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Ignacio Montes de Oca

Siria y Ucrania son parte de un mismo conflicto: las evidencias y la manta corta de Putin


Por Ignacio Montes de Oca


La guarnición rusa huyó de la base de Suqaylabiyah en Siria y es aquí en donde es posible establecer un vínculo directo entre el conflicto en ese país y la invasión a Ucrania. Ya se dijo que el escenario ucraniano y el de Medio Oriente forman parte de una misma trama. Vamos a dar más pruebas de esa relación.


La base de Suqaylabiyah y el aeropuerto militar de Jmeimim en Lataika operados por Rusia son cruciales para que Al Assad pueda mantener su presencia en el norte sirio. La ofensiva yihadista obligó a Rusia a abandonar la primera de esas posiciones para defender Damasco. El aeródromo miliar de Jmeimim es además usado por Irán para abastecer a Hezbollah y por esa razón Israel bombardeó un depósito cercano del IGRC iraní el 3 de octubre pasado. Allí se guardaban los pertrechos que habían llegado por vía aérea desde Irán unas horas antes. La base de Suqaylabiyah tiene una historia poco conocida que conduce a Ucrania. Le fue cedida a Rusia en 2015 luego que las fuerzas terrestres y aéreas enviadas por Putin ayudaran al del régimen de Al Assad a reestablecer la presencia en la zona.



Dese esas bases se pueden controlar la región de Hama y además buscar el apoyo de las milicias cristianas de Suqaylabiyah que operaban en la zona bajo el mando de Nabel al-Abdullah y las de la ciudad de Maharda que responden a Simon al-Wakeel. Pero el detalle está en la facción cristina a la que pertenecen estas milicias. Obedecen a la fe ortodoxa rusa y por lo tanto aceptan el liderazgo del patriarca Kirill de Moscú, el ex agente de la KGB devenido en jefe de la iglesia rusa y fiel ladero de Putin. Además de ser un jefe religioso, Kirill comanda toda una estructura paralela de espionaje que tiene como base a las instituciones de esa iglesia dentro y fuera de Rusia. Las milicias cristianas sirias son también parte de ese andamiaje exterior del Kremlin.



Al iniciarse la guerra civil en 2011, Siria tenía una población de 2,2 millones de cristianos. Pero a causa de la violencia se redujo a 677.000 en 2021 y aun así es una cantera de reclutamiento importante, en particular en las zonas del norte del país. Estas milicias fueron integradas en las Fuerzas de Defensa Nacional, un cuerpo paramilitar creado en 2018 por el gobierno sirio que recibe entrenamiento, salarios y armas desde Damasco. Obedecen al ejército sirio, pero además a Irán y aquí es donde la trama pega un giro. Al Assad dejó en manos de la Guardia Islámica el entrenamiento y organización de las FDN. Así, los cristianos del norte sirio pasaron a ser comandados por los chiíes y esto tenía sentido porque los yihadistas sunitas los sometían a ataques constantes. Cóncavo y convexo.

Rusia apoyó la reconstrucción y construcción de nuevas iglesias ortodoxas en la zona y el reclutamiento de nuevos integrantes de las milicias, que luego eran sometidos al entrenamiento militar en la base de Hmeimim. Putin y Kirill tenían un plan a largo plazo. Además, Rusia inició un programa para adoctrinar jóvenes y sumarlos al cuerpo de Cachorros de Defensa Nacional. Y también crearon programas para atraer a las mujeres ortodoxas y sistemas de pago de salarios y subsidios para asegurar la fidelidad de la población cristiana. Aunque la mayor parte de la comunidad cristina ortodoxa dispersa en todo el territorio de Siria no participa de este reclutamiento y de las actividades de adoctrinamiento, Rusia logró involucrar a un núcleo importante de adherentes en el norte del país.



