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Ignacio Montes de Oca

Reporte de la guerra en Ucrania: drones, refinerías y divorcios

Por Ignacio Montes de Oca

 

Ucrania inició una nueva fase de la guerra mientras espera que se resuelva el apoyo de Occidente. Los ataques con drones a refinerías y fábricas en territorio ruso indican que Kiev está dispuesta a escalar y llevar la guerra a lo más profundo del territorio ruso.

El 18 de enero, un dron ucraniano recorrió 1.250 km hasta San Petersburgo, destruyó parcialmente la terminal petrolera de Ust -Uluga y paralizó sus exportaciones. El 24 de enero, un dron ucraniano impactó a la refinería de Tuaspe, en Krasnodar. Comienza a aparecer un patrón. El 19 de enero ardió el depósito de combustible de Rosfnet en Klinstky, en el oblast ruso de Bryansk, además de una planta de producción de explosivos en Tambov. Otra vez, la defensa aérea rusa se mostró incapaz a la hora de derribar a los drones ucranianos. A principios de enero, un ataque con drones destruyó un depósito de combustible en Oryol, en las afueras de la ciudad de Nizhny Tagil a 1.850 km de Ucrania. Este artefacto producido en Ucrania superó en alcance incluso al que luego impactaría en San Petersburgo.



En rigor, la campaña contra las instalaciones petroleras se inició en mayo de 2023 con el ataque a refinerías y depósitos en Afipsky e Ilisky. E incluso ese mes alcanzaron una cúpula del edificio del Kremlin en Moscú. Pero desde diciembre, la cantidad de ataques se va acelerando. El dron de Ust -Uluga, de acuerdo Olekasndr Kamysin, ministro de Industrias estratégicas de Ucrania, tuvo un costo individual de 350 dólares y por sus resultados cuentan con suficiente precisión para poner en riesgo a todas las instalaciones rusas situadas al oeste de los Urales. Los objetivos de esta ofensiva con drones son varios y tienen mucho que ver con las actuales circunstancias políticas de ambos países. En primer lugar, buscan mostrar que además de la asistencia militar, Ucrania está haciendo su parte al desarrollar métodos propios de ataque.

Esta capacidad para golpear a grandes distancias responde a la duda sobre la habilidad de Ucrania de crear soluciones locales mientras Occidente sigue debatiendo sobre la posibilidad de proveerle de misiles de largo alcance como el Taurus o versiones más poderosas del ATACMS. El dron fue una burla a las amenazas de Putin a Occidente cuando sugirió que el proveerle de armas de largo alcance a los ucranianos era una línea roja que no debía traspasarse. Ucrania le mostró que puede golpear incluso donde no llegarían las armas occidentales a las que temía.

Pero, además, Kiev logró un resultado mediático con sus ataques. Las imágenes de refinerías ardiendo y su consecuencia sobre la provisión de combustible a la industria y la población tienen un efecto inmediato. En la batalla comunicacional, es un acierto. La batalla por la opinión pública no es un asunto menor porque la asistencia a Ucrania en Occidente depende del apoyo de la población y también el respaldo interno que sostiene a Putin en el poder y que se vio afectado por las movilizaciones y la reciente ola de frío.

Ucrania busca probar que ninguna ciudad rusa al oeste de los Urales está exenta de ser alcanzada y que el territorio ruso también es afectado por una “operación especial” que fue presentaba como un paseo militar pero que en la práctica es una guerra formal de resultado incierto. Putin puede controlar la información e incluso censurar o encarcelar a los que dan una versión realista sobre el verdadero curso de la guerra, pero no puede ocultar las columnas de humo que nublan el cielo luego de cada ataque, ni evitar las dudas que surgen en la población.



La imagen de refinerías o fabricas ardiendo contradice a los mensajes triunfalistas del Kremlin y Putin no puede pasar por alto el desafío a su autoridad e imagen imperial que se le presenta en la forma de nubes negras que brotan a diario a lo largo del territorio ruso.

Con las elecciones presidenciales rusas del 15 de marzo a la vista, Ucrania quiere horadar aún más la imagen de Putin, que ha apostado su capital político a una guerra que en el frente no refleja ninguno de los pronósticos optimistas que vendió la propaganda durante casi dos años. La posibilidad de ver replicada en tierra rusa la destrucción que causó en Ucrania es un elemento que se combina con faltantes de productos de consumo, una inflación cercana al 20% anual y pocos logros en el frente desde la caída de Bakhmut en mayo de 2023.

