Por Ignacio Montes de Oca
Ucrania detuvo el tránsito del gas ruso a través de su territorio tras finalizar el contrato que le obligaba a permitir que Moscú siguiera recibiendo los dividendos de sus ventas. Vamos a explicar el contexto, los ganadores y perdedores y la batalla política detrás.
Es cierto que el gas ruso nunca dejó de fluir a Europa. Desde la segunda invasión rusa a Ucrania, Rusia bombeó 130 billones de m3 de gas. A partir del corte, el estatal rusa perderá U$S 5.600 millones anuales por 14.65 billones de m3 de gas que ya no le podrá exportar a Europa. Desde febrero de 2022 el estado ruso recibió un total de U$S 200.000 millones por las exportaciones de gas, la mayor parte por las ventas que se mantuvieron hasta ahora a través de Ucrania. Europa representaba el 38% de sus exportaciones de gas, seguidas por el 28% a China.
En 2022 el 72% de sus exportaciones de gas se dirigían a la Unión Europea. Para Rusia, el cobro de tasas sobre esas ventas y las de petróleo representaban el 50% de sus ingresos. Los europeos eran sus mayores clientes y Gazprom era la joya de la corona del nuevo zar. Gazprom era por lejos la empresa más rentable y la mayor de Rusia porque monopolizaba la exportación de gas. Incluso tras el inicio de la invasión, Putin se jactó de que los ingresos por la venta de hidrocarburos habían crecido un 28% por el aumento global de los precios.
En 2023 Gazprom anunció una pérdida de ingresos de U$S 7.000 millones y el corte de la ruta a través de Ucrania se le sumará a la crisis de la compañía, que además redujo su producción en un 13% en 2023 y se esperan las cifras de 2024 para confirmar otra reducción. Rusia hizo todo lo posible para contribuir a la debacle. En marzo de 2022 ordenó que todas las compras de hidrocarburos fueran hechas en rublos y por medio del Banco Gazprom y perdió a buen parte del mercado europeo, que estaba impedido de acatar por las sanciones.
En abril de 2022 Putin ordenó cortar el envío de gas a Polonia a través del gasoducto Yamal – Europa y luego cerró el Nordstream 1 alegando que la alemana Siemens no le había devuelto unas unidades compresoras enviadas a Canadá para ser reparadas. En septiembre de 2022 una tubería del Nordsrteam 1 y dos de la Nordstream 2 sufrieron un extrañísimo accidente causado por alienígenas ancestrales. Y en una rápida sucesión de hechos, Putin ordenó cortar también la provisión de gas a Bulgaria y Finlandia por no pagar en rublos.
Al llegar el año 2023, Putin había cortado el gas a casi toda Europa con la idea de extorsionarlos para que no apoyen a Ucrania. Pero Europa se negó y comenzó a buscar nuevos proveedores en Noruega, EEUU, Qatar y otras fuentes alternativas de gas natural y GNL. Europa implementó una política de uso racional estimulado por el aumento temporario de precios y tarifas. En 2023 la demanda de gas europea se redujo en un 18%. El apoyo de EEUU, que provee el 50% del GNL, fue crucial para evitar la catástrofe y el quebranto económico.
En cualquier caso, Europa no atravesó una nueva era glacial como presagiaron Putin y sus dodos. Por el contrario, redujo su dependencia del gas ruso desde un 40% en 2021 al 8% en 2023. Los 40 billones de m3 anuales que recibía pasaron a 14,6 billones y Gazprom pagó el costo. En diciembre de 2021 cada acción de Gazprom cotizaba en la bolsa de Moscú a 334,8 rublos. Hoy se cotizan a 133,12 y el 18 de diciembre tocó un piso de 106,11. El aporte de la empresa a las arcas estatales se redujo en un 80% desde el inicio de la segunda invasión.
