construirse en año 1884, funcionó guiando a los intrépidos navegantes que se animaron a desafiar estas aguas hasta 1º de octubre de 1902. Con solo 6 metros de altura y gracias a estar ubicado a 60 metros a nivel del mar en lo alto de un risco de una península, posibilitó su visión en la lejanía por intrépidos navegantes ¡Monumento Histórico Nacional, afortunadamente totalmente reconstruido y preservado!
Su pequeño tamaño hace difícil su localización, al que logramos ver recién al bloquear la posición perfectamente marcada en la carta visual que sujeto en la mano izquierda.
Sobrevolamos la isla esperanzados de que nos vean y poder alegrar con nuestra presencia a sus escasos y forjados habitantes. De corazón deseamos homenajear con un estruendoso pasaje simbólicamente a todos aquellos hombres y mujeres que hacen Patria en los confines de nuestro hermoso país, en los cuatro puntos cardinales, completamente solos, con mucha valentía, rodeados de una naturaleza salvaje, la que no desea ser domada por el hombre.
Sobrevolamos Puerto Parry y luego avistamos Puerto Cook. Se ubican en fiordos, protegidos de la violencia que desata el mar cuando llega a su máximo enojo.
Todo transcurre enhebrando una orografía que requiere tomar recaudos a cambio de seguridad. Volamos entre enormes y elevadas piedras, atravesamos corrientes de aire con cortantes de magnitud y nos encontramos extasiados rodeados de un paisaje que nos fascina, sumado a la irresistible curiosidad que nos invade en un intento por no perdernos del mínimo detalle de una navegación única, conjunto de factores que conforman un cóctel de causas que son ideales para pecar por distracción.
Un faro mítico para despedirnos
Finalizado el apasionante recorrido insular, nos lanzamos hacia un océano con olas gigantes. La escuadrilla vira por derecha encolumnada en dirección al Faro Año Nuevo, situado en la cercana Isla Observatorio, ubicada al Norte del archipiélago. Al girar la vista al frente la distinguimos muy fácilmente, se trata de un macizo sin vegetación arbórea, el que emerge del agua como una semicircunferencia, solo se observa una única construcción notable, el tradicional faro a rayas, rojo envejecido y blanco. Al pie observamos una construcción, la que en el techo ostenta algo hermoso, la Bandera de Guerra Argentina. Este faro, al que distinguimos a lo lejos, presta un valioso servicio desde el año 1901, el que en la actualidad sigue funcionando automatizado.
Nos alejamos luego de disfrutar a la Isla de los Estados, un icono de la rica historia austral, muy conocida fronteras afuera.
En esta ocasión fuimos muy afortunados, pues este extremo insular argentino, presenta 248 días cubiertos por nubosidad al año, afectado por lluvias que llegan unos 3000 milímetros anuales, 6 veces más que Ushuaia, condiciones que hacen posible la existencia de bosques siempre verdes de guindos y canelos, albergando especies autóctonas de arbustos frutales, como el maitén y el michay, además de helechos y flores silvestres en un terreno de turba mullida. Un verdadero paraíso que es disfrutado solo por elegidos.
En apresto para el ataque
Superada esta importante guía para los marinos, retomamos la formación en línea, ¡ya es tiempo de prepararnos para el ataque!
Los cuatro deltas se pegan a las crestas de las olas que salpican espuma de algodón. Con la vista puesta en el horizonte, donde se visualiza perfectamente la enorme Isla de Tierra del Fuego, a la que nos dirigimos en un vertiginoso avance. El objetivo se encuentra a pocos minutos. La mano izquierda avanza el acelerador para alcanzar 540 nudos / 1000 km/h. De acuerdo a los cálculos, el objetivo se encuentra directamente al frente. Próximo al punto de llamada, selecto distintos switches en el panel de armamento, última oportunidad para bajar por un instante la vista dentro de la cabina.
