Por Luis Briatore*
Hace ya casi cuarenta años, este Delta, al mando de valientes pilotos, fue uno de los principales protagonistas en el Conflicto del Atlántico Sur por nuestras Islas Malvinas. Fue un espejismo hecho avión que supo vulnerar una y otra vez el escudo defensivo impuesto por el invasor, en una actuación catalogada por propios y ajenos como descollante.
Lo más meritorio de quienes llevaban las riendas de estas poderosas máquinas de guerra con forma de triángulo fue lograr, a fuerza de osadía y coraje, herir casi de muerte a un enemigo desproporcionadamente superior, volando en condiciones más que desfavorables.
Casi todo les jugaba en contra
Uno de los factores más negativos y determinante dentro de las performances del M-5 argentino fue la limitación en alcance, el que apenas le permitía llegar casi en línea recta a los objetivos navales, para luego replegar en sentido opuesto, sin tiempo disponible para empeñarse en combate. Volaban al límite del radio de acción, lado flaco que tiene una directa relación con la falta de reabastecimiento en vuelo. Escasa autonomía, que delataba el sector de ingreso y salida de las islas, cuadrante por donde los esperaban las PACs de Sea Harriers, que se mantenían en el aire orbitando en apresto, listas para derribarlos.
Los aviones ingleses disponían de una notable ventaja, estaban equipados con misiles infrarrojos todo sector, radar de interceptación, sistema de alerta radar, apoyo de las fragatas en el guiado hacia los aviones argentinos, y un factor determinante, una pista flotante que los abastecía a pocas millas del área caliente de combate, factor que incrementaba la permanencia en vuelo y la disponibilidad de tiempo de sobra para empeñarse en combate.
Complicadas condiciones de navegación
Para navegar en una ruta sin referencias, sobre un océano embravecido, a baja cota y en condiciones meteorológicas marginales de viento y visibilidad, disponían de un equipo de navegación básico, por no decir inadecuado, para guiarse con precisión ante tanta adversidad, pero, de todos modos, las escuadrillas supersónicas se las arreglaban para llegar a las Islas y ejecutar ataques quirúrgicos.
Equipo de vuelo inadecuado
Para resistir las bajas temperaturas del Mar Argentino por aquellas latitudes al caer al agua luego de una traumática eyección, era necesario un traje antiexposición que conservara la temperatura corporal, buscando mitigar los efectos de 3 grados Celsius.
Muchas tripulaciones, ante la falta del número suficiente de este atuendo operativo tan particular y necesario, que les garantizaba no morir de hipotermia nadando entre grandes olas, se vistieron para volar con trajes de neoprene, el que si bien protegía a un buceador de las bajas temperaturas, era totalmente inadecuado para volar, ya que limitaba el movimiento en la cabina y, lo más importante, no era confortable y el piloto llegaba prácticamente deshidratado y bañado de sudor por las características térmicas del material y los efectos de una cabina climatizada. Condiciones que agregaban un problema importante más en contra de la necesaria concentración.
La tecnología no los acompañaba
Al igual que el resto de los aviones de combate argentinos, no disponían de receptor de alerta radar, desafiando a las PACs de Sea Harriers solo con cañones, sin tener noción por donde los atacaban, disponiendo, para evitarlas, solo del astuto uso del ingenio y la destreza en vuelo, salvo en algunas ocasiones, en las que recibieron próximo al ataque o durante el escape, la valiosa ayuda del Radar Malvinas cuando, por un breve lapso de tiempo, ingresaban en el lóbulo de detección propio.
Difícil regreso a casa
La vuelta resultaba dramática, aferrados a los comandos y con el fantasma del derribo al acecho sobre sus espaldas, debían evitar las defensas enemigas, en un escape considerado de alto riesgo.
Muchos de estos bravos M-5 Dagger volvían con profundas cicatrices en la piel, heridos por la metralla enemiga, logrando aterrizar luego de un vuelo altamente estresante, con los tanques internos prácticamente sin JP1.
Estirpe guerrera
Bien entrenados y con un pesado bagaje de valores como escudo, estos cazadores de raza se adaptaron como pudieron a una guerra que nunca imaginaron ni entrenaron, enfrentando cara a cara a un importante grupo de súper fortalezas navales encabezadas por dos portaaviones. La flota disponía de un escudo de defensa compuesto por sofisticados misiles y artillería antiaérea de última generación, sumado a las patrullas aéreas de combate, pensando que ese era un efectivo sistema de protección, considerado por el alto mando inglés como inexpugnable.
