Por Santiago Rivas
La Argentina tiene una larga tradición de producir material para las tres Fuerzas Armadas, aunque su desarrollo fue una copia de los vaivenes de las políticas económicas del país, con períodos de gran avance y otros de desmantelamiento. Por otro lado, durante la mayor parte de su historia las fábricas dependieron de cada fuerza y fueron poco eficientes, enfocadas casi únicamente en abastecer a las propias fuerzas. A la vez, los organismos de investigación y desarrollo, como el caso de CITEFA (hoy CITEDEF) desarrollaron productos sin que luego se instrumente su producción en serie, lo que malogró muchos proyectos realmente interesantes y útiles.
Hoy, el Ministerio de Defensa cuenta con tres organizaciones principales, como son Fadea, Tandanor y Fabricaciones Militares, aunque en general con poca eficiencia. Además, existen otros organismos como el citado CITEDEF, distintos talleres de las propias fuerzas y, fuera de la órbita de dicho ministerio, se pueden destacar INVAP y el Astillero Río Santiago, como proveedores y desarrolladores de tecnología para la defensa dentro del ámbito estatal.
A eso se suman muchos proveedores privados con distinto tamaño y grado de sofisticación, como FixView, Cicaré, Aerotec, Redimec, las industrias automotrices, astilleros, etc.
En el caso de las industrias dependientes del Ministerio de Defensa, la falta de una política de defensa, los recortes de presupuesto y un casi inexistente trabajo de promoción de los productos y capacidades de la industria fuera del ámbito estatal hicieron que su éxito en captar clientes sea escaso, volviéndolas ineficientes económicamente. Eso se ha mantenido aún en los últimos años, a pesar de algunos anuncios sobre la búsqueda de clientes por fuera del estado. Si bien hubo pequeños avances, no son significativos.
También en muchas oportunidades se hicieron compras de material en el exterior sin tener en cuenta la posibilidad de participación de la industria local ni de transferencia de tecnología, como realiza, por ejemplo, Brasil en casi todas sus compras de defensa.
En este sentido, todas las compras de equipamiento deberían tener entre sus condiciones la transferencia de tecnología y la posibilidad de participación de la industria local, sea como proveedora de insumos, fabricante de componentes, ensambladora o produciendo bajo licencia. Esto no solo mejoraría los costos de adquisición, sino que generaría empleos locales, mejoraría la capacidad industrial local y reduciría los costos de mantenimiento del material a lo largo de su vida útil. En el mediano y largo plazo, aumentaría la participación de la industria de defensa nacional en el escenario global.
A la vez, el estado debería priorizar la incorporación de productos locales, siempre que cumplan con las especificaciones requeridas por las fuerzas, y cooperar, mediante líneas de financiación y a través de la promoción, para la obtención de ventas en el exterior.
Hay que entender a la industria de defensa como un fuerte impulsor del desarrollo tecnológico e industrial, y finalmente económico, del país, como ocurre en casi todas las potencias del mundo. La industria de defensa, dado que el objetivo del cliente no es lograr un retorno económico en el corto plazo sino cumplir con un objetivo nacional de largo plazo, es la única que permite grandes inversiones sin que haya una demanda de rápidos dividendos alcanzados con la tecnología desarrollada.
Así, la realidad mundial muestra que casi todas las tecnologías que hoy son de uso civil y accesibles para todos (desde una televisión de LED a un horno microondas, toda la actividad espacial y casi toda la tecnología hoy usada en medios de transporte y las telecomunicaciones, por citar algunos ejemplos) tuvieron su origen en desarrollos de defensa que no apuntaban a un rédito económico. Las grandes inversiones de los estados durante años no solo generaron una enorme cantidad de empleos y potenciaron economías regionales, sino que en el largo plazo convirtieron a esos países en proveedores de tecnologías para uso civil y que hoy han cambiado las vidas de todos.
Por eso es fundamental, a la hora de pensar en la producción para la defensa, mirar más allá y ver el largo plazo, ya que éste es el único sector que puede generarle al país desarrollos tecnológicos que luego signifiquen capacidades industriales que permitan un fuerte desarrollo económico hacia el futuro, ya no como proveedores primarios y de servicios, sino de tecnología.
Acá, entonces, hay que plantearse una pregunta, que hacemos a continuación y respondemos.
¿Por qué la defensa es importante para la recuperación económica de la Argentina y el futuro a largo plazo de la economía?
