Por Luis Briatore*
Si googleamos qué es una fuerza conjunta, leeremos: “Componente integrado por fuerzas de dos o más instituciones que operan bajo un mando único y común, cuya significación estratégica es similar y su participación es imprescindible para el éxito de la misión”.
Las naciones, buscando la optimización de sus medios dedicados a la defensa soberana, se han opuesto al uso de poder militar de manera independiente por fuerza, un buen ejemplo de ello fue lo que sucedió sobre las gélidas aguas del Atlántico Sur, allá por el año 1982.
En diferentes actividades y, cada vez con más fuerza, la instancia cooperativa, y, por ende, la necesidad de interacción, dicta la norma en un marco de consolidación del proceso de globalización de las actividades humanas, y las Fuerza Armadas no escapan de esta lógica.
Podemos afirmar que, mediante la potenciación y/o desarrollo de aspectos tales como la compatibilización doctrinaria, organizacional, de las estructuras y procesos de comando y control, del adiestramiento conjunto combinado estandarizado, mejora la interoperabilidad y, por ende, la eficiencia en la ejecución de las operaciones conjuntas (entre fuerzas) y combinadas (entre componentes de diferentes países) destinadas a la defensa.
Interoperabilidad
Si bien interoperabilidad es una palabra ajena a la lengua castellana, existen múltiples definiciones y todas, salvo pequeñas diferencias según el área de enfoque, la consideran en esencia de igual modo.
Interoperabilidad: “Es la habilidad de entrenar, ejercitar y operar conjuntamente en la ejecución efectiva de las tareas y misiones asignadas, la relaciona con el concepto de estandarización, entendido como un factor a desarrollar para evitar problemas de compatibilidad, intercambiabilidad e interoperabilidad”.
Existen múltiples ejemplos históricos de fracasos militares en lo que respeta al accionar conjunto de las Fuerzas Armadas, entre ellos la Guerra por nuestras Islas Malvinas, donde se descuidaron diferentes aspectos relacionados con la interoperabilidad, los que nunca antes habían sido tenidos en cuenta, y menos entrenados. De haberse empleado correctamente este concepto, en las heroicas misiones ejecutadas por valientes guerreros, el resultado hubiese sido diferente, aún en inferioridad de condiciones, y frente a una potencia de primer orden mundial.
La falta de conjuntez fue un aspecto negativo que sufrimos en carne propia. Aún con una descollante actuación, este factor le restó efectividad al accionar de nuestros combatientes, llegado el momento de afectar el tremendo poder de fuego del enemigo invasor.
Contar con el apoyo de la totalidad de los medios disponibles operando coordinadamente hubiese incrementado la efectividad de los múltiples ataques a la flota, además de reducir un insostenible coeficiente de derribo y el fratricidio (dar muerte a un compañero de batalla por error).
Algo que parece sencillo en palabras, presenta dificultades en llevarlo de la potencia al acto. El Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea operan en ambientes diferentes, baten objeticos de características totalmente distintas, se mueven a velocidades muy dispares y básicamente, piensan y tienen una idiosincrasia propia, diferentes una de otra, razones más que suficientes que obligan al estudio y práctica del accionar coordinado en búsqueda de la eficiencia, en el uso del brazo armado que dispone una nación en defensa de los intereses soberanos.
Para que podamos entendernos verdes, blancos y celestes, es primordial hablar el mismo idioma, para ello existe una doctrina donde se tipifica y estandariza todo lo que se puedan imaginar, mediante un léxico común a las tres Fuerza Armadas.
Un punto de vista personal
Durante dos años de arduos estudios y superando múltiples exámenes, con una exigencia y competencia pocas veces vista en mi vida, transcurrieron esos veinticuatro meses en la Escuela de Guerra. Lugar donde mamamos la letra del accionar de nuestra fuerza y también, el de la conjuntez.
Habituado a surcar el firmamento con plena libertad, el encierro por un tiempo prolongado entre cuatro paredes no me sentaba bien. El hábitat ideal para un piloto es soñar, pensar y volar en el espacio que consideramos como la mejor aula que nos dio la vida, la inmensidad del cielo.
