Por: Lic. Esteban Gómez Psicoanalista UBA, MN 25591 MP 25668
Dicen que la realidad siempre ha superado a la ficción y el espejo de estos tiempos confirma la imagen. Para algunos analistas geopolíticos la 3º guerra mundial ya comenzó. Para otros está cocinándose a fuego lento mientras se desarrollan conflictos localizados, o a lo sumo un reacomodamiento de hegemonías económicas. Quizás para los más apocalípticos ya estamos en los tiempos bíblicos finales.
Pero hay una realidad que se impone por sobre todo análisis. Paralelamente a la muerte y la destrucción, en general, las sociedades continúan moviéndose, trabajando, consumiendo, y hasta con ráfagas de felicidad. Ciegos y sordos a la tragedia de las guerras en curso, caminamos mirando nuestro propio ombligo.
¿Es esto lógico? ¿Es azaroso? ¿Es acaso un mecanismo de defensa humano? O tal vez esto sea parte de un plan más global y estructural.
Desensibilización Sistemática para todos
Según el Institute for Economics & Peace con sede en Sidney-Australia, a noviembre de 2024 existen 56 guerras que permanecen activas, con 92 países involucrados más allá de sus fronteras. En los últimos 24 meses muchas economías del planeta estuvieron tambaleantes por los efectos del transporte de mercancías, la suba de precios, el flujo migratorio y la crisis energética, mientras que su inversión en defensa se triplicó.
La agencia de la ONU para refugiados (ACNUR) da cuenta a junio de 2024 de que aproximadamente 120 millones de personas se encuentran refugiadas en otros países o desplazadas miles de kilómetros dentro de sus propios territorios por conflictos armados, crisis socioeconómicas o crisis ambientales.
Somos espectadores de la multiplicación de bombardeos, trincheras, muertes, misiles y ciber ataques en el mundo. Mientras millones de personas son desplazadas de sus ciudades y recuerdos, otros millones de personas van de compras, ven a Taylor Swift, viajan, trabajan; las acciones de Wall Street suben, el Bitcoin rompe récords, continúa el futbol y proyectamos nuestras vacaciones. ¿Cómo explicar esta dualidad visible y palpable? ¿Cuáles son los mecanismos psico-sociales que están interviniendo?
La desensibilización sistemática es un recurso terapéutico muy efectivo y utilizado en el abordaje de las fobias, por ejemplo. Resumidamente la misma tiene como objetivo reducir las respuestas de ansiedad y las conductas motoras de evitación frente a estímulos adversos. El mecanismo se inicia con la presentación de estímulos adversos/rechazables para la persona de manera gradual y ascendente en ritmo e intensidad. De esta manera el sujeto va “desensibilizándose gradualmente” de aquellos estímulos que lo movilizaban negativamente. Al final del proceso la persona aprende, en primer lugar, recursos para la afrontación y, por otro lado, durante el proceso de exposición, el estímulo fue perdiendo efectividad emocional sobre él.
La realidad, por más trágica que sea, si es repetida una y otra vez termina perdiendo poder emocional. Nos va creciendo una armadura invisible, se nos hace un cayo de indolencia e insensibilidad y terminamos naturalizando todo cuanto se nos ofrece.
Tal vez sea ésta una de las respuestas. Nos estamos acostumbrando a las guerras, como ya nos hemos acostumbrado al hambre, al home office, al consumo compulsivo de pantallas o a llevar toda nuestra vida y datos en nuestros celulares.
Shock: Táctica y Estrategia
La periodista y analista social canadiense Naomi Klein (1970) es autora de “La Doctrina del Shock” un libro de 2007 que es actual, obsoleto y futurista a la vez. Actual porque podemos comprender en sus páginas cómo los sistemas sociopolíticos tienden a reproducirse permanentemente aprovechando “toda realidad”. Es obsoleto porque fue escrito en un tiempo sin WhatsApp, sin Instagram ni TikTok, sin big data ni reconocimiento facial y mucho menos, en un tiempo sin inteligencia artificial… otro mundo. Fue un trabajo futurista también porque anticipó en algún sentido lo que se iba a mostrar como lógica de poder en la pandemia y sus consecuencias sociales, económicas y subjetivas, 13 años después.