Por un lado, la defensa es importante porque permite la protección de los recursos de la Argentina, garantizando a cualquier inversor que estos estarán seguros y que se hará valer el respeto a la ley y los derechos. Nadie invierte en donde su dinero puede quedar expuesto a intereses de bandas criminales o de otras naciones que son opuestos a los del inversor.
Por otro lado, la protección de los intereses de la nación y sus activos alrededor del globo, sea desde la protección directa de estos, como pueden ser acciones contra la piratería, por ejemplo, o indirecta, actuando junto a naciones aliadas en la defensa de los derechos soberanos y el respeto a las leyes internacionales.
Estas son acciones que son poco visibles en el corto plazo y demandan un pensamiento más estratégico, ya que sus resultados son a largo plazo. Pero hay otras razones que son más visibles:
La defensa es importante porque su recuperación, con participación de la industria y servicios locales genera un importante flujo de divisas que en su mayor parte permanece en el país, mientras que el desarrollo de la industria y la tecnología locales que genera permite obtener mercados internacionales que a la vez aporten divisas. Esto termina repercutiendo no solo en la generación de empleo, sino en empleos de calidad y altamente especializados, en un mundo que ya no demandará personal sin capacitación ni especialización. El conocimiento obtenido en estos desarrollos se volcaría a los demás sectores de la economía, ya puramente civiles, generando industrias y servicios de alto valor agregado.
Industrialmente, si pensamos en términos de cantidad, la Argentina no puede competir contra los gigantes asiáticos, pero sí puede hacerlo en términos de calidad y tecnología aplicada, donde, además, puede competir con Europa, Japón y Estados Unidos, en términos de costos. Así, tiene una ventaja competitiva que no ha sido aprovechada, que es la posibilidad de producir tecnología de punta a bajo costo.
La Argentina tiene en organizaciones como INVAP o CITEDEF la capacidad de generar tecnología de punta con aplicaciones concretas, mientras que tiene un complejo industrial que puede producirlas en serie. Pero todo eso hoy está subutilizado.
Por otro lado, INVAP tiene la capacidad y potencial de producir sistemas, como los radares y equipos aún más sofisticados para guerra electrónica, autoprotección y adquisición de blancos, al igual que empresas privadas como Fix View, lo cual hoy genera un valor agregado muy importante. Por ejemplo, en una aeronave de patrulla o de guerra electrónica, el costo de sus sensores casi siempre es mayor al de la aeronave, que es una mera plataforma.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que cualquier puesta en marcha de dichas capacidades demanda procesos largos y políticas que sean constantes en el tiempo.
Como ejemplos: Fadea tiene un enorme potencial, pero una mala imagen, debido a sus incumplimientos con sus clientes, comenzando por la propia Fuerza Aérea Argentina. Recuperar eso lleva tiempo y comienza por que su mayor cliente, la FAA, garantice la continuidad de los trabajos de producción de la empresa a través de una demanda sostenida, a la que deberían sumarse otras fuerzas y organismos estatales. Nadie nos va a comprar jamás aquello que nosotros no compramos. Eso lo entendieron bien los brasileños al crear Embraer, cuando fue su propia Fuerza Aérea la primera y mayor cliente de su primer producto, el Bandeirante, que mantienen operando hoy luego de cincuenta años. Sin esa orden de compra y las que la Força Aérea Brasileira hizo de sus siguientes productos (Xavante, Tucano, Xingú, etc.), hoy Embraer no existiría. Pero el fuerte apoyo del estado brasileño fue lo que generó la confianza de los clientes extranjeros, que vieron que, aunque era el primer producto de una nueva empresa, la cadena logística no sería interrumpida. A eso se sumó el apoyo crediticio de entidades bancarias brasileñas, que volvieron tentador al producto desde lo financiero.
Hoy, comprar estos productos en el exterior genera enormes inversiones de dinero que luego se pierden para el país. Invirtiendo en industria local se potencia su capacidad y se puede apuntar a lograr luego que sean exportadoras de tecnología. Así, con planes a largo plazo se puede lograr que la modernización de la defensa pueda financiarse en gran parte sola.
Esto también permitiría oportunidades profesionales a personal calificado que en muchos casos termina emigrando dada la falta de oportunidades en el país. Generaría demanda de egresados de carreras con alta capacitación tecnológica y eso llevaría a la larga a tener más personal con este tipo de aptitudes, que es hacia donde va el mercado laboral global.