Estudiar doctrina y sobre todo conjunta, no fue algo que resultara amigable.
Luego de dos años de sacrificio, en los que salí empapado de mucha teoría y nada de práctica, surgía una gran incógnita: ¿Sería tan complejo entenderme con un uniforme de otro color?, en esos hipotéticos encuentros ¿Debería acordarme de fórmulas y definiciones difíciles de memorizar?
La respuesta llegó unos años después, con el cargo de Jefe de Escuadrón, en el año 1999. Allí realmente disfruté por primera vez de lo conjunto, y lo más sorprendente, que fue sin agarrar un libro.
Aprendí cual era el punto de partida de una exitosa aplicación de la doctrina conjunta. Todo debía comenzar por el camino de la camaradería, mediante un contacto previo, sembrando buenas relaciones entre los custodios del cielo, el mar y la tierra.
La necesidad obligó a requerir ayuda
Habíamos superado la mitad del curso de Mirage con un grupo de seis entusiastas y dedicados alumnos. Ante los típicos recortes presupuestarios (una constante permanente), llegaba una decepcionante noticia, las ejercitaciones operativas sufrían un drástico recorte.
Completar el adiestramiento previsto para los cursantes se presentaba como prioritario. Necesitábamos con premura lanzar armamento de guerra, completando un paso vital en la formación de estos jóvenes mirageros.
Luego de hacer uso de la tan empleada creatividad, surge como única solución, por tratarse de la más económica, utilizar instalaciones de la aviación naval en el Sur de la Provincia de Buenos Aires, muy cerca de Tandil, algo que no estaba planificado.
La falta de recursos produce indefectiblemente un cambio en las previsiones. Quedarnos con una limitación impuesta sin pelearla era injusto y habla muy mal de un jefe. La causa se presentaba como noble, ya que los novatos en pleno periodo de formación serían los únicos perjudicados. De alguna manera debíamos mantener la continuidad en el ciclo de formación, contribuyendo a la defensa de la Patria, aportando un grupo de jóvenes guerreros aptos para el combate.
Antes de hacer algún pedido al Comando, de quien dependíamos, tuve la ocurrencia de llamar telefónicamente a mi par de Super Ètendard, oficial de la Armada al que no conocía hasta ese momento.
Una cosa es pedir algo de manera reglamentaria y formal, otro camino más amigable y rápido es hacerlo en forma directa mediante una comunicación en un tono amistoso, ofreciendo lo mucho o poco que teníamos a cambio de lo que necesitamos, utilizar el campo de tiro de la Armada Argentina para el lanzamiento de armamento de guerra. Transgredía las reglas en bien del servicio, argumento que justificaba el pecado cometido.
A partir de ese momento, tuve la oportunidad de saborear por primera vez, la manera más efectiva de aplicar la conjuntez. Este fue el punto de partida de una fructífera amistad, nacía una relación operativa, en la que todos ganamos, la VI Brigada Aérea y la Base Aeronaval Comandante Espora.
Desde un primer momento el entendimiento fue mutuo. Ofrecimos todo y más de lo que teníamos de ambos bandos.
En poco tiempo tres Súper Etendard nos visitaron a Tandil. La recepción fue con todos los honores, comenzando por afectuosos saludos, ni bien descendieron de los aviones.
El puntapié inicial del romance operativo tuvo lugar cuando los Súper volaron junto a los Mirage M-5 Finger y M-IIIEA. Simulamos una operación conjunta, misión planificada por el Grupo 6 de Caza. El intercambio siguió con la participación en diferentes cursos sobre vuelo en fuerzas combinadas (formación integrada por diferentes tipos de aviones perteneciente a diferentes países), rubro en el que teníamos una vasta experiencia por haber participado en distintos ejercicios con fuerzas aéreas de américa y también de la OTAN.
A partir de este encuentro pude visualizar cuál era el camino del entendimiento. La camaradería permitía aplicar sin fórceps el ABC de la conjuntez. La fórmula incorporaba humildad, buena voluntad y la búsqueda del máximo beneficio para las mujeres y hombres bajo nuestro mando.