Al igual que usó las regiones en donde había rusos étnicos o ruso parlantes, en Siria, Putin encontró a la fe ortodoxa rusa como un motivo para justificar su injerencia. El viejo sueño imperial ruso de asentarse en el Mediterráneo es el trasfondo de esta historia. Cuando llegó el año 2022 y la invasión rusa a Ucrania los milicianos de Hama y Suqaylabiyah ya estaban subordinados al régimen sirio, a Irán y a Moscú. Es aquí en donde entra de nuevo la religión para depurar fidelidades y favorecer los planes rusos. Vamos entonces a Turquía.

En Ankara, Erdogán anunció en 2020 que la Catedral de Sofía, uno de los remanentes del cristianismo en la antigua Constantinopla, iba a dejar de ser un museo para convertirse en una mezquita. Y como todo está relacionado, esto tuvo un impacto en los cristianos ortodoxos sirios. Kirill anunció que como desagravio iba a construirse una réplica en escala de la iglesia de Santa Sofia en Suqaylabiyah. En realidad, era como el “Centro Derek Zoolander para Niños que No Pueden Leer Bien y que Quieren Aprender a Hacer Otras Cosas”. Pero escondía un simbolismo. El gesto obedecía a la intención de Putin de reforzar la presencia rusa en la región y el vínculo directo con los ortodoxos sirios. Lo que buscaba también tenía mucho que ver con algo que iba a suceder en Ucrania dos años después. Ya vamos a llegar a ese asunto.


La maqueta fue construida con dinero aportado por Nabel al-Abdullah y consagrada por los mismos sacerdotes que lanzaban agua bendita en los aviones que partían a bombardear a las posiciones de las milicias pro-turcas. Era un mensaje dirigido a Ankara. A partir de entonces las bases en esa ciudad y en Lataika fueron un recordatorio para Turquía de la presencia rusa. Al-Abdullah se convirtió en un visitante asiduo de las reuniones religiosas y políticas en Moscú y en una parte fundamental de la defensa de Al Assad en la zona.

Una vez derrotado el ISIS, su único contendiente serio que existía en la región norte eran las milicias apoyadas por Turquía. Putin encontró el medio para apoyar al Gobierno sirio y, de paso, para comunicar a los turcos que su presencia no se estaba limitada a proteger a Al Assad.

El febrero de 2022 Rusia irrumpió en Ucrania. La región norteña de Siria estaba estabilizada militarmente desde 2020 y entonces llegó una orden de Putin: debían prepararse para asistirle en su ataque a los ucranianos. Al-Abdullah y Al-Wakeel, obedecieron a su líder colonial. Con la venia de los jefes de la IGRC iraní, peinaron las filas de la Milicia de Defensa Nacional para buscar reclutas dispuestos a combatir del lado de Rusia en Ucrania. La afinidad política y religiosa los hacía más fáciles de asimilar. Y más confiables que sus pares musulmanes. Muchos eran veteranos en la lucha urbana, una cualidad muy demandada por el tipo de combates que se da en Ucrania. Les ofrecían hasta 2.000 dólares mensuales, una fortuna considerando que en Siria la mayor parte de la población sobrevive con un dólar diario.



Es así como Putin logró reclutar al menos hasta 2023 unos 16.000 combatientes sirios. Es un número importante si se considera su valor en combate y más aún si se les compara con los 10.000 norcoreanos que le envió el señor bajito de peinado feo que reina en Corea del Norte. Una vez que firmaban el contrato correspondiente, eran enviados a Bielorrusia y de allí pasaban a formar parte de la división 25 de los cuerpos de élite del Ejército ruso. Y hubo otra parte, quizás los mejor entrenados y más veteranos, que pasaron a las filas de Wagner.

La colaboración entre sirios y rusos fue efectiva tanto en Ucrania como en el suelo sirio. Pero ahora se da una situación de la manta corta. Si Rusia regresa a esos sitios para defender Al Assad pierde fuerza en un momento crucial de su ataque contra Ucrania. Pero si las retiene en Ucrania, o al menos a las que quedan vivos después de tantos años de guerra, debería hacer nuevos retrocesos en Siria e incluso podría perder la zona que le sirve de cantera para reclutarlos. Son tiempos en los que Putin está sometido a decisiones difíciles.