En una economía como la Argentina, la defensa es hoy uno de los pocos sectores que puede generar inversiones a largo plazo en ciencia y tecnología a escalas que sustenten la existencia de empresas dedicadas a desarrollos de punta.
Capacidades
Entre las empresas citadas y otros organismos estatales hoy la Argentina tiene capacidad para producir todo tipo de materiales para la defensa, algunos con mayor facilidad que otros y con distinto grado de aplicación de tecnología.
En el caso de equipos terrestres, se cuenta con lo que fue la experiencia de producción del TAM, hoy perdida en su mayor parte, pero que puede recuperarse. A eso se suman capacidades obtenidas en la modernización y recuperación de vehículos y armas, desde los vehículos blindados de la Armada y el Ejército, camiones, la producción del vehículo Gaucho, la modernización de cañones y del fusil FAL, etc.
También, Fabricaciones Militares cuenta con capacidad de producción de armas, explosivos, chalecos antibalas y muchos otros productos (hasta vagones de tren).
Tanto éstas como las industrias privadas (automotores, autopartistas, industria metalúrgica, etc.) deberían participar en cualquier programa de reequipamiento de las fuerzas terrestres, por ejemplo, ante la necesaria incorporación de blindados a ruedas.
En el caso de la producción naval, la capacidad de construcción de submarinos de Tandanor nunca fue aprovechada, mientras que se obtuvo una enorme experiencia en la reconstrucción y modernización del ARA Almirante Irízar y la modernización de guardacostas para la Prefectura, que podría emplearse para proveer servicios de construcción y modernización para nuestras fuerzas u otros países. El Astillero Río Santiago, por su parte, ha tenido mucha experiencia, también hoy perdida en gran parte, con la construcción de buques como el destructor ARA Santísima Trinidad y las corbetas Meko 140, que hoy podría recuperarse tanto para el mercado local como externo. Estos astilleros o los astilleros privados locales deberían participar en la construcción de cualquier buque para la Armada y la Prefectura como podrían ser buques patrulleros, el reemplazo a las corbetas, un nuevo buque polar, buques de desembarco u otros.
En materia de aviación, Fadea debe desarrollar sus capacidades de producción de componentes, así como desarrollar al Pampa III como un sistema de entrenamiento (más allá de un avión) y trabajar en nuevas líneas de productos. Debería participar también en la producción de sistemas no tripulados, donde el país tiene un interesante desarrollo en un área con amplia demanda global. Se debería estudiar la factibilidad de usar la experiencia del Pucará en la producción de un nuevo proyecto para cubrir una demanda que hoy nadie está atendiendo, como son los bimotores de apoyo aéreo cercano con capacidad de patrullaje de fronteras.
También, al igual que las empresas privadas o los talleres de las fuerzas, debería participar de alguna manera en la producción de los aviones que vayan a equipar a las fuerzas o en la modernización de los existentes.
Es preciso copiar en este aspecto el ejemplo de Brasil, donde Embraer participa del programa de reequipar a su Fuerza Aérea con el avión Gripen E/F o dicha empresa y más de cincuenta compañías locales participan del consorcio Aguas Azuis para las corbetas clase Tamandaré. Allí también Iveco produce localmente los blindados Guaraní para el Ejército, Helibras produce localmente los 50 helicópteros Cougar para las tres Fuerzas Armadas y los submarinos clase Scorpene adquiridos a Naval Group son ensamblados en Brasil con componentes locales, entre muchos otros casos.
Las Fuerzas Armadas argentinas cuentan además en sus talleres aeronáuticos con amplias capacidades, en casi todos los casos subutilizadas, para reparaciones mayores, modificaciones y modernizaciones, especialmente en Campo de Mayo, el Arsenal Aeronaval Comandante Espora y las Áreas de Material Quilmes y Río IV.
En lo que se refiere a sistemas, empresas como INVAP y otras privadas u organismos como el CITEDEF cuentan ya con amplia capacidad que se puede potenciar. Estos hoy son fundamentales para cualquier armamento y en muchos casos pueden tener uso dual. En esto tenemos tecnología en radares, láser, energía nuclear, sistemas giroestabilizados de observación, satélites, cohetería, sistemas de guiado, etc. La Argentina en este aspecto tiene muchas oportunidades para sumarse como participante en mercados en donde hay pocos oferentes internacionales y una demanda cada vez mayor.
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