Por Ignacio Montes de Oca
La reunión del 31 de enero en Caracas entre el dictador Maduro y el enviado de Trump, Richard Grenell, ofrece una base para analizar la política de EEUU Venezuela. Los hechos y las ausencias son los que marcan el rumbo, más allá de las declaraciones rimbombantes.
Trump no reconoce el mandato de Maduro, pero admite su poder y tonelaje para sentarse en la misma mesa a negociar. El agravante es que esa negociación se hace luego del mega fraude del 28 de julio y después del fiasco de Barbados cuando Maduro se burló del mundo. Se discute si Trump reconoció de hecho a Maduro como presidente de Venezuela, la vocera de la Casa Blanca dijo “absolutamente no”, pero en los hechos lo acepta como contraparte. Y en paralelo a Edmundo González como presidente legítimo como si no fuera contradictorio o bipolar.
Como sucedió con AMLO, Lula y Petro, Maduro ganó tiempo, evitó el ostracismo y un castigo por su continuidad fraudulenta. Si el enviar representantes a su asunción fue legitimarlo, negociar abierta, directamente y en un alto nivel con él quizás sea… un pollo al horno con papas.
En la misma línea, las ausencias son un dato. Trump invitó a González a su asunción, pero nunca lo recibió en persona ni tampoco el Secretario de Estado Rubio, con quien apenas habló por teléfono el 6 de enero, el mismo día en que fue a la Casa Blanca invitado por Biden. Grenell tampoco se encontró con Edmundo González, lo cual es una particularidad porque es el encargado de la relación con Venezuela. Y hubiera sido útil saber que pensaba como parte de los preparativos para sentarse con Maduro en Miraflores.
En la política, la ausencia de gestos de respaldo se debe analizar con el haber colocado a Maduro como interlocutor válido. No es un reconocimiento, pero es mucho más que lo que obtuvo Edmundo González en el momento en que más necesita mostrar respaldos. De hecho, hay una gama muy amplia de medidas que podrían haber ayudado a González, como cederle el manejo de los ingresos del petróleo, o sus ganancias, para que sea coherente con su reconocimiento como legitimo mandatario. O negociar con él un futuro de Venezuela sin el chavismo.
Trump ya lo hizo con Guaidó, aunque hubiera sido nombrado por la Asamblea y no estuviera legitimado con el 67% de los votos certificados como González, a quien EEUU reconoce como presidente legítimo desde el 22 de noviembre. Gernell fue a reunirse entonces con un usurpador. Sin dejar de admitir que Biden procedió de igual modo, Trump tampoco parece dispuesto a tomar medidas para desalojar a Maduro. Los intereses invocados para amenazar militarmente a Dinamarca o Panamá no son válidos con Venezuela, pese a sus reservas petroleras. Venezuela es una dictadura que le envía al Tren de Aragua. Y tiene la mayor reserva petrolera del mundo. Es curioso que las democracias panameña, danesa y canadiense le despierten el morbo belicista pero no lo haga el pensar en chapotear en crudo tras desalojar a Saddam Maduro. Como su antecesor, Trump prometió el fin del chavismo sin dar pistas de cómo va a lograrlo. Al igual que Biden dice que los venezolanos merecen regresar a un país democratizado. Solo regresan los deportados y por ahora Biden y Trump se hablan encima sin cumplir sus promesas.
Otro factor que resalta es la ausencia de una actitud igual de enérgica que la mostrada con el presidente colombiano, Gustavo Petro. Trump no dudó en ordenar aranceles de hasta el 50% a los productos colombianos. En el caso venezolano esa ira estuvo ausente.
En el mundo real Maduro no se siente amenazado. Al contrario, el comunicado de su cancillería festeja una “nueva relación” con EEUU. Distinto hubiese sido ese texto si, por ejemplo, se hubiese materializado el fin de la licencia de Chevrón para explotar el crudo venezolano. Seamos realistas: Venezuela es un desastre económico y carece de poder geoestratégico para siquiera hacerle sombra al de EEUU. Pero Maduro tiene algo que Trump no quiere ofuscar: la facultad para negarse a recibir a los deportados. Petro mostró el vientre blando de la deportación.