Ucrania cobraba por el paso del gas ruso unos 700 millones de dólares anuales. Ese valor debe medirse con relación al perjuicio que recibe por las armas que son usadas para la agresión rusa y que ese paso ayudaba a financiar. Vamos a ver otros ganadores y perdedores. El gas que fluía debajo de Ucrania abastecía a Hungría, Chequia, Italia, Austria, Moldavia, Eslovaquia y Eslovenia. A excepción de Hungría y Eslovaquia, el resto de los países se preparó para el corte. Por ejemplo, Alemania será el nuevo proveedor para checos y austriacos. Moldavia va a ser abastecida por Rumania y los que no la van a pasar bien son los separatistas de Transnistria, que dependen en un 95% del gas ruso. Es por eso que sus autoridades ordenaron restringir su uso a las tareas de cocina y afrontar los rigores del invierno como espartanos.
Fico, el presidente de Eslovaquia sabe que es uno de los más perjudicados porque el gas ruso abastece el 80% de su consumo de energía. Fue por eso que el 23 de diciembre viajó de emergencia a Moscú para reunirse con Putin y contarle que Zelensky le hacía bullying gasífero. De regreso a Bratislava, Fico amenazó a Ucrania con cortarle el suministro de electricidad de emergencia que envía por los convenios de interconexión europeos. Polonia anunció que iban a suplir a Ucrania de la energía que necesitara. Los polacos también le respondían a Putin. En esa misma semana Putin ofreció reabrir los gasoductos que enviaban gas a través de Polonia, cerrados desde 2022. Los polacos lanzaron una “śmiech” y salieron a respaldar a los ucranianos. Fico no fue el único que amenazó a Ucrania por el corte del gas ruso. El presidente húngaro Viktor Orban llegó a amenazar con “tomar las medidas necesarias” para garantizar que el gas ruso siga fluyendo por Ucrania. Fue un “amenazus interruptus” propio de la edad de caballeros que, como Putin, están molestos por los gases. Orban también tuvo la idea creativa de recibir el gas ruso en la frontera entre Rusia y Ucrania para declararlo “gas húngaro” y trasladarlo hasta su país. Luego se enteró de que el problema era que eso implicaba reconocer las fronteras legitimas ucranianas y abandonó la idea.
En realidad, lo de Orban es una sobreactuación porque, a diferencia de Fico, aun va a seguir recibiendo el gas de Putin. Aún queda la última vía de provisión a través del Turkstream que lleva la producción rusa a través de Turquía y Rumania y de allí a Serbia, Hungría y Austria. Pero, aunque los dos conductos del Turkstream están diseñados para llevar 17,5 billones anuales de m3 de gas, solo están enviando 10,4 billones porque la capacidad tecnológica y logística de Rusia está degradada. Y esa cantidad debe repartirse entre los usuarios del gasoducto.
Y Putin también exagera porque aún le quedan las ventas de GNL a Europa, que representan unos 7.000 millones anuales de acuerdo con la proyección de las ventas del primer semestre de 2024. Pero desde el 1° de enero, su poder de extorsión quedó reducido al mínimo. Este monto también está a la baja. En 2023, Rusia recibió 25.100 millones de m3 de gas por gasoductos, el 8,7% del total del gas importado y 17,8 millones de m3 de GNL, el 6,10% de acuerdo con cifras del Consejo de la Unión Europa. En 2025, será de menos del 4%.
Al quedar solo la vía turca, Putin vuelve a quedar en manos de Erdogan, que tras la jugada en Siria vuelve a mostrar su pericia para domar osos. Y ahora es el antídoto contra los pataleos húngaros y eslovacos cuando sufren ataques de putinismo en las reuniones de la OTAN. Putin pierde un instrumento de presión política y debió renunciar al que era su mayor comprador de gas sin tener clientes alternativos. China no quiere comprar tanto y se negó a financiar el gasoducto Fuerza de Siberia 2 para aumentar su consumo a 38 billones de m3 anuales.