Este fue el punto de partida de una relación diferente y de alto impacto afectivo, la que perduró por mucho tiempo, incluyendo no solo en temas operativos, sino que también se extendió al plano familiar, incluyendo una invitación a cenar para que conocieran nuestros hogares.
Despliegue a la Base Aeronaval de Comandante Espora
Apenas había pasado un mes de aquella comunicación telefónica, y luego de las coordinaciones pertinentes, llegó el gran encuentro.
Cuando suceden eventos de este tipo, en una carrera que pasa rápidamente como el viento, son considerados como únicos. Bajo un riesgo calculado, disfrutamos lo que siempre soñamos, operar respetando una importante consigna: “Siempre hay que pensar en los subalternos. El motor del esfuerzo debe estar dirigido a ellos, que representan el futuro. Primero solucionamos los problemas de los que están debajo nuestro, dejando para el final los propios”. Es lo que llamamos como la sencilla fórmula del buen ejemplo. Así se logra la máxima entrega por parte de nuestros subordinados, actitud que asegura alcanzar con éxito cualquier tipo de objetivo en la vida.
El Escuadrón Aeromóvil X, con todo el efectivo completo partió hacia Bahía Blanca, en compañía del siempre valioso apoyo de un C-130 Hércules, el que dejaba tierras tandilenses repleto de repuestos y utillaje. Los asientos de paracaidistas estaban ocupados en su máxima capacidad por casi un centenar de mecánicos, insustituibles en apoyo a las tareas de mantenimiento y artillado para el tiro de los deltas.
Con tres Mirage biplazas y tres M-5 Maras, arribamos perfectamente formados a la vertical de la base anfitriona.
Enfrentamos la pista desde lejos en un impecable escalonado de seis triángulos, en una perfecta línea hacia la derecha ¡Había que lucirse!
En tierra, nos esperaba el mejor comité de bienvenida, la dotación completa de la Base Aeronaval Comandante Espora.
A partir de este momento comenzaron a funcionar los engranajes de la verdadera y disfrutable conjuntez. Ellos ayudaban a la Fuerza Aérea Argentina y nosotros en un futuro colaboraríamos con la Aviación Naval Argentina, en pleno uso de un lema totalmente vigente: “La unión hace la fuerza”.
Luego de aterrizar los seis aviones, uno detrás de otro, llegamos a la plataforma de estacionamiento. Separados equidistantes, ingresamos en rodaje lento.
A una misma voz de mando en frecuencia de radio, los Mirage encolumnados, giramos a la vez 90° por derecha.
En una misma línea y con trayectorias paralelas llegamos simultáneamente al punto de estacionamiento. Era lo más parecido al espectáculo brindado por una escuadrilla acrobática.
Mediante una segunda indicación, cortamos el motor simultáneamente. El bramido impresionante provocado por seis motores había desaparecido, de repente, pasamos a escuchar los sonidos típicos de un entorno campestre.
Luego de abrirse las cúpulas, la plataforma se trasformó en un solo abrazo. Los buzos de vuelo de la Armada y la Fuerza Aérea se entremezclaban, en una postal memorable.
Luego vino la presentación al Jefe de la Base Aeronaval. El Escuadrón Aeromóvil completo formado con la vista clavada al frente, saludaba al Jefe de Unidad con un alarido solemne y al unísono.
Mamelucos azules y buzos de vuelo verde militar, pañuelo blanco con pequeñas siluetas de Mirage en el cuello, gorras azules con la inscripción M-5 Mara y borceguíes que encandilaban del brillo, eran algunos detalles del atuendo en una presentación impecable.
Puntapié inicial al “Operativo Tiro Aire Tierra Trueno”. La plataforma por una semana se trasformaría en un hormiguero de mecánicos, los que estaban abocados a recuperar aviones y armarlos para el tiro. El apuro era justificado, en poco tiempo había que cumplir con el objetivo, volar la totalidad de los temas de tiro previsto con armamento de guerra.