Mas allá de la retórica, bastaría que Maduro se negara a recibir los envíos de deportados para que colapse el plan para expulsar hasta 240.000 inmigrantes ilegales venezolanos y a los que podrían sumarse por el fin del programa TPS. Es cosa de la oferta y demanda política. Por otro lado, es cierto que Venezuela sufriría un daño inmenso si hay un embargo o si se anula concesión de Chevron. Pero también sabe que sobrevivió a la experiencia durante la primera presidencia de Trump. Y que esa decisión aceleró la llegada ilegal de venezolanos a EEUU.
Un embargo es una mala noticia económica para la dictadura chavista, pero también puede ser una herramienta que puede usar para consumo interno al acusar a EEUU de todos los males que traen sus fracasos. El fidelismo cubano lo viene haciendo hace décadas y le funciona.
Algo cambió desde que Trump le impuso sanciones a la industria petrolera venezolana en su primera presidencia, cuando el chavismo recibía el 90% de sus divisas de la venta de crudo a EEUU. Caracas diversificó su clientela y hoy el 68% de su crudo va a China y solo el 23,8% a EEUU. Trump dijo que “no le comprará petróleo a Venezuela”. En tanto no se concrete, será una promesa acomodada en el mismo anaquel en donde descansa en muro pagado por los mexicanos y la guerra que iba a terminar en un día. Y, por otra parte, eso no es igual a un embargo.
Parte del crudo venezolano llega por la vía de Trinidad y Tobago, unos 45.000 bdp y si EEUU deja de comprar, Venezuela puede encontrar clientes alternativos ayudado por Chevrón que aumentó en un 20% de su producción. Esa operación aun no fue amenazada en la verba filosa de Trump.
Desde que recibió a Gernell, Maduro se sabe menos expuesto por la falta de medidas directas y enérgicas o el no haber puesto a Venezuela en la fila de fusilamientos arancelarios y amenazas militares como a Canadá, México, Dinamarca y Taiwán. Esto le da tranquilidad al usurpador de Miraflores. La ausencia de sanciones a funcionarios y cómplices chavistas es otro dato. Trump podría agarrarlos por los testículos del lujo y el lavado de sus fortunas mal habidas en EEUU. No hubo orden ejecutiva para ir contra ellos y por ahora seguirán exhibiendo la riqueza robada.
Aunque sus partidarios alabaron el ajedrez 6D de Trump asegurando que cuando Sagitario este con la luna a Tauro y mi Tía Clota deje de tomar, se van a ver los resultados de su genial estrategia, hubo también críticas del exilio venezolano por la reunión entre Maduro y Gernell.
Trump respondió a los cuestionamientos asegurando que la mayor parte de los venezolanos que votaron en EEUU le dieron su apoyo. Y luego agregó que “veremos qué podemos hacer”. Es una declaración que endulza a sus votantes venezolanos, pero no deja de ser una entelequia. En los hechos, Trump suspendió la extensión del programa TPS y eso afecta las posibilidades de residencia de 600.000 venezolanos. Los perjudicados no pueden usar las “expresiones” de Trump para disuadir a las patrullas del ICE que salieron a cazar inmigrantes.
Entendiendo la importancia que tiene para Trump el plan de deportaciones, se comprende por qué no hubo anuncios de medidas para presionar un cambio político en Venezuela. Otra vez, hubo expresiones, pero no se resolvió ninguna medida en el mundo físico. Hay un método que se extiende al resto de lo que sucede en la administración Trump: lo que importan son las órdenes ejecutivas, las sanciones efectivas y las consecuencias. Por eso hay que analizar la reunión Grenell – Maduro desde lo concreto y no desde la lencería retórica.