Es por eso que Putin necesita resolver de manera urgente el dilema de la caída de ingresos por la pérdida de su mejor cliente y el cierre del gasoducto ucraniano aumenta la vulnerabilidad de su economía y el déficit público del 1,7% del PBI puede crecer por el corte. Al pedirle a los polacos que acepten el gas se expuso a una negativa porque a través de ellos llegaría también a los alemanes y le daría al AfD un argumento de peso antes las elecciones anticipadas. Pero los polacos ya conocen a Putin y a sus vecinos rublos de ojos celestes.
Ucrania gana peso ante una eventual negociación. Si sabe que Polonia y los bálticos no dejarán pasar el gas y que Finlandia endureció su postura desde que ingresó a la OTAN, puede incluir la cuestión del paso entre los factores para negociar ante Rusia y sus representantes. Si Putin quiere volver a vender su gas otra vez a Europa deberá revisar su presencia en Ucrania y el poder de persuasión y amenaza de sus amistades dentro de la OTAN y la UE. O deberá sentarse a negociar con Turquía, que ya le dijo que devuelva lo que no es suyo.
Lo de Erdogan no es beneficencia. Sacar a Rusia de Ucrania le garantiza el control del Mar Negro y verla derrotada aleja la posibilidad de competencia en su plan para traer el gas desde Asia Central y apadrinar a todos los países del área que terminan con “stán”. Erdogan está haciendo los arreglos para enviar 34 billones anuales de m3 de gas azerí a Europa, lo cual va a sustituir gran parte de la oferta rusa y que puede ampliarla con el gas de Turkmenistán. Si Putin no reacciona, sus amenazas cotizarán como las acciones de Gazprom.
Cerremos con dos datos que parecen inconexos pero que están relacionados con el tema. Orbán perdió un crédito de 1.000 millones de la UE por no adecuar su sistema judicial para garantizar el respeto de los DDHH en su territorio de acuerdo con los estándares comunitarios. Orban dejó la presidencia rotativa de la UE en medio de fuertes críticas por su desempeño y el apoyo que recibe dentro de la UE es cada vez más escaso. Sus estrategias conjuntas con Putin duran lo que un gas en una canasta y esto indica una debilidad rusa. En junio, y pese a Orban, la UE prohibió que los barcos rusos que transportan GNL para otras regiones recalen en sus puertos. Y ahora se rumorea que en la siguiente ronda de sanciones limitarían la llegada de gas licuado ruso a Europa. Todo depende de obtener antes otras fuentes. Primero deben hallar como reemplazar esos 19.7 millones de m3 anuales que aún siguen recibiendo de Rusia y otra vez entra en juego la oferta que llega por Turquía a través de los gasoductos o en barco desde EEUU en forma de GNL. Europa no quiere suicidarse energéticamente.
Aquí hay que marcar una debilidad de Europa en la Guerra del Gas y es que se le ha creado una doble dependencia. El 50% del GNL proviene de EEUU y esa provisión dependerá del juego que haga Trump respecto a los europeos y sus tratos con Putin. Pero al mismo tiempo, cuando se complete el circuito azerí y quizás la llegada de gas qatarí a través de siria, Europa quedará expuesta a los designios de Turquía convertida en el gran distribuidor de fluidos, que también incluyen a la última vena gasífera que la conecta con Rusia.
Europa sabe que tiene un problema de competitividad y que gran parte de esta brecha está dada por los altos costos de la energía. El gas común es bastante más barato que el GNL porque no necesita de procesos costosos para llegar a los mercados. Allí Turquía aventaja a EEUU. Esa doble dependencia nos devuelve a Ucrania, porque allí es donde comenzó esta trama y es el trasfondo de lo que está en juego. La resolución de esta guerra por la soberanía y el modo en que se resuelva está ligada de manera intima con la guerra por el gas.
Erdogan apoya el “Plan de 10 Puntos” de Zelensky para terminar la invasión rusa y respalda su demanda para regresar a las fronteras de 1991. Trump propone una cesión de territorios a Rusia a cambio de un cese el fuego que Ucrania y la mayor parte de Europa rechaza. El plan de Trump no contiene elementos reales de presión a Putin, solo de seducción por la reducción de sanciones. Pero el plan turco se acopla al del resto de Europa para seguir cerrando las grandes fuentes de ingresos de Rusia. Son enfoques tan opuestos como un garrote y una pluma.