Los nobles deltas comandados por gauchos vestidos como pilotos de combate, luchaban con facón en mano, simbolizado por el uso táctico de la alta velocidad. Mimetizados entre crestas de enormes olas y ayudados por una destreza ganada a fuerza de horas en el aire, emplearon una fórmula básica, pero efectiva, que tuvo su premio.
Mediante acciones heroicas, que fueron empujadas por actos de tremenda valentía, lograron resultados que sorprendieron a un soberbio y orgulloso enemigo.
Golpe tras golpe, pegaban donde más le dolía al usurpador. Así, los ingleses aprendieron a respetarlos y a sentir temor cuando el sonido ensordecedor de estas fechas supersónicas les indicaba el preludio de una larga ráfaga de potentes cañones de 30 mm y un posterior lanzamiento de bombas dirigidas con certera puntería hacia las grises superestructuras, que luego del ataque acusaban múltiples impactos, algunos, lamentablemente, de bombas que no llegaban a explotar.
Misión cumplida
Los Sea Harrier de la Armada Real, si bien eran aviones netamente superiores, por todos los factores antes mencionados, no cumplieron con su tarea de defender con eficacia a la flota colonialista, sin poder contener las hordas de feroces ataques aéreos que no cesaron hasta el último día.
A fuerza de sangre derramada sobre las gélidas aguas del Atlántico Sur, aprendieron a respetarnos luego de innumerables e incisivos ataques.
Estos guerreros alados pudieron cumplimentar 115 salidas de combate real, en las que infringieron importantes daños a la tercera flota del planeta, con un alto costo propio, ya que fueron derribados once M- 5 Dagger, en seis de ellos, sus pilotos lograron eyectarse exitosamente, aun haciéndolo en condiciones extremas, a más de 1000 km/h, en vuelo rasante y no siempre con alas niveladas.
Murieron por Dios y por la Patria
Fueron días difíciles para este grupo de valerosos cazadores, que en más de una oportunidad recibieron un puñal directo al pecho, ante la pérdida en poco tiempo de cinco valientes, enormes mártires y camaradas que entregaron heroicamente su vida por Dios y por la Patria. Ellos fueron el primer teniente José Ardiles y los tenientes Juan Bernhardt, Pedro Bean, Héctor Volponi y Carlos Castillo.
Un saldo impensado para el trabajo de un gran equipo
Este grupo de patriotas que, con su heroico actuar nos horran como argentinos, al mando de flechas supersónicas, alcanzaron e hirieron con impactos precisos a los destructores HMS (D19) “Glamorgan” y HMS (D18) “Antrim”; las fragatas HMS (F173) “Arrow”, HMS (F174) “Alacrity”, HMS (F88) “Broadsword”, HMS (F56) “Argonaut”, HMS (F184) “Ardent”, HMS (F90) “Brilliant” y HMS (F126) “Plymouth”, además del buque de desembarco RFA (L3004) “Sir Bedivere”.
Mecánicos y pilotos integrantes del Escuadrón Aeromóvil I “Avutardas Salvajes”, que operaron desde la Base Aérea Militar Río Grande, a 690 km de las Islas Malvinas, y del Escuadrón Aeromóvil II “La Marinete” en la Base Aérea Militar San Julián a 700 Km de distancia, al igual que el resto de los combatientes distribuidos en las islas y en el continente, dejaron bien sentado ante el mundo entero “qué se debe hacer y tener para defender a la Patria”, cumpliendo firmemente el juramento hecho un 20 de junio quien sabe de qué año: “El de seguir constantemente la bandera hasta perder la vida”. Esta, una frase muy potente, fue la que resonó como un solo grito en cada ataque, en cada hazaña, marcando la determinación de nuestros soldados para defender con honor e hidalguía la usurpada soberanía.
"Mientras cruce este cielo un avión
Y un piloto argentino lo guíe
No habrá nadie en el mundo que arríe
Nuestro blanco y azul pabellón
Nuestra voz es la voz de la historia
Que responde a su gran capitán
Por la Patria morir o a la gloria
Sus soldados alados se irán
Por la Patria morir o a la gloria
Sus soldados alados se irán…".
Extracto de “Alas Argentinas”, canción que nos distingue e identifica, la que es entonada por todos los integrantes de la Fuerza Aérea Argentina en cada acto. Al escucharla sentimos orgullo y recordamos a los alados que dieron su vida por la Patria. Instintivamente sacamos pecho y trabábamos la mandíbula. Al romper la marcha, con un braceo perfecto y clavando los tacos, hacemos gala de un furioso y a la vez elegante, paso redoblado, cantándola prácticamente gritando.
¡Viva la patria, viva la Fuerza Aérea Argentina, carajo!
* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.
Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).
A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.
En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).
Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.
Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.
Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.
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