En el momento indicado, las cuatro flechas se elevan imponiendo presión de palanca atrás. El indicador de factor de carga marca 3 “G”. Conectamos la post combustión buscando iniciar una trepada con más ángulo de ascenso. En un corto lapso alcanzamos los 30.000 pies / 9.200 metros, altitud de ingreso a la corrida final de lanzamiento.
Al bajar el plano izquierdo del Mirage, me encuentro en el punto exacto de entrada para lanzar en picada. Continúo la maniobra sobreinclinando en un movimiento que no se detiene. Al cortar la postcombustión, el M-5A se encuentra invertido buscando comenzar a bajar la nariz. Reduzco a 7000 rpm y simultáneamente saco frenos de vuelo favoreciendo el incremento del ángulo de picada, y a la vez, evitar que el avión no se acelere demasiado.
Mientras el delta se encuentra patas para arriba, la nariz cae sola hasta llegar a unos espeluznantes 60 grados de picada.
¡Me siento parado dentro un tubo transparente! Poco antes de lograr semejante ángulo, con un medio giro alcanzo la actitud correcta, quedando perfectamente alineado al blanco. El ángulo de picada es impresionante y el Mirage se resiste a mantenerlo. Busco imponer esa actitud metiendo un poco de “G” negativa. Colgado y contenido por los arneses, coloco el dedo pulgar derecho en apresto para efectuar el lanzamiento, y simultáneamente busco con esmero los parámetros correctos para lograr una correcta puntería.
En el momento preciso, el dedo indicado presiona con fuerza el disparador. Los ganchos ventrales de abren, las bombas imaginarias caen mientras se van armando por un sistema electrónico. Mientras caen y se aceleran van girando apenas sobre el eje de desplazamiento con destino al objetivo elegido, unos de los hangares de la Base Aeronaval Río Grande.
Luego de sentir en la fantasía la salida de la bomba, sin perder tiempo introduzco los frenos de vuelo y coloco progresivamente 4,5 “G” hasta detener la pronunciada picada. Comienzo la aceleración en una maniobra de escape imponiendo un viraje cerrado que lleva la nariz directamente a la línea de costa en un pronunciado y rápido descenso.
Escape
Saliendo del ataque el cuarto avión me informa que tiene a todos los aviones a la vista. Los deltas se acercan una vez más volviendo a una formación defensiva mientras descienden retomando el vuelo bajo. Lo hacen pegados al mar, navegando por la costa Este de Tierra del Fuego, la que dejamos a la izquierda.
Incrementamos la velocidad buscando atravesar otro importante hito austral, la boca oriental del Estrecho de Magallanes.
Iniciamos el cruce uniendo en línea recta al Cabo Espíritu Santo con Punta Dúngenes, mientras los aviones avanzan en línea en medio del agua volando al Este del límite fronterizo.
Nos despedimos de la gran isla observando al Oeste y sobre el mar a un par de plataformas chilenas de petróleo con la típica llama quemando gas en superficie. No es más que un fosforito encendido en el medio del estrecho. Nos encontramos volando muy bajo y con un mar de olas pequeñas que forman diminutos guiones blancos en el mismo sentido de avance.
Directamente al frente y sobre el horizonte divisamos una estructura vertical, se trata del extremo Sur continental de la República Argentina, el Faro Cabo Vírgenes, en continuo y eficiente servicio desde 1904.
Visualizamos las clásicas rayas rojas y blancas. Con la obligación moral de saludar a sus ocupantes, le apuntamos levemente al costado de esta mole erecta, volando con una altura que corta al medio a la inmensa estructura vertical. Con un pasaje bajo y ensordecedor, pasamos alabeando un Mirage detrás del otro. Superado el faro y viramos levemente a la derecha, continuando hacia el Norte, retomando el vuelo por la línea de costa que comienza a elevarse, transformándose en acantilada.