Aceptar los términos de Putin implicaría abrir la puerta a los sectores europeos que privilegian regresar al gas barato ruso, aunque ello implique acelerar los tiempos de su recuperación militar y con ello la recreación de la amenaza sobre Europa.
Tomemos el ejemplo del AfD alemán, que promueve resolver la recesión de la mayor economía europea haciendo las pases con Putin para regresar a los precios merkelianos del gas. En otros países de Europa occidental zumban propuestas similares basadas en costos económicos. Del nivel y urgencia de la amenaza rusa depende el gasto militar y el equilibrio de las cuentas públicas, que a su vez están relacionadas con el precio de la energía. Es un conflicto tan amplio que no pasaría por el tubo del gasoducto más grande que tiene Europa. Allí es donde el gas tiene una dimensión política que impacta de lleno tanto en las economías como en las pugnas electorales de los países. Por medio del gas se trasluce la posición de cada grupo político en relación con la invasión rusa y el trato que debe recibir Putin.
Es por eso que los partidos más cercanos al Kremlin hablan de fluidos y de costos para justificar la necesidad de aplacar a Putin o alinearse con su apetito territorial. Del lado opuesto, se habla de reemplazo de proveedores y de la necesidad de hacerle frente a Rusia. Forzar a Rusia a admitir una derrota en Ucrania por el riesgo de un quiebre económico es la ruta preferida por quienes prefieren el rechazo de la oferta de Putin para reabrir los gasoductos. Y en esa opción Turquía juega un rol central como polo gasífero. Trump está en posición de presionar a Europa con los montos y precios del GNL para que se acepte su propuesta para Ucrania, aunque con ello afectaría a las empresas que le venden gas a Europa. Trump también tiene que meditar hasta donde le conviene agradar a Putin.
Los exportadores de GNL norteamericanos están haciendo fortunas en Europa y es difícil que Trump decida desairarlos. Pero también corren riesgo las ventas de armas a Ucrania por la amenaza del corte de la asistencia. Habrá que ver que privilegia Trump y si cede a Turquía el campo. Turquía es la opción de los europeos para evadir una imposición, aunque aún es prematura la cantidad de gas que puede entregarle a Europa. En la elección gasífera también se juega si Washington o Ankara dominan el futuro energético de Europa y eso es mucho. Si Europa decide descansar en Turquía le daría menor capacidad de presión a EEUU ante el dilema energético en un contexto en el que podrían deteriorarse las relaciones por desacuerdos arancelarios y diferentes visiones sobre la solución para la invasión rusa a Ucrania. Y, de ese modo, el corte del gas decidido por Ucrania cobra otra dimensión si se la observa con una mirada más amplia. Mas allá de lo contractual, los apoyos y resistencias que recibió por su decisión tiene que ver también con el futuro económico y de seguridad europeo. Asimismo, con el modo en que se van a relacionar con EEUU en la era Trump y hacia el Oriente con las posibilidades de Putin para sostener la guerra y la entidad que se le pueden dar a sus amenazas de prolongar la guerra hasta que Ucrania y Europa se rindan exhaustas.
En esta lucha por ver quien aguanta mejor, recordemos que Rusia le vendió a Europa gas por U$S 239.000 millones en 2021, de un total de 290.600 millones exportados. En 2023 esa cifra se redujo a U$S 42.900 millones. Cada dólar que se redujo fue restado a las fuerzas de Putin.
Lo que está en juego es otorgarle o no a Rusia la capacidad de recuperar una parte sustancial de sus ingresos y con ello la posibilidad de rescatar a su economía y su potencial militar. E incluso evitar una debacle política interna como consecuencia del desastre económico. Ucrania usó una cuestión contractual para cortar el paso del gas, pero bien podría haber usado la excusa de un ataque de los mismos alienígenas ancestrales del Nordstream 2 sobre los ductos que envían riqueza para Putin por debajo de su territorio para obtener idéntico resultado.