El ataque a las refinerías también busca afectar la capacidad de producción de combustibles y la estructura de exportación, de la cual depende el 38,2% del presupuesto central del gobierno ruso. El puerto atacado de Ust - Luga, es el segundo más grande de Rusia en el Báltico. Aún ayer, las instalaciones de Novatek, que procesan 7 millones de toneladas anuales de gas seguían cerradas, al igual que la terminal que exportó 2,8 millones de toneladas de nafta en 2023. Cada día de espera implican millones de pérdidas para las arcas del Kremlin.

Hay otra apuesta y tiene que ver con el dominio aéreo sobre el campo de batalla. Rusia tiene que decidir si moverá sus sistemas de defensa a su territorio para defender sus refinerías y fábricas o los dejará en el frente. Esta decisión no ocurre en un momento cualquiera. En marzo se espera la llegada de los primeros F-16 Fighting Falcon entregados por EEUU, Dinamarca y Holanda. Cuando suceda, Rusia deberá contar con sistemas antiaéreos en el frente si pretende afrontar el desafío que le presentarán los ucranianos en el cielo y sobre su retaguardia.

Ahora se entiende el énfasis que puso Ucrania en los meses anteriores para atacar radares y baterías antiaéreas rusas en los territorios ocupados. Los ataques fueron una fase preparatoria para disputarle a Rusia el dominio aéreo que tuvo desde el inicio de la invasión. Rusia viene de sufrir pérdidas muy significativas como el A-50 derribado y el IL-22 dañado sobre el Mar de Azov el 15 de enero y la destrucción de tres cazabombarderos Su-34 en un solo día el 22 de diciembre en una embocada armada por Ucrania con una batería Patriot. Al derribo de los Su-34 le siguió el retiro de la Fuerza Aérea Rusa del frente y un nuevo método de ataques a mayores distancias y con menor precisión. Al derribo del A-50, nuevas rutas de los aviones de alerta temprana y control desde posiciones más alejadas y por ende menos efectivas. Con la llegada de los F-16 y de más sistemas antiaéreos prometidos por Alemania y otras naciones europeas, Ucrania buscará disputarle a Rusia el dominio aéreo del mismo modo que lo hizo con el control del Mar Negro. Ambos son igual de cruciales para el futuro de la guerra.



En ese dominio del aire está en juego también la capacidad de ejecutar ataques de mayor alcance y con una precisión que hasta ahora estuvo vedada por la presencia de aviones y antiaéreos rusos. El puente de Kerch y su simbolismo son parte del menú de opciones. Fueron los propios propagandistas rusos los que instalaron que una victoria es imposible sin el dominio del cielo sobre el campo de batalla, que Ucrania debía retirar sus sistemas antiaéreos del frente para defender sus ciudades, y que, por lo tanto, estaba condenada a la derrota.

Ahora es Rusia la que debe afrontar el mismo dilema que Ucrania desde el comienzo de la guerra: proteger a sus ciudades de los ataques ucranianos en la retaguardia o concentrar su poder antiaéreo en el frente para proteger su dominio militar sobre el campo de batalla. Rusia no está sobrada de recursos antiaéreos. En el listado de pérdidas verificadas de Oryx se dan por destruidos, dañados o capturados 202 sistemas de misiles, 70 cañones AA, 60 radares y 70 equipos de guerra electrónica que pueden ser usados contra objetivos aéreos ucranianos.

Incluso su número es relativo porque hasta ahora Rusia perdió 101 aeronaves y sus propios sistemas de defensa aérea fueron incapaces de neutralizar a la pequeña fuerza ucraniana o han derribado varios aviones propios por su retraso tecnológico y falta de personal entrenado.

En el análisis de las capacidades militares aéreas de cada bando hay que sopesar todos los factores, porque en un proceso de desgaste mutuo, los costos y la eficacia son los indicadores que permiten establecer hasta qué punto se podrán sostener lo planes de cada uno de ellos. Mientras se debate, los drones baratos desarrollados por Ucrania siguen golpeando objetivos y Rusia no parece haber logrado la capacidad para detenerlos. La vastedad de su territorio en este caso es un impedimento para defenderse y su atraso tecnológico un agravante.