Comenzaba la operación
Durante el primer día, los armeros acomodaban las bombas, colas metálicas y espoletas, también los cajones de munición de 30 mm en cercanía de los Deltas. La muchachada de mantenimiento alistaba a cada matrícula, buscando llegar a la línea de partida con todo el material aéreo en servicio.
Una vez que se bajó la bandera a cuadros, por cinco días no paramos de tirar. A medida que una escuadrilla salía de plataforma, otra aterrizaba con la panza limpia de bombas y los chasis de los cañones vacíos de munición. La alegría era un factor común tanto del personal de mantenimiento como de armeros y pilotos.
En medio de la operación, navales y aeronáuticos se entremezclaban, todos colaboraban. El germen de la conjuntez germinaba día a día. Todo fluía sin leer un manual de doctrina ni recordar definiciones, estábamos en pleno ejercicio de la convicción.
Primaba una mentalidad única, aunar esfuerzos buscando lograr el adecuado nivel de adiestramiento que exige estar en condiciones de defender a la Patria.
Pocas veces vi algo así, no falló una sola salida. Cuando un avión presentaba alguna novedad, un ejército de mecánicos, al mejor estilo de un equipo de Fórmula 1, se trepaba al avión que había aterrizado con novedad, y en pocos minutos, metiendo mano y cambiando repuestos, recuperaban una matrícula más, la que se incorporaba en servicio al próximo turno de vuelo.
Avanzábamos demasiado rápido, eficacia que abrió la posibilidad de compartir salidas sentando en el puesto trasero de un biplaza a casi todos los pilotos de Super Ètendard.
Cumplido el objetivo, llegó el mejor premio para el personal de apoyo a la operación aérea, un pasaje con la totalidad de los Mirage junto a un Super Ètendard formado en la cola de farol.
Un cierre para el recuerdo
Como despedida, un premio bien argentino coronando el éxito y esfuerzo, un gran asado. Llegaba el momento más emotivo. Intercambios de regalos en medio de variadas muestras de afecto. Infinidad de fotos captaban un recuerdo imborrable y un ejemplo a seguir, como resultado de trabajar unidos, sin esconder nada y dándolo todo.
Fueron días muy intensos, donde quedó demostrado que el acercamiento lleva al entendimiento, algo que, a mi entender, es una condición previa a la aplicación de lo redactado sobre el frío papel.
Este momento simbolizó el punto de partida hacia un intercambio que perduró en el tiempo, acompañado de una relación estrecha y amigable entre ambas Unidades de combate.
Luego de esta experiencia se sucedieron un sinnúmero de encuentros, algunos en vuelo y otros plasmados en diferentes cursos, donde todos ganamos y nos sentimos más argentinos.
Este es un ejemplo en la aplicación de la frase que tanto nos atrapa y moviliza, en los momentos previos a enfrentar un obstáculo. Escollo que nos impide transitoriamente cumplir con el objetivo. Aplicando iniciativa, coraje y buen criterio, seguramente lograremos superarlo, cumpliendo así, con aquel grito sagrado de: “NO HAY QUIEN PUEDA”.
* Luis Alberto Briatore nació en la ciudad de San Fernando (Buenos Aires) en el año 1960.
Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia).
A lo largo de su carrera en la Fuerza Aérea Argentina tripuló entrenadores Mentor B45 y MS-760 Paris, aviones de combate F-86F Sabre, Mirage IIIC, IIIEA y 5A Mara ocupando distintos cargos operativos, tales como Jefe de Escuadrón Instrucción X (Mirage 5 Mara/Mirage biplazas) en la VI Brigada Aérea y Jefe del Grupo 3 de Ataque en la III Brigada Aérea.
En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).
Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.
Es también Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.
Tras su pase a retiro en el año 2014, se dedicó a la Instrucción en aviones convencionales PA-11 Cub y PA-12 Super Cub en el Aeroclub Tandil (Buenos Aires) y el Aeroclub Isla de Ibicuy (Entre Ríos) y en el año 2018 se empleó como Piloto de LJ-60 XR – operando desde Aeroparque Jorge Newbery.
Actualmente, reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
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