Básicamente el libro estudia los mecanismos sociopolíticos de la utilización de situaciones de caos generalizado como catalizador de cambios estructurales en una época y sociedad determinada: “…en momentos de crisis, la población está dispuesta a entregar un poder inmenso a cualquiera que afirme disponer de la solución mágica, tanto si la crisis es una fuerte depresión económica como si es un atentado terrorista, o una guerra”. También aclara que “…detrás de toda ‘tragedia’ es posible ver una ‘oportunidad’, como es la de aprovechar el trauma colectivo para promover e implementar reformas económicas y sociales de carácter radical.”
Como ya expliqué en otro artículo publicado en este espacio (“Soberanía cultural o Modelaje social” 29.10.24), toda sociedad es manipulable fácilmente, quizás mucho más de lo que solemos pensar. El miedo es un combustible volátil y contagioso a gran escala. Así las cosas, el imperativo táctico será hacer que algo sea tan necesario como para que la mayoría de la población lo tome como natural e imprescindible.
El shock social puede ser una doctrina en pleno sentido, con objetivos a corto, mediano y largo plazo, pueden poseer pautas, instrumentos, métodos, actores estatales y privados, tácticas y estrategias. Su epítome sería llevar a alguien o a una sociedad toda al límite, al abismo, para luego retroceder algunos pasos y pedir su rendición.
Acostumbrándonos al horror
Es verdad que las guerras y la violencia acompañan al hombre desde hace milenios y por ende actuaron en todo tiempo y proceso histórico y social. Para Karl Marx (1818-1883) “La violencia (y la guerra) es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva”. Su tesis expresaba que las guerras y las revoluciones ayudan a romper las formas antiguas de relaciones sociales y promueven la emergencia de nuevas formas.
Sabemos que las guerras modernas han impulsado cambios en áreas del conocimiento humando como la medicina, la ingeniería, la informática, las ciencias humanas y las telecomunicaciones. Las relaciones sociales entre países e intereses económicos-productivos también se transforman con las guerras y, por ende, todo vínculo humano puede ser trastocado directa o indirectamente por la vieja partera de la historia.
Pero en este primer cuarto del siglo XXI, la velocidad de los sucesos geopolíticos y bélicos lo está cambiando todo. Así las cosas, no nos está quedando “tiempo simbólico-cognitivo” para asimilar lo nuevo y lo instituyente y a poco de haber nacido, ya está naciendo otra página de nuestra historia tan vorágine e incierta. Este ritmo frenético de cambios está haciendo que frente a nuestra incapacidad de metabolizar en tiempo y forma la realidad emergente, nos estamos insensibilizando, y nos transformamos en seres indolentes frente a lo nuevo, sea un auto eléctrico, un desastre climático o el horror de la guerra.
Despertar cuando ya sea tarde
Intentaré generar una respuesta posible a las preguntas introductorias. Apelando a la imaginación de nuestros lectores, invito a ver a la sociedad humana como siendo sujetada por una pinza. Por un lado, la mordaza de la “Desensibilización Sistemática” presentándonos novedades duras pero cotidianas, haciendo de nuestro acostumbramiento y tolerancia una nueva respuesta emocional. Y por el otro lado de la pinza está la “Doctrina del Shock”, como reaseguro de que si no nos alcanza con lo primero está siempre a mano el recurso de ingeniería social de llevarnos al abismo y mostrarnos lo peor que podríamos estar (por ejemplo, con una guerra mundial nuclear) a menos que toleremos algunos cambios estructurales que se nos irán presentando.
La mayoría de la población humana está como la rana del cuento, en una gran cacerola a fuego lento. Los cambios comienzan a ser imperceptibles para nuestros cerebros y como la capacidad de adaptación está en nuestro ADN, allí vamos, transitando un proceso lento pero efectivo. Tan efectivo que podemos habitar un planeta con realidades paralelas. No solo frente a la guerra más o menos lejana en kilómetros, sino que también podemos habitar muy cerca del hambre, de las soledades o de la violencia domestica de la familia de mi esquina sin darme cuenta, sin siquiera inquietarme.
La adaptación a lo nuevo por primera vez en 4 millones de años podría dejar de ser una característica de nuestra evolución y supervivencia.
¿Qué pasaría si un día despertamos súbitamente? ¿Cuál sería nuestra respuesta social, familiar y subjetiva frente a una crisis humanitaria o frente a una guerra en nuestra tierra?
Podemos pensar que los ciudadanos de Kiev, Damasco, Tel Aviv, Puerto Príncipe o Valencia están muy lejos de nuestra realidad o quizás más cerca de lo que suponemos.
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