En la preguerra, Rusia publicitó a sus sistemas S300/400/600 como los más avanzados del planeta y a los sistemas como el Pantsir como el non plus ultra de la tecnología antiaérea. En la realidad, Rusia no puede evitar que los drones de bajo costo de Ucrania golpeen sus objetivos. Ucrania empieza de a poco a devolver los ataques rusos. Hasta diciembre de 2023, Putin había arrojado más de 3.200 misiles y drones contra el territorio ucraniano. Nunca lograron el objetivo que era forzar una rendición o una negociación que legitimara su apropiación territorial.

Rusia tampoco probó hasta ahora la eficacia de su lluvia de misiles y drones sobre las ciudades de Ucrania. En cambio, las imágenes de edificios residenciales y la masacre continua de civiles ucranianos se impusieron como un símbolo de la barbarie de la invasión rusa. En contraposición, los ataques ucranianos mostraron ser superiores en términos de precisión y selección de blancos y están provocando muy pocas bajas en la población rusa. Esa diferencia tiene un impacto directo sobre los apoyos públicos a favor de uno u otro bando.



Luego hay una cuestión de proporciones. Rusia sigue gastando cantidades inmensas de misiles y drones para atacar a las ciudades ucranianas con el objetivo de doblegar a sus ciudadanos y afectar la infraestructura civil y militar. Esa desmesura nunca funcionó como planearon. En contraste, Ucrania parece haber encontrado el modo de ejecutar ataques más efectivos y con el uso de drones mucho más baratos y precisos que lo Kihnzal o los Kalibr que lanza Putin desde buques, lanzadores terrestres y bombarderos pesados desde el inicio de la invasión.

Cada Sahed 126 entregado por Irán tiene un costo de 20.000 dólares, un KH-202 un millón, un Iskander 3,5 millones, un Kalibr 6,5 millones, un KH-55 9 millones y un Kinzhal 15 millones. Frente a los 350 dólares del dron ucraniano usado en San Petersburgo, hay una pequeña diferencia. No es una cuestión menor porque Rusia gasta cientos de millones en cada ataque. En el del 2 de enero pasado contra ciudades ucranianas, Rusia lanzó 10 Kinzhal, 70 KH55, 3 Kalibr y 12 S300 con un costo sumado de 815.4 millones. Ese costo equivale a 2.329.714 drones ucranianos.

En octubre de 2023 Rusia llevaba gastados nada menos que 22.800 millones en misiles sin haber provocado un vuelco en el resultado de la guerra. En términos políticos el costo fue negativo porque a cada masacre de civiles en las ciudades le siguió una reacción de apoyo a Ucrania. Si además Ucrania logra acertar a un blanco a más de mil kilómetros de distancia con un aparato valuado en unos cientos de dólares y causar perjuicios a Rusia por varios cientos de millones, entonces su eficacia a mediano y largo plazo no puede ser objeto de muchos debates. Esto tiene una derivación externa, porque mientras reclama apoyo externo y algunas fuentes se cerraron temporalmente por la acción de grupos internos pro-Putin en EEUU y la UE, Ucrania responde mostrando su voluntad de aguantar la espera con un esfuerzo propio.

El mensaje se dirige también al público ucraniano en momentos de desasosiego por la falta de avances similares a la anterior contraofensiva y apoyos que dudan o tardan. Ucrania decidió dar una respuesta y persistir en tanto se define hasta donde será acompañada por sus aliados. Por las dimensiones de Rusia y la cantidad de objetivos, Ucrania no está en condiciones de paralizar a la industria enemiga. Pero la ofensiva sobre refinerías e instalaciones sensibles incluye un mensaje de resistencia que también va dirigido a quienes les reclama más respaldo. Este argumento busca mostrar que Kiev no va a quedarse a la espera de la asistencia ni va a condicionar su respuesta a las especulaciones occidentales respecto a las reacciones que provocarían un apoyo de más largo alcance en la retorcida psiquis de Putin.

Por el otro, que Kiev está dispuesta a elevar la apuesta para entorpecer en la mayor medida posible la economía y la vida cotidiana de los rusos y reafirmar que no hay espacio para debatir sobre negociaciones o treguas. Por el contrario, muestra que no teme a una escalada. Por eso es que los ataques a las refinerías y depósitos rusos representan una fase intermedia de la guerra antes de la llegada del nuevo material militar, de las municiones europeas, de los F-16 prometidos por EEUU y durante el interminable debate en torno a la medida de la ayuda. Estos ataques son un mensaje sobre la determinación ucraniana para avanzar en respuestas más duras y despreciar la posibilidad de terminar la guerra con un intercambio de tierras por paz o que podría ser presionada en el futuro con una amenaza del fin de la asistencia militar.