Todo se movió sobre dos ejes: las migraciones y la liberación de rehenes norteamericanos. Allí Grenell logró un triunfo con el regreso de 6 prisioneros a suelo estadounidense. Pero en ese trámite Trump se emparentó con su antecesor al que tanto criticó. Biden también privilegió la libertad de 10 rehenes norteamericanos presos en las cárceles de Maduro, lograda el 19 de enero de 2023. En ese momento, el coro republicano criticó el haber negociado con una dictadura y hacerle concesiones. Hoy ese coro es una sinfónica. En la era Biden, la liberación se dio en el marco de los Acuerdos de Barbados que ataban la liberación de los rehenes y la habilitación de la oposición venezolana al levantamiento del embargo al petróleo de Maduro. Solo se logró el regreso de los rehenes y nada más.
Es cierto que Biden fue timorato, pero también logró aumentar la importación de crudo venezolano y eso le ayudó a contener el aumento del precio de los combustibles en el mercado local en tiempos electorales. Trump no dejó de criticarlo por ello. Ahora que Trump llegó al poder mantiene la misma estrategia. El vaquero con la pistola de aranceles más rápida del oeste ni siquiera acarició la cacha de su arma frente a Maduro. Como Biden, prefiere no afectar a las empresas petroleras y menos aún a los de Chevrón.
Venezuela exportó 70.000 barriles diarios de petróleo a EEUU en 2022, 134.000 en 2023 y 209.000 en 2024. Comenzó la guerra de los aranceles y hay que ver hasta dónde quiere cerrar el grifo Trump considerando que entre Canadá y México le venden el 63% del crudo que consume EEUU.
Mas datos de la realidad: Chevron organizó la reunión en Mar O Lago de mayo de 2024 para que las compañías petroleras aporten fondos para la campaña de Trump. Maduro duerme también con los ejecutivos de Chevron, todos lo hacen y en sus almohadas mueren las expresiones de deseo. Vamos a un indicador externo. el precio del petróleo Brent se mostró a la baja al terminar la reunión de Maduro y Gernell. El hipersensible y siempre bien informado mercado petrolero no mostró inquietud alguna. El crudo venezolano no va a salirse de los circuitos por ahora.
Estos son los datos. Si nos guiáramos por las declaraciones, el mundo sería muy diferente. Maduro sigue en Venezuela, Chevrón también. Los rehenes volvieron a EEUU y desde allí van a partir miles de venezolanos en un regreso forzado que Trump no quiere interrumpir. Ese regreso es facilitado por Maduro, seguramente ansioso por revisar los listados para saber si entre ellos hay algunos a los que les había reservado un sitio en el Helicoide. Porque, hay que aclararlo, el deportado no elige su destino. Es devuelto por la fuerza a su patria.
Dentro del trato con Grenell se contempla el envío de 400 integrantes del Tren de Aragua. Considerando que desde 2016 esa banda es un auxiliar en la represión a los opositores no parece que esas deportaciones sean un castigo ni para la dictadura chavista ni para los reos.
Trump y Maduro llegaron a un acuerdo en el que solo pierde Venezuela. El resto es retórica frondosa y contorsionada que no habla del asunto sino del fervor político desatado de los seguidores de los líderes en pugna. Hay demasiada especulación que no se corresponde con los hechos. Hagamos las preguntas adecuadas. ¿Trump generaría una situación de inestabilidad en Venezuela para sacar a Maduro que pueda interrumpir el delivery de deportados? ¿Provocaría una crisis por el petróleo que interrumpa su importación e indisponga a Maduro y la aceptación de los vuelos? Dos preguntas más; ¿Qué rol le asignaron en esta trama a Edmundo González y María Corina Machado? ¿Qué ganaron Maduro y Trump en la gestión de Gernell? Petróleo, deportaciones y una tregua. La democracia venezolana quedó en el tintero. La realidad es el cementerio de las palabras.
PD: Por ahora la dictadura venezolana sortea con éxito tres presidencias norteamericanas y Maduro sigue impune haciendo las cosas que suelen hacer los dictadores. Quizás el arreglo siempre fue entre personas que en el fondo son, sin excepción, demasiado maduros.
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