Notamos que el agua se había retirado significativamente mar adentro, algo normal por estas latitudes. La bajante o crecida por efecto de la marea puede llegar a los 15 metros, fenómeno extremo, como muchos otros que suceden solo en estas latitudes de la tierra.
Lo mejor para el final
A unos 40 km de la pista de Río Gallegos entramos desde el mar a baja altura, agazapados y al mismo tiempo camuflados por una costa elevada por el acantilado, trasformamos en aviones invisibles a la infinidad de ojos que nos buscan desesperadamente en el horizonte del paisaje patagónico para señalar y al mismo tiempo gritar que vienen los deltas.
Escalonados hacia el mar estiramos la distancia entre aviones para no molestarnos en lo que puedo afirmar que es una demostración de poder.
Con la ría a la vista y por debajo de la meseta patagónica, doy full potencia y en simultáneo coloco un viraje cerrado hacia la pista. El filo de la puntera izquierda de los deltas corta como una navaja el aire a pocos metros del agua. Cerramos aplicando el necesario factor de carga evitando dejar caer la nariz mientras nos alineamos al sentido del pasaje final.
A medida que el traje anti “g” se va inflando, un escalofrío se apodera de todo el cuerpo a fuerza de adrenalina, momento donde el espíritu cazador se encuentra en plena ebullición.
Nos desviamos levemente a la derecha de la pista, con la proa en dirección a los bunkers. Los trecientos metros por segundo de velocidad trasforman al Mirage en un potro muy brioso, mientras que en vuelo rasante acaricia las matas características de la desolada estepa patagónica.
Las estructuras de cemento semicirculares se recortan en el horizonte. A medida que me acerco, diviso una multitud de mecánicos abriendo y cerrando los brazos sobre los techos de los refugios. El pasaje se torna furioso, y luego del paso fugaz, llega el estruendo ensordecedor sobre una multitud de mamelucos azules que saltan con alegría emocionados.
La algarabía invade a nuestros queridos y forjados Mecánicos, los que gritan y se unen en un solo abrazo ante este tributo que va dirigido solo a ellos. Es una caricia sobre ese lomo curtido y un espíritu altamente aguerrido que los distingue. Se trata de solo una pequeña retribución a todo lo que nos dieron en muchos días de duro trabajo a muy baja temperatura y condiciones extremas.
Es hora de aterrizar
Rápidamente giro en ascenso con 5 “G” por derecha, y a la vista de un público selecto, pauso y me enrosco ejecutando cinco toneles rápidos sin perder el eje de desplazamiento.
En segundos y con mucha menos velocidad, me encuentro con el tren abajo y próximo a la final de pista 25. Voy incrementando el empuje buscando corregir la pendiente de descenso ante un viento de frente muy fuerte y con ráfagas que achata la aproximación.
Con las ruedas posadas sobre el frío cemento, comienzo a levantar la nariz iniciando un frenado aerodinámico. Con tanto viento de frente, no es innecesario sacar el paracaídas de frenado. Los 40 nudos / 75 km/h enfrentados a la trayectoria de avance y un aire muy denso facilitan la disminución de la velocidad en pocos metros sin prácticamente emplear los frenos.
¡Un vuelo que nunca se olvida!
Con el deber cumplido, acabamos de finalizar un vuelo que no solo nos hizo sentir a todos un poco más argentinos, sino también, querer más a nuestro bello y extenso territorio patagónico, reafirmando esa convicción sagrada de defenderlo, si es necesario, hasta perder la vida, como lo hicieron en 1982 nuestros mártires.
Finalizado el operativo exitosamente, llega la comida de despedida junto a los dueños de casa, donde saboreamos un sabroso cordero patagónico, acompañado de un buen Malbec, reunión de camaradería en la que sobran los motivos para chocar las copas y gritar bien fuerte al unísono: “Viva la patria carajo” y “y no hay quien pueda con la gente cazadora y no hay quien pueda por lo menos por ahora... y al que no le gusta se va a la…”
* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.
Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).
A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.
En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).
Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.
Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.
Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.
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