En el frente terrestre, ninguno de los bandos logra una ventaja decisiva. Rusia hace avances breves en algunos sitios del frente, pero no logra éxitos concretos y sostenidos, y los contrataques ucranianos suelen devolver las líneas de frente al punto anterior a cada ofensiva rusa. En este empate, aunque Rusia reclame tener recursos mayores, sus bajas anulan cualquier diferencia. Ucrania, corta de recursos por el costo de su defensa y la menor asistencia exterior, por ahora logró conjurar el riesgo y no perdió ninguna localidad crucial frente a los rusos.

Por último, exponen el renacer de la producción militar ucraniana, una industria que fue importante en tiempos en que Ucrania era parte de la URSS, que fue casi desmantelada por los pactos de independencia y cuyos restos fueron castigados duramente al comienzo de la invasión. Ucrania privilegió desarrollar un medio para suplir el faltante de armas de largo alcance y las restricciones para usarlas contra territorio ruso. Los drones de largo alcance son a la vez un mensaje de autonomía política y una demostración de su capacidad tecnológica. No es sencillo fabricar un artefacto que tras recorrer 1.200 km pueda impactar con precisión. Lo saben los rusos que apuntan a zonas enteras con sus misiles o deben usar de a decenas para alcanzar a un objetivo. Las implicancias del avance tecnológico ucraniano son profundas.

Los órganos de propaganda ruso y sus eslavos del altiplano se apuraron a decir que el ataque en San Petersburgo fue realizado por la OTAN porque Ucrania carecía de tecnología para realizar semejante proeza. Les resulta inconcebible que Ucrania pueda sola. De a poco y con paciencia, Ucrania fue recuperando la memoria. Aun bajo ataque, Kiev fue logrando que su industria militar comenzara a producir drones, blindados, misiles y más munición. Con ayuda europea, plantea la posibilidad de ampliar aún más su capacidad de producción. El resurgir de la industria militar ucraniana es un dato relevante para el futuro del conflicto y los tiempos posteriores. Indica que Ucrania busca generar autonomía para reducir su exposición a la asistencia externa previendo cambios negativos en el tablero global.

La terminal petrolera ardiendo en San Petersburgo es un indicio del desarrollo de la capacidad para golpear objetivos con precisión y sin los parámetros de masividad en el uso de los medios típicos de la mentalidad soviética que aún están vigentes en el pensamiento militar ruso. Entender que el tamaño y la cantidad no son tan importantes como la eficiencia en el uso suele ser un paso importante hacia la vida adulta de las personas y los países. El divorcio cultural entre ucranianos y rusos también se vea reflejado en el modo en que afrontan la guerra.



Esta encrucijada en el modo de combatir muestra que Ucrania avanza en un proceso aún más profundo de cambio cultural que no debe pasar desapercibido. En última instancia, Rusia aceleró procesos de transformación que se reflejan también en las respuestas militares. Y en el campo político señalan que también Ucrania busca una autonomía política respecto a Occidente y su temor reverencial a las respuestas que pudiera dar Putin frente a una escalada que encienda a las ciudades rusas. La reciprocidad es ahora una regla ucraniana.

Occidente debe evaluar si sigue sosteniendo la política de darle solo le necesario para defenderse del oso, pero no para derrotarlo. En particular porque Ucrania ahora buscar romper la paridad en el frente con acciones en la retaguardia profunda de Rusia y con medios propios. Ucrania demostró que no depende de Occidente para ampliar sus ataques dentro de Rusia y que es inmune a los temores que genera una posible respuesta de Putin. También desafía a los que se escudan en miedos para no adoptar el camino hacia una derrota definitiva de la invasión.


PS: La terminal de Ust -Uluga ardiendo por un dron de 350 dólares es la clave de esta fase. La interrogante implícita es hasta dónde puede llegar Ucrania si recibe los 101.000 millones prometidos por EEUU y la UE. Ya hizo su pregunta en San Petersburgo y ahora espera la respuesta.

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