No solo se trata de tropas. Lo que se juega Rusia es también la posibilidad de asistir a los ortodoxos y marcar su presencia en la zona. Y sin la ayuda del gobierno sirio y de Moscú, las milicias cristianas y los civiles bajo su protección quedarán a merced de sus enemigos. Por eso la huida de las tropas rusas de las bases que tienen en la región norte de Siria sea no solo un signo de desesperación, sino también el anuncio de una posible masacre dentro de lo que queda de la población cristiana en la zona. Hay muchas revanchas pendientes.

Los sunitas acusan a los paramilitares de las fuerzas de Defensa Nacional de haber ejercido una violencia despótica contra sus pobladores. Debilitadas por su aporte a la guerra en Ucrania y más aún por la huida rusa, las milicias cristianas afrontan un futuro muy complicado.



Para terminar, falta todavía darle un giro más a esta historia. Y es la devolución de Ucrania por la presencia de sirios en las filas rusas. Es hora de hablar del escuadrón Khimik, el alter ego de los sirios que aceptaron ir a Ucrania para combatir bajo las órdenes de Putin. Este escuadrón, que opera bajo la órbita de la Dirección de Inteligencia Militar ucraniana, el GUR, es el encargado de represaliar a las fuerzas rusas esparcidas en todo el mundo. Ya se las vio actuar en Sudán y en el Sahel como cazadores de soldados rusos. Ahora están en Siria. En julio destruyeron equipos de comunicaciones en el aeródromo de Kuweires situado al este de la ciudad de Alepo y usado por Rusia desde 2015. También, para el envío de reclutas a Ucrania. El día anterior el dictador sirio Basher Al Assad se había reunido con Putin en Moscú.

En septiembre atacaron un sitio de producción de drones operado por Rusia en el sureste de la ciudad de Alepo. En el video que documenta el ataque se observa un logo del escuadrón Khimik como señal de desafío antes de observarse como estalla la instalación militar. Y también se sospecha de la colaboración ucraniana para que los grupos rebeldes ejecuten algunos ataques con drones contra las tropas sirias. El momento y las tácticas elegidas le da algún sustento a esta especulación. Kiev no lo confirma, pero las sospechas sigues firmes.

No queda claro junto a quienes operan los ucranianos en Siria. Pero considerando que la última ofensiva fue una puñalada por la espalda de Erdogán a Putin, no hay que especular demasiado sobre la identidad de los socios locales del escuadrón Khimik. Y es así como se enlazan los dos conflictos. Putin usa a Siria para reforzar el frente ucraniano y Ucrania para ejercer su revancha. La huida rusa de sus bases en el norte sirio es una pésima señal para Putin porque le quedaron los pies desnudos en Medio Oriente.



La situación es muy sencilla de explicar. Cuando Rusia corrió a salvar al gobierno de Al Assad en 2014, desplegó más de 65.000 soldados en Siria y con ellos grandes cantidades de artillería, soldados, tanques y aviones. Hoy ya no cuenta con esa capacidad, la perdió en Ucrania. Los 16.000 sirios que Putin pidió que le fueran enviados hubieran hecho la diferencia durante la ofensiva rebelde en Alepo. El derroche de soldados que acostumbra se le vuelve de nuevo en su contra. Los sirios que combaten en Ucrania podrían ser renombrados como el Batallón Karma. Es una hipérbole curiosa para ambos conflictos. Rusia debe abandonar ahora la zona de Siria en donde los había reclutado, quizás porque no pudo contar con ellos por causa de su ortodoxia imperial. Y claro, es porque estaban en Ucrania. Es un giro exquisito para cerrar